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Paseando por Morirás en Sodoma

26 jueves Ene 2023

Posted by Sollastre in LIBROS

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bagatela, billar romano, bizarro, mafia, tatú, tatuaje

Parafraseando a contrario sensu el mandamiento de la granja orwelliana podríamos decir que todos los libros son únicos, pero algunos libros son más únicos que otros. Que es justamente lo que pensó el paseante cuando cayó en sus manos un texto verdaderamente singular: Morirás en Sodoma, una novela de Florián Recio.

Un libro concebido en términos visuales con el que experimentó algo que jamás le había ocurrido: ya desde las primeras líneas —y según avanzaba lo fue corroborando— lo leía en blanco y negro. No negro sobre blanco, como es lo habitual y una frase ya manida. No. Literalmente en blanco y negro, pues en esos tonos «veía» lo que aquellas páginas le iban narrando. Un blanco y negro, con toda su gama de grises intermedios, acentuado por el hecho de ofrecer de vez en cuando de repente un relámpago de color, como el del humo azulado producido por unos cuadernos al arder. Impactos que le recordaron el abrigo rojo de la niña judía en la película La lista de Schindler.

Y así, con esa extraña sensación de estar entrando en un terreno que nunca antes había pisado, se fue internando en una historia en la que, además, tanto el aficionado a la lectura como el cinéfilo no dejarán de encontrar —y a buen seguro de dejarse otras tantas en el tintero— un buen número de referencias.

Un libro que muestra un mundo —que no existe, pero que podría llegar a existir y que algunos calificarían de distópico, lo que no haremos en este paseo— en el que una nueva modalidad de muerte subvierte las normas de la naturaleza y modifica, por tanto, de manera radical la existencia de quienes lo habitan. Un mundo de supervivientes en el que se cumple una vez más aquello de que lo que aceptamos nos transforma y lo que negamos nos somete.

Una novela, en definitiva, que es en sí misma una metáfora —y ya sabemos de la fuerza de las metáforas para transformar nuestra vida— que encierra a su vez otras muchas que circulan entre sus líneas de la mano de sus hermanas, las alegorías. Corroborando a su vez lo que dejó escrito Ramón Llull: «Cuanto más oscura es la metáfora mejor entiende el entendimiento que esa metáfora entiende».

Recorramos ahora, como tenemos por costumbre, cinco palabras espigadas en nuestra lectura de hoy. La que abre la lista, encontrada en la primera página; la postrera, hallada en la última. De alef a tav, cerrando un círculo de lo que podría considerarse un paseo completo dentro del propio paseo por el libro. Un metapaseo. Pero eso es ya otra historia. ¿O tal vez no?

bizarro.- Un buen ejemplo de que son los hablantes quienes determinan el sentido de una palabra y que la función del diccionario, lejos de ser normativa, es la de recoger y mostrar ese uso. Ese es el motivo de que la actualización del Diccionario de la lengua española llevada a cabo en diciembre de 2021 incluyera, junto a las tradicionales de ‘valiente, esforzado, generoso, lucido o espléndido’ —ciertamente poco conocidas y usadas menos aún por las nuevas generaciones de hispanohablantes y que, según reconocía la propia RAE, estaban restringidas «a la lengua culta y literaria, donde no dejan de presentar un cierto regusto arcaizante»— la acepción de ‘raro, extravagante o fuera de lo común’.

Un uso que se había censurado tradicionalmente por considerarse influencia del francés o del inglés, pero muy extendido desde hace tiempo en el ámbito hispánico —más en América que en España. De hecho, figuraba ya en el Diccionario de americanismos (2010)— especialmente frecuente en documentos que hacen referencia a producciones artísticas.

En lo que respecta a su procedencia, descartada la teoría de un origen vasco, que gozó en su momento de gran predicamento a pesar de lo endeble de su fundamentación, hoy está generalmente aceptado que se sitúa en el itálico bizzarro ‘iracundo, furioso’, ‘fogoso’, quizá derivado a su vez de bizza ‘ira instantánea, rabieta’, voz de fuente dudosa, tal vez de creación expresiva.

Corominas señala que en el propio país alpino se pasó pronto de este viso un tanto peyorativo al de ‘fogoso, brioso’ y también ‘vivaz, agudo’, o ‘pulido, pulcro’, sentidos con los que llegó a nuestra lengua.

mafia.- Organización criminal y secreta de origen siciliano y, por extensión, cualquier organización clandestina de criminales. Se aplica también, con un claro matiz despectivo, a un grupo organizado que trata de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos, especialmente si acaparan o disfrutan de una situación preeminente en su ámbito, impidiendo a los demás participar o beneficiarse de ello.

El Diccionario de americanismos señala asimismo que, en Guatemala, la República Dominicana o Puerto Rico, se emplea igualmente como sinónimo de engaño, trampa, ardid.

Llegó a nuestro idioma, no podía ser de otra manera, desde Italia. Màfia era una palabra dialectal siciliana, de procedencia desconocida, que reflejaba el concepto de valentía, calidad, excelencia, superioridad, aplicable también a los de amabilidad o perfección.

La pregunta que surge entonces es: ¿Cómo se instaló en el italiano, y pasó a otras lenguas, la acepción que tiene en la actualidad? Para encontrar la respuesta debemos acudir a los escenarios, pues si la visión que todos tenemos del fenómeno mafioso tiene una alta influencia cinematográfica y televisiva, esa evolución del significado vino propiciada por una obra teatral: I mafiussi della Vicaria (1863), drama escrito por Giuseppe Rizzotto. En él se representaban una serie de escenas que narraban las bravuconadas de un grupo de huéspedes habituales de la cárcel palermitana de ese nombre. A pesar de que, según las crónicas, su valor literario era más bien escaso, logró una gran difusión, lo que propició el cambio de sentido de nuestra palabra.

bagatela.- Término que, a diferencia de algunos de sus compañeros en este  paseo, no ha variado de significado desde su incorporación por parte de la RAE, que ya en 1726 la definía en el Diccionario de autoridades como ‘cosa menuda, de poco provecho, sin sustancia ni valor’.

En algunos países americanos es igualmente una forma, poco usada, eso sí, para referirse a un artículo sumamente rebajado, de precio muy inferior al que le corresponde.

Sin abandonar ese continente, el lexicón académico recogió también durante algún tiempo que era otra manera de llamar, principalmente, pero no solo, en Chile, al billar romano, un juego de salón, antepasado del petaco o máquina del millón, que consistía en un tablero erizado de púas y con nueve agujeros numerados que indicaban el valor de los puntos conseguidos. Sobre él se deslizaban unas bolas cuyo recorrido hasta acabar en una de esas oquedades venía trazado por cómo iban chocando con las puntas.

Y como también hay vida para las palabras fuera del diccionario, esta encontró un acomodo más dando nombre a una composición musical que se caracteriza por no ajustarse a ninguna estructura preestablecida y que se encuadra principalmente en la música para piano del siglo XIX, de intenso carácter intimista. ¿Quién no ha escuchado alguna vez la célebre Para Elisa de Beethoven?

Procede del italiano bagatella ‘juego de manos’, ‘friolera’, vocablo sobre cuyo origen incierto se han formulado diversas hipótesis que lo sitúan en el latín; el árabe; el francoprovenzal; o el latín medieval, sin que ninguna resulte plenamente satisfactoria.

imbécil.- Otra palabra, una más en este paseo, que ha modificado su sentido en nuestra lengua a lo largo del tiempo.

Tomada del latín imbecillis ‘débil en grado sumo’, se incorporó al castellano con este significado, como podemos comprobar en el Diccionario de Autoridades (1734), que, por cierto, lo acentuaba en la última sílaba, igual que en latín, y avisaba de que era voz de poco uso.

Aunque hay ejemplos en tiempos anteriores —el susomentado Llull lo emplea así en sus Proverbios, a finales del siglo xiii y Covarrubias (1611) se refería a la mariposa como el más imbécil de todos los gusanitos alados por su insistencia en acercarse a la luz del fuego, hasta que finalmente se quema— la moderna acepción de tonto o falto de inteligencia y su utilización como insulto no se generalizaron hasta el siglo xix, seguramente por influencia semántica del francés, donde tenía esta connotación al menos desde dos siglos antes.

Este ascendiente queda también patente en el hecho de que en un par de ediciones del diccionario académico se incluyera asimismo la forma imbecile, puro calco de la lengua del país vecino.

Es término que aparece profusamente en nuestra literatura, a ambos lados del Atlántico, y particularmente atractivo para autores como Baroja, Buero Vallejo u Ortega y Gasset, que lo incluyeron en varias de sus obras y artículos. Este último dejó escrita en el prólogo a la edición francesa de La rebelión de las masas esta lapidaria sentencia: «Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil».

tatuaje.- La acción y efecto de tatuar, hacer dibujos  en la piel humana introduciendo materias colorantes bajo la epidermis y también, en sentido más amplio, dejar huella en alguien o algo.

Tatuaje también se usa en criminalística para definir el cerco o señal que deja en la piel, al incrustarse en ella granos de pólvora y partículas metálicas que desprende el propio proyectil, un disparo por arma de fuego efectuado desde muy cerca.

En América encontramos que en Panamá utilizan la forma tatú para hablar de una calcomanía que se pega sobre la piel —en España está también muy extendida, principalmente entre los hablantes más jóvenes, para referirse al propio tatuaje— y que en Puerto Rico tatuaje es una de las formas de marcar a los gallos de pelea. Un mundo este, por cierto, el de las peleas de gallos, que ha generado en Hispanoamérica un colorido vocabulario al que seguramente merecería la pena dedicar alguno de estos paseos.

Según el DLE, está tomada del francés tatouge, mientras que tatuar procede del inglés to tattoo —de donde lo hace, en última instancia, la voz gala—, y este del polinesio ta tau, con el mismo significado.

Aunque los tatuajes eran ya conocidos entre las civilizaciones más antiguas, nuestra palabra se documenta por vez primera por el capitán inglés James Cook en Tahití, en 1769, en el transcurso de uno de sus viajes por el Pacífico.

Y si antes citábamos la bagatela Para Elisa, bien podemos cerrar este paseo al compás de Tatuaje (1941), una de las coplas más representativas de la música popular española, cuya música compuso el maestro Manuel Quiroga y popularizó Concha Piquer.

La cita de hoy

«Porque en estos tiempos, reivindicar la belleza es el mayor acto revolucionario».

Hermano Barrabás

Morirás en Sodoma

El reto de la semana

¿Qué conocida novela de la literatura centroeuropea, cuyo título, una palabra que encontramos también en la lectura de Morirás en Sodoma, hace referencia precisamente a algo que ha sufrido ese mundo al alterarse las reglas naturales de juego, podía habernos acompañado en nuestro paseo de hoy?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

De paseo con ¡Ay, campaneras!

31 jueves Mar 2022

Posted by Sollastre in LIBROS

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cañí, chiribita, chiribitero, echar chiribitas, hacerle a alguien chiribitaslos ojos, huevo de zurcir, machicha, mojigatería, mojigato, Que te zurzan, surcir, zurcidora de gustos, zurcir, zurcir voluntades, zurdir

Cuando un libro se define en su primera página como «un paseo personalísimo» y también «disfrutón» cuenta ya con muchas papeletas para aparecer en estos que realizamos por el diccionario. Si además se trata de ¡Ay, campaneras!… las tiene todas.

Comencemos por el principio. O sea, tengamos método, como diría la gran Lola Flores. Hace ahora dos años, al inicio del confinamiento, la investigadora universitaria Lidia García puso en marcha un pódcast con este mismo título. En él abordaba ―y lo sigue haciendo― la santísima trinidad de la música popular patria, copla, cuplé y zarzuela, desde nuevos prismas, desde perspectivas de género, de clase social, LGTBI, feminista… El resultado de esa aventura se ha convertido ahora, tras sumar más de 150 000 oyentes, en el libro que nos ocupa.

Doscientas setenta y una páginas que nos permiten redescubrir, o acercarnos por vez primera, según la experiencia de cada uno, a lo que la autora califica como la banda sonora de nuestras abuelas. La música que les acompañó toda la vida y que, en definitiva, les ayudó a seguir adelante en tiempos más oscuros aún que los de la pandemia.

Su lectura nos ayuda a entender mejor la intrahistoria de esas generaciones de mujeres. Y lo hace adentrándose en un mundo que a pesar de ser un elemento básico de nuestra memoria sentimental resulta tan conocido superficialmente como desconocido en su esencia. Un mundo que sigue demandando eliminar de una vez los restos de polvo, prejuicios y caspa que todavía lo desfiguran.

Pasearemos hoy del brazo de la autora ―creadora y musa a la vez en esta ocasión― por cinco palabras escuchadas (pues es imposible leerlas sin sentir su voz) entre los acordes/páginas de este recorrido por la memoria íntima de nuestro país. Un acervo que no podemos permitirnos el lujo de despilfarrar.

P. D. En las páginas de ¡Ay campaneras! nos hemos reencontrado con la Bella Medusa, personaje de La torre de los siete jorobados, la novela de Emilio Carrère que protagonizó nuestro último paseo. ¿Casualidades o hilos imperceptibles que van uniendo unos con otros?

zurcir.- Un verbo al que habrán acompañado un sin fin de coplas mientras nuestras abuelas y madres lo ponían en práctica ―y que si lo hacían en mi querida Salamanca lo llamaban también zurdir―.

Consiste en coser la rotura de una tela, de manera que la unión quede disimulada o suplir con puntadas muy juntas y entrecruzadas los hilos que faltan en el agujero de un tejido.

También unir sutilmente una cosa con otra, y, coloquialmente, combinar mentiras para dar apariencia de verdad a lo que se cuenta.

En el habla tradicional de Castilla se empleaba asimismo con el sentido de golpear, castigar, azotar, o el de criticar severamente, es decir, golpear con las palabras.

Procede del antiguo surcir, que a su vez lo hacía del latín sarcīre ‘remendar’.

El DLE alberga también un instrumento íntimamente relacionado con nuestra palabra: el huevo de zurcir, uno de madera, plástico u otro material, que se emplea para zurcir medias o calcetines.

¿Y en qué consiste zurcir voluntades? Pues ni más ni menos que en hacer de alcahuete. Quevedo, en el Buscón, emplea la variante zurcidora de gustos.

Por su parte, la locución coloquial que me, te, le, etc., zurzan equivale a que le den morcilla a alguien o algo, empleada para expresar rechazo, desinterés o desprecio a la persona o cosa aludida.

chiribitero.- Adjetivo que no encontraremos en el DLE.

Deriva de chiribita, voz que puede referirse a una chispa, a la planta conocida como margarita, a un pez de las Antillas o, en plural y de manera coloquial según la RAE, a las partículas que, vagando en el interior de los ojos, ofuscan la vista. Lo que, más coloquialmente aún, conocemos también como «moscas».

A su vez, echar chiribitas es equivalente a echar chispas, mientras que hacer, o hacerle, a alguien chiribitas los ojos es ver, por efecto de un golpe y por breve tiempo, multitud de chispas movibles delante de los ojos o expresar en la mirada la ilusión de que algo deseado va a suceder pronto.

¿A cuál de esos sentidos hace referencia el chiribitero de nuestro paseo? En realidad… a ninguno.

La artista Marujita Díaz era conocida, entre otras cosas, por su capacidad para hacer girar los ojos. Y a eso se dio en llamar hacer chiribitas con ellos, por más que no sea ese el significado que le otorga la Academia. Pero ya se sabe que los verdaderos dueños, y constructores, de la lengua son los hablantes. De ahí que la autora hable de los «ojos chiribiteros» de la folclórica.

Por cierto, ese malabarismo ocular recibe el nombre técnico de nistagmo, pero eso queda ya para otro paseo.

cañí.- El Diccionario de la lengua española se limita a definirlo como gitano, en su acepción de persona perteneciente a un pueblo originario de la India.

Aparece documentada por vez primera en 1886, y la encontramos en boca del galdosiano Juan Santa Cruz, deuteragonista en Fortunata y Jacinta.

Respecto a su procedencia, Corominas señala que parece deberse a una confusión del gitano calí ‘gitana’ con cañí, que en esa misma lengua significa ‘gallina’. Algo, la confusión entre dos palabras gitanas con forma análoga, que habría sucedido también en otros casos al incorporarlas al castellano.

Sea cual fuere el origen, tal vez lo que habría que cuestionarse es su presente. Porque la cierto es que cañí hace ya mucho que ha trascendido la escueta definición del texto académico y hoy se entiende más bien, en palabras de la propia Lidia García y de Terenci Moix, como el conjunto de tópicos sobre «lo español» que se configuraron a partir de la identificación de la cultura gitanoandaluza con la cultura andaluza en general y la de esta con la de España en su conjunto. Tópicos, añadimos nosotros, que a fuerza de degradarlos haciéndolos comerciales para atraer al turismo, terminaron en muchos casos por convertirse en una mera caricatura.

mojigatería.- Cualidad de mojigato o acción propia de la persona mojigata.

Y un mojigato es a su vez aquel que muestra exagerados escrúpulos morales o religiosos o quien afecta humildad o cobardía para lograr sus propósitos. En ambos sentidos suele emplearse en sentido peyorativo.

La definición que ofrece Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana (1611) resulta mucho más gráfica y no solo por el castellano de la época: «El disimulado vellaco, que es como el mizigato, que diciéndole miz, se humilla, y regala, y después da uñarada».

El propio Covarrubias ofrece un origen etimológico, muġáṭṭī ‘cubierto’ ‘disimulado’, que Corominas tiene por falso.

Tanto él como el Diccionario de la lengua española se inclinan por considerar que mojigato es el resultado de combinar dos palabras sinónimas: *mojo, una forma familiar de llamar a este felino en muchos lugares y gato. Como explica el lexicógrafo, con esta repetición, aplicada a personas, se quiere hacer hincapié en una forma de ser aparentemente humilde y mansa, y en realidad astuta y traicionera, como la del animal.

Además de mojigatería, el DLE recoge también la forma mojigatez.

machicha.- Baile brasileño, allí llamado maxixe, muy sensual. De raíces africanas, nació en la década de 1870 en Río de Janeiro y se puso de moda en Europa a inicios del siglo xx.

Sobre la procedencia del nombre circulan diversas hipótesis:

Según el compositor Heitor Villa-Lobos (conocido por su fantasía a la hora de inventar mitos de origen) se debe a un sujeto conocido como Maxixe que, en un baile de la sociedad Los estudiantes de Heidelberg, interpretó de una manera nueva el lundu ―otra danza brasileña―, probablemente uniendo su cuerpo al de su pareja.

Otra teoría se inclina por maxixi, nombre quimbundo ―lengua bantú que se habla en algunas zonas de Angola― de una cucurbitácea. El baile se habría llamado así bien porque las parejas se mueven muy juntas, confundiéndose como las ramas de la planta, bien porque su calidad de rastrera se habría equiparado al nacimiento del baile en ambientes socialmente considerados bajos.

Finalmente, hay quienes defienden que procede del nombre de la ciudad mozambiqueña de Maxixe.

La palabra no aparece en el DLE. Lo cual no fue óbice para que un insigne miembro de la RAE, Pío Baroja, dedicara en sus memorias, Desde la última vuelta del camino, unas líneas a la machicha. En ellas cita además a una de las protagonistas de ¡Ay, campaneras!: nada menos que la Fornarina. Buen broche para nuestro paseo, ¿verdad?

La cita de hoy

«A veces —el tarareo incesante de nuestras abuelas lo sabe—seguir adelante es también un acto revolucionario».                             

Lidia García

El reto de la semana

Asegura Lidia que la copla nace para acompañar las labores domésticas. Pues bien, ¿qué locución aparece en el Diccionario de la lengua española referida a la limpieza semanal de la casa?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Paseando por La torre de los siete jorobados

09 miércoles Mar 2022

Posted by Sollastre in LIBROS

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chepa, cheposo, chiquizuela, chiribitil, choquezuela, corcova, corcovado, diagridio, giba, joroba, jorobado, mentecatada, mentecatía, mentecatez, mentecato

Que un libro nos permite viajar sin salir de casa es, sin dejar de serlo, algo más que un cliché. Lo comprobamos por aquí cada vez que abrimos el diccionario y nos lleva a pasear por un frondoso jardín. Uno que sabemos que jamás llegaremos a recorrer por completo y en el que nunca nos faltará una especie/palabra nueva que descubrir.

Hay también ocasiones en las que se produce una curiosa paradoja: que mientras leemos, aprovechando las horas muertas del desplazamiento ―en tren, en avión, en barco…―que todo viaje conlleva, nos encontremos con que estamos viajando a su vez a muchos kilómetros de allí sin movernos del asiento.

Esto es lo que le pasó recientemente al paseante, quien camino a su querida Salamanca se encontró de repente recorriendo un Madrid quimérico y subterráneo, no por inventado menos real, por mor de La torre de los siete jorobados, obra de un viejo conocido de estos paseos, Emilio Carrère, quien ya nos guio hace unos meses por una ruta emocional de la ciudad.

Una novela, casi más bien un folletón de aventuras con un toque de humor castizo, que el propio autor habría calificado como abracadabrante. En la que encontramos mezclados géneros como el esoterismo, lo policiaco, el terror, lo legendario, lo sobrenatural… Un libro que nos permite además reencontrarnos con otro viejo compañero de estos paseos: don Ramón del Valle-Inclán, en la figura de su trasunto, Sindulfo del Arco, el erudito ¡y viajero infatigable! de los anteojos azules.

Pasearemos hoy, por lo tanto, por cinco palabras encontradas entre las páginas/recovecos de esta torre fantástica, alguna casi tan difícil de encontrar como la propia entrada a la guarida de los corcovados.

jorobado.- Nada más previsible que comenzar el paseo de hoy por esta palabra, aunque sea una de esas definiciones del DLE que nos hacen dar más vueltas por él de lo que tal vez habíamos previsto.

Porque lo define como corcovado ―que a su vez es quien tiene una o más corcovas― o cheposo ―coloquialmente, el que tiene chepa―. Así que para aclararnos nos dirigiremos al sendero que nos abre su origen etimológico, joroba ―del árabe andalusí ḥadúbba, y este del árabe clásico ḥadabah―… solo para encontrar que esta es a su vez un sinónimo de giba, corcova, chepa.

Seguimos el paseo según está señalizado, para no perdernos, y vemos que giba es a su vez igual a joroba, corcova.

Al llegar por fin a esta última descubriremos que su significado es el de una corvadura anómala de la columna vertebral, o del pecho, o de ambos a la vez.

¿Y qué ocurre con chepa, podrá pensar alguien que se haya quedado atascado en las rotondas del diccionario académico? Pues este nos dice que es, coloquialmente, una corcova o joroba. Círculo cerrado.

Por cierto: giba procede del latín gibba; corcova quizá sea una reduplicación del latín curvus ‘curvo’; y chepa encuentra su origen en el aragonés chepa ‘jorobado’.

choquezuela.- Otro nombre que recibe la rótula, el hueso de la articulación de la tibia con el fémur.

Deriva del diminutivo de chueca ―voz de posible ascendencia vasca: txoko ‘taba’, ‘articulación de huesos’ o, como apunta Corominas, acaso ibérica―, que es el hueso redondeado o parte de él que encaja en el hueco de otro en una coyuntura, como la rótula en la rodilla, la cabeza del húmero en el hombro y la del fémur en la cadera.

Más cercano al significado de la palabra madre, el Diccionario de autoridades (1729) definía choquezuela como «el hueso que juega en la rodilla y en el hombro, que es como media bolilla».

Aportaba, además, un ejemplo muy gráfico en el que dos mujeres, queriendo componer el brazo roto de santa Teresa, tiraron tan fuerte de ella que provocaron el estallido de la choquezuela del hombro.

Al llegar al continente americano nuestro vocablo adoptó una forma nueva: chiquizuela. Se emplea, con carácter popular, en la Argentina y el Uruguay tanto con el significado de rótula o rodilla de una persona como en el de rótula de un animal, generalmente bovino, que suele emplearse para dar sustancia a la sopa. Y en este último país también se aplica al corte de carne que se extrae alrededor de la rótula del animal vacuno.

mentecato.- Adjetivo que según el lexicón académico se predica de quien es tonto, fatuo, falto de juicio, privado de razón; de aquel que posee escaso juicio o entendimiento.

Procede de mentecapto, forma hoy en desuso, que a su vez lo hace del latín mente captus ‘que no tiene toda la razón’; literalmente ‘cogido de mente’.

En nuestro idioma aparece documentado por vez primera en el Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana (1570) de Cristóbal de las Casas, el primero bidireccional con el español y el italiano.

Como derivados el DLE alberga mentecatada, con el significado de dicho o hecho propio del mentecato; mentecatería, con el de necedad, tontería, falta de juicio; y mentecatez, que engloba ambas acepciones.

Además, entre 1803 y 1869 gozaron también de entrada propia el diminutivo mentecatillo y el aumentativo mentecatón.

Fuera del paraguas académico, pero con padrino de la talla de Lope de Vega, que la utiliza en las comedias La cortesía de España y La prueba de los amigos, encontramos también mentecatía, con el mismo sentido que mentecatería. ¿Recurso para ajustar la rima en octosílabos? Quién sabe.

chiribitil.- Un desván, rincón o escondrijo bajo y estrecho. Coloquialmente, también una habitación o cuarto muy pequeño.

Una vez más, la definición del Diccionario de autoridades (1729) aporta algo más de información, pues añadía como ejemplo la parte interior de los tejados y señalaba que en él «es menester andar a gatas o de medio lado».

De chivitil, una forma ya en desuso de nombrar el chivetero, el corral o aprisco donde se encierran los chivos.

Chivo, origen último de nuestra palabra, deriva de chib, voz onomatopéyica de llamada para que el animal, que no es otro que la cría de la cabra, acuda.

Voz que debía de resultar especialmente grata a Carrère ―no en vano aparece hasta en ocho ocasiones en el libro que hoy nos ocupa―, se prodiga en nuestra literatura y la podemos encontrar también en textos de Moratín; Mesonero Romanos; Fernán Caballero; Pérez Galdós; Valera; Pardo Bazán…

Y cerramos esta palabra con una concesión a la nostalgia. Los lectores argentinos de estos paseos que ya peinen canas recordarán sin duda Los cuentos del Chiribitil, la colección de libros infantiles que publicó el CEAL en los años setenta del siglo pasado.

diagridio.- La edición de 1783 del diccionario académico, la última en la que apareció, lo definía como una composición medicinal purgante, que se usaba en las píldoras, y consistía en escamonea preparada con zumo de membrillo o de orozuz.

Cuando se preparaba encerrando el jugo de la planta en el membrillo, haciéndolo cocer en el rescoldo, recibía el nombre de diagridio cidonado; si se mezclaba con extracto de regaliz ―otro nombre del orozuz― tomaba el nombre de diagridio glizirrizado; y si se colocaba al calor del azufre en combustión se llamaba entonces diagridio sulfurado o sulfuroso. Los tres se empleaban como purgantes bastante fuertes y se administraban con gran moderación.

El Diccionario de la lengua española (1917) del filólogo helenista y académico de la RAE José Alemany y Bolufer señala que el nombre procede del latín diagrydium y este del griego dakrydion ‘lágrima pequeña’.

La presencia de este término en La torre de los siete jorobados no deja de resultar excepcionalmente curiosa, pues según muestran los corpus textuales académicos de todas las épocas y lugares en que se ha hablado español, desde los inicios del idioma hasta nuestros días, es la única vez que se ha utilizado literariamente, fuera de textos médicos o farmacológicos.

La cita de hoy

«Lo extraordinario nos envuelve y nos envía mensajes que pocas veces sabemos comprender…».                                                    

La torre de los siete jorobados

Emilio Carrère

El reto de la semana

¿Con qué compositor no habría sido raro encontrarnos en nuestro paseo de hoy, ya que está presente Diccionario de la lengua española en el diccionario y el protagonista de una de sus obras más conocidas guarda relación con los del libro que hoy nos ocupa?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Un paseo que invita a la escapada

16 miércoles Jun 2021

Posted by Sollastre in LIBROS

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Dicen quienes entienden de esto que una de las consecuencias de la pandemia ha sido despertar en nosotros el deseo de escapar de nuestra realidad cotidiana. Fatiga pandémica han dado en llamarlo.

El confinamiento que conllevó dio a muchos la oportunidad de observar su vida, acaso por primera vez, desde una perspectiva nueva: la de no estar enganchados permanentemente a las prisas para no llegar a ninguna parte, al exceso de información sin tiempo para procesarla, a no encontrar tiempo para uno mismo, para vivir, en definitiva.

Esa mirada desde el modo en pausa ha llevado a algunos, según dicen también quienes de esto entienden, a desear dejarlo todo y emprender un tipo de vida más sencillo. En línea, tal vez, con lo que escribiera fray Luis de León en su oda a la vida retirada.

Hablábamos más arriba de un anhelo despertado, no provocado, porque escapar de la sociedad para ser feliz es una idea que ha acompañado al ser humano a lo largo de toda su evolución y sigue presente, de una manera u otra, dentro de cada uno de nosotros.

Esto es algo que conoce bien Antonio Pau, uno de esos pocos a los que se alude en la poesía antes citada y, conexión, figurante en el Madrid de Andrés Trapiello que paseamos hace algunas semanas.

Es, además, el promotor de una nueva disciplina que nos presenta en Escapología, libro donde muestra una treintena de ejemplos con los que los hombres han intentado a lo largo de la historia satisfacer esa aspiración, bien hacia el exterior, bien replegándose sobre sí mismo. 

Hoy llevaremos a cabo nuestra particular escapada interior ensimismándonos en cinco palabras de un texto que es, y así lo avisa a navegantes, una invitación en toda regla a la huida. A ser feliz en ella.

jardín.- Ya ha quedado dicho —página de Bienvenida— que nos gusta imaginar el diccionario como un jardín.

El Diccionario de la lengua española lo define en su primer sentido como un terreno donde se cultivan plantas con fines ornamentales.

Muestra asimismo otras dos acepciones: la de retrete o letrina, especialmente en los barcos, definición en la que el paseante no deja de atisbar una cierta ironía, y la de una mancha en la esmeralda que se tiene por defecto de esta.

Si consultamos el Diccionario de americanismos encontramos que se llama así también a un centro de diversión y baile, a un establecimiento donde se venden plantas y lo necesario para la jardinería, a una zona exterior en el campo de béisbol o a un establecimiento educativo para niños que aún no están en edad escolar.

Este último está también recogido en el DLE con los nombres de jardín de infancia, de infantes o infantil, calco del alemán kindergarten, que podemos encontrar en sus páginas castellanizado y escrito, por lo tanto, en letra redonda. El término fue acuñado en 1840 por el pedagogo alemán Friedrich Fröbel para su método educativo destinado a los más pequeños.

Y jardín, ¿de dónde procede? Del francés jardin, diminutivo del francés antiguo jart ‘huerto’, y este del franco *gard ‘cercado’.

Si es cierto que resulta agradable pasear por uno de ellos no lo es tanto meterse en un jardín, locución que significa complicarse la vida sin necesidad. Procede del mundillo teatral, donde se aplica al actor que improvisa tanto que termina por perderse y no saber volver al texto original. 

cábala.- Del hebreo qabbālāh ‘tradición’, término con que se designaron originalmente las escrituras posteriores a Moisés.

Inicialmente hace referencia a una serie de doctrinas místicas que, a través de enseñanzas esotéricas transmitidas por vía de iniciación, interpretan la Biblia judía con el objetivo de descubrir la vida oculta de Dios y los secretos de su relación con su creación.

En Castilla existió una importante tradición cabalística medieval que alumbró una de las obras cumbres de la cábala: el Zóhar o Libro del esplendor. Escrito a finales del siglo XIII por Moisés de León, es el único libro de la literatura rabínica posterior al Talmud que se convirtió en un texto canónico. 

Nuestra palabra fue incorporando posteriormente otros significados, más empleados hoy en día:

Conjetura o suposición, empleado generalmente en plural: hacer cábalas.

Intriga, maquinación, empleada de manera coloquial.

Cálculo supersticioso para intentar adivinar algo.

La palabra llegó con este último sentido hasta la otra orilla del español —y además con la forma kábala—, donde puede referirse a una superstición basada en el uso de algún amuleto o ritual para atraer la buena suerte; a ese mismo amuleto o ritual; y, en general, a cualquier forma de predicción o creencia supersticiosa.

En el mundo de las peleas de gallos se utiliza en plural, en Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico, para referirse a ciertas supersticiones premonitorias de algunos galleros que apuestan basados en ciertas características del animal que consideran de buena o mala suerte.

desierto.- Derivado del latín desertus ‘desierto, abandonado, sin cultivar’, puede referirse tanto a un lugar despoblado como, más usualmente, un territorio arenoso o pedregoso, que por la falta casi total de lluvias carece de vegetación o la tiene muy escasa.

Bien podría parecer que Covarrubias pensaba en el leitmotiv de este paseo cuando escribió en su Tesoro de la lengua castellana (1611) que «allí se retiran los santos padres ermitaños y monjes y en la primitiva iglesia estaba poblado de santos».

Como adjetivo se predica de lo que está solo, despoblado, sin habitar, y del certamen, concurso o subasta que no tiene adjudicatario o vencedor.

En el lenguaje jurídico se habla de licitación desierta cuando en una adjudicación de contratos públicos ninguna de las ofertas cumple los requisitos para ser admitida; de remate desierto, en Colombia, cuando nadie hace ninguna en una subasta judicial; y de la declaración de desierto, que pone fin a la tramitación de un recurso por incumplir el recurrente algún trámite procesal.

Coloquialmente clamar o predicar en el desierto es hablar o advertir de algo sin que nadie haga caso, tratar en vano de convencer a quienes no están dispuestos a atender a razones. Son locuciones de origen bíblico, inspiradas en la figura de Juan el Bautista.

Dar voces en desierto alude al hecho de cansarse en balde, trabajar inútilmente.

Y creerse la última Coca Cola del desierto se emplea en algunos países americanos para referirse a alguien que se cree mejor o más importante que el resto.

claustro.- Del latín medieval claustrum ‘claustro de un monasterio’, ‘monasterio’, en latín ‘cerradura’, ‘lugar cerrado’, derivado de claudĕre ‘cerrar’.

Una primera acepción nos remite a la galería cubierta que cerca con arquerías o columnas el patio principal, con frecuencia cuadrangular, de una iglesia o convento.

Elemento esencialmente monástico, su desarrollo pertenece a los siglos XI y XII, cuando florece la arquitectura monasterial. Los corredores o galerías que lo componen se denominan pandas.

Con este significado el DLE recoge asimismo la forma claustra, de la que el Diccionario de Autoridades (1729) indicaba ya que era anticuada.

Se llama también claustro al estado monástico, sentido con el que se relacionan los derivados inclaustración, ingresar en una orden monástica y exclaustración y exclaustrar, permitir u ordenar a un religioso que abandone dicho estado.

Es asimismo el nombre que reciben el conjunto de profesores de un centro docente o la reunión que mantienen.

En el caso de la universidad es un órgano colegiado que interviene en su gobierno y ostenta su máxima representación. Sus miembros, los claustrales, pertenecen a todos los estamentos de la comunidad universitaria: docentes, estudiantes y personal de administración y servicios.

El sentido de claustro como cámara o cuarto se encuentra en desuso.

Y terminamos con lo que en realidad es un principio: el claustro materno, otra forma de llamar al útero.  

bosque.- Sitio poblado de árboles y matas.

Es término de origen incierto, tomado según Corominas del catalán o el occitano. Fuera cual fuese la primigenia, hay otras lenguas que han encontrado un hueco en nuestro diccionario para su propio bosque:

El griego aportó dasonomía, el estudio de la conservación, cultivo y aprovechamiento de los montes, a partir de dásos ‘bosque espeso, espesura’. O dasocracia, una parte de ella.

El latín, entre otras, soto, lugar poblado de árboles y arbustos, de saltus ‘bosque, selva’ o laurisilva, un bosque típico de Canarias y Madeira, desde lauri silva ‘bosque de laurel’.

El francés antiguo forest, hoy forêt ‘bosque’, está en el origen de deforestar.

Desde el malayo llegó el orangután, un mono antropomorfo propio de las selvas de Borneo y Sumatra, compuesto de orang ‘hombre’ y hūtan ‘bosque’.

Del afrikáans, la variedad del neerlandés que se habla en Sudáfrica, procede bosquimano o bosquimán, miembro de una tribu que habita al norte de la región del Cabo, a partir de boschjesman; literalmente ‘hombre del bosque’.

Y gracias al árabe andalusí alḡába, derivado del árabe clásico ḡābah, tenemos algaba: bosque, selva.

Para terminar, algunas acepciones más de bosque en castellano: abundancia desordenada de algo, confusión, cuestión intrincada; figuradamente, una barba, una cabellera, espesa y enmarañada; y, volviendo a América y al béisbol, en algunos países se llama también así a la zona del campo de juego conocida como jardín.

La cita de hoy

«La huida, como búsqueda de la felicidad, no puede ser nunca una trayectoria rígida. Eso iría en contra de su propia esencia felicitaría. La huida se puede interrumpir, abandonar y reorientar. La huida es esencialmente maleable». 

Antonio Pau

El reto de la semana

¿En qué edificio imaginario, que encontramos en el Diccionario de la lengua española, podríamos refugiarnos hoy para seguir proyectando sin distracciones nuevos paseos?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Paseando Madrid con Andrés Trapiello

12 miércoles May 2021

Posted by Sollastre in LIBROS, Madrid

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Hace unos días el paseante, que vive en uno de los extremos de la ciudad, se vio en la tesitura de tener que desplazarse al centro —«bajar a Madrid» lo llama Carmen—. Y la pereza que eso le produce desde que no tiene la obligación de hacerlo cotidianamente se apoderó de él por un instante.

Sin embargo, el engorro que en un primer momento supuso el tener que cumplir, recoger más bien, aquel encargo le permitió recuperar algo que hacía mucho tiempo que no disfrutaba: deambular por unas calles que siempre le traen recuerdos de otros tiempos y en las que nunca deja de encontrar aspectos nuevos. Así, sin prisa, fue asomándose a viejos y nuevos escaparates; comprobó que los pingüinos de la Cruz Blanca habían regresado a la calle Fernando VI; entró en una galería a contemplar fotografías para él inéditas de Chema Madoz… y así hasta rematar su paseo en una de sus librerías favoritas, de donde salió con un ejemplar de Madrid, lo último de Andrés Trapiello.

Ya en el trayecto de regreso cayó en la cuenta de que un rato antes había estado a tiro de piedra del domicilio del autor y de la conexión de este con el nombre de la librería: Cervantes y Compañía, personajes estos, el propio don Miguel y su elenco, sobre los que tanto ha escrito.

Engarces que se fueron extendiendo en los días siguientes según se adentraba en el texto, como el hecho de que la librería está en la calle del Pez, que aparece citada en el libro y que es prolongación de la de los Reyes, antiguo nombre de aquella en la que vive el propio Trapiello; la presencia, negro sobre blanco, de conocidos comunes; palabras que ya hemos visitado: mancerina, sicalipsis, zarabanda, galimatías…; y, muy especialmente, encontrar algunos nombres que nos han servido de inspiración por aquí: Valle-Inclán, Baroja, Carrère.

Si a ello unimos lo mucho que hemos disfrutado con este libro inclasificable, dos almas en un cuerpo en el que cada una nos va guiando por historias y vida de la otra, en una mezcla que refleja bien la esencia de este poblachón manchego que es la capital de España, es natural que terminara por convertirse en uno de estos paseos por el tumbaburros, como diría un mexicano.

Recorreremos hoy, pues, cinco palabras encontradas tras echarnos al coleto este Madrid cuya lectura, huelga decirlo, recomendamos a todos quienes sientan siquiera un pellizco de curiosidad por esta ciudad indescriptible. Sugerencia que hacemos con el mismo espíritu con el que cuando un amigo va a viajar a nuestro pueblo le remitimos a alguien allí —un familiar, otra de nuestras amistades— en el convencimiento de que la visita le aprovechará más y disfrutará más de ella.

P. S. Le ha hecho ilusión al paseante encontrar en estas páginas a Manuel Arroyo-Stephens, a quien en su momento dedicamos una de estas entradas con motivo de su libro Pisando ceniza. Falleció el año pasado, de triste recuerdo por tanto motivos. Descanse en paz.

arrabal.- Reciben este nombre tanto un barrio fuera del recinto de la población a que pertenece como cada uno de los sitios extremos de una población o una población anexa a otra mayor. En tiempos también se empleó, y así lo podemos leer en Lope de Vega o Tirso de Molina, en sentido figurado y jocosamente con el significado de nalgas.

Covarrubias (1611), con ese lenguaje al que de vez en cuando nos gusta retornar por aquí, lo definía así: «Es el barrio que está fuera de los muros de la ciudad pegado a ella, y los arrabales se pueblan de gente común y de bullicio, que por más libertad de sus tratos viven fuera, y en rigor de gente multiplicada que, no teniendo sitio en la ciudad, se salen a edificar fuera».

Proviene del árabe andalusí arrabáḍ, y este del árabe clásico rabaḍ.

Existía también la forma antigua arrabalde, que ya en 1791 subrayaba el DLE que era patrimonio de los rústicos de Castilla la Vieja y Pamplona. Terminó por caer definitivamente en desuso y perdió a principios de este siglo su lugar en el diccionario. Rabal, sin embargo, con el mismo origen y significado que la palabra que nos ocupa, lo ha mantenido hasta hoy.

De arrabal deriva arrabalero, en ocasiones abreviado como rabalero, que, además de designar a alguien que habita en él, se predica de quien en su comportamiento y lenguaje da muestras de ordinariez y desvergüenza. Es insulto liviano que suele aplicarse más a las mujeres, tal vez por la suposición tradicional de que tienen una mayor finura en el trato.

Contamos también con la locución contar una cosa con linderos y arrabales, que se empleaba para referirse en tono familiar a que ese referir se hacía de manera demasiado prolija, descendiendo hasta el último detalle.

bibelot.- Figura o cualquier otro objeto pequeño y generalmente de no mucho valor que se tiene como adorno, dentro de una vitrina o encima de un mueble, por ejemplo. Gonzáles Ruano, otro de los figurantes de esta obra, los llamaba giliporcelanas.

Es término tomado del francés —idioma en el que puede emplearse también, con un matiz peyorativo, referido a un artículo de poco gusto— bibelot. Muy probablemente, según las propias fuentes galas, encuentre su origen en la raíz onomatopéyica bib-, que hace referencia a objetos menudos, y el sufijo –elot, a partir del antiguo francés beubelet, con el mismo sentido, procedente a su vez del anglonormando baubel, igualmente con idéntico significado.

En Venezuela adquiere también la acepción específica de cosa preciosa, alhaja, otra de las que recibe en la lengua del país vecino.

Tiene allí algunas más, de entre las cuales incorporaremos a este paseo una perteneciente al campo de la tipografía, que tan caro le resulta a nuestro guía de hoy: pequeños trabajos sin especial complejidad, como facturas, invitaciones, anuncios, tarjetones, prospectos, etc.

Aunque no se incorporó al DLE hasta la penúltima edición, la de 2001, podemos encontrar esta palabra ya en la obra de escritores como Unamuno, Valle-Inclán o Baroja, quien, con la mordacidad que le caracterizaba, afirmó de Juan Valera, otro de los personajes que pasan, este apenas de puntillas, por las páginas que nos ocupan: «Don Juan Valera tenía gracia y malicia, pero era un fabricante de bibelots y no quería salir de ahí». Le reprochaba que, habiendo pasado años en las cortes de Viena y San Petersburgo, se ciñera en sus narraciones a ámbitos muy locales y cuestiones de menor enjundia.

maravedí.- Moneda antigua española en uso de 1172 a 1854. A lo largo de los siglos tuvo diversos valores y fue empleada como unidad de cuenta. Cuando desapareció equivalía a 1/34 de real.

También se denominó así a un tributo que, cada siete años, pagaban al rey los aragoneses cuya hacienda valía 10 maravedís de oro, y a otro cobrado en Mallorca.

Es voz que se ha documentado de antiguo con tres plurales: el antecitado maravedís, que ha sido siempre el más empleado, maravedíes y maravedises, que la Academia desaconseja «por su apariencia vulgar».

Deriva del árabe andalusí murabiṭí ‘relativo a los almorávides’, y este de mitqál murabiṭí ‘dinar [de oro]’.

Fue asimismo conocida como moravedí, morabetino, morbí, moravedín, morbidil, moravidí…

De ella derivó maravedinada, nombre en otros tiempos de una medida de áridos.

Con una presencia tan dilatada en la vida de nuestro país no es de extrañar que terminara incorporándose a ese saber del pueblo que es el refranero, donde encontramos ejemplos como Ahorrar para la vejez, ganar un maravedí y beber tres, que censura a los que gastan más de lo que tienen; Do el maravedí se deja hallar otro allí debes buscar, que enseña que donde hemos obtenido algún beneficio es donde resultará más fácil obtener otro, o Más vale blanca de paja que maravedí de lana, para indicar que hay cosas baratas que aprovechan más que otras de mayor precio —la blanca era otra moneda antigua que en algunas época equivalía a medio maravedí—.

corretaje.- Palabra documentada desde 1548 en nuestro idioma, adonde llegó desde el occitano antiguo corratatge, y este de corratier ‘corredor’ y -atge ‘-aje’, sufijo que en este caso designa un derecho que se paga.

El Diccionario de la lengua española nos ofrece dos significados: por una parte, es la comisión que reciben los corredores de comercio sobre las operaciones que realizan; por otra, la diligencia y trabajo que estos ponen en los ajustes y cuentas.

La edición de 1832, la primera en la que apareció, incluía la traducción latina de ambas acepciones: proxeneticum para la primera; proxenetæ opera, industria para la segunda. Esto puede resultarnos chocante teniendo en cuenta el significado de proxeneta en castellano, pero no lo es tanto si recordamos que este viene del latín proxenēta, ‘mediador, intermediario’, ‘comisionista’.

El DLE recoge también el contrato de corretaje, llamado también de comisión en derecho mercantil, que el Diccionario panhispánico del español jurídico define como aquel por el que una de las partes se obliga a indicar a otra la oportunidad de concluir un negocio jurídico con un tercero, promoviendo y facilitando su celebración, sirviéndole como intermediario a cambio de una prima.

En América encontramos una palabra homógrafa. En Cuba alude tanto a una huida desordenada de personas en distintas direcciones como a una situación de actividad intensa ante una tarea difícil, mientras que en Honduras, donde se emplea en el habla culta, es la renta que paga el que alquila tierra al dueño, generalmente en granos, en frutos o dinero. 

morgue.- La entrada correspondiente en el lexicón académico se limita a remitir a depósito de cadáveres, el lugar, generalmente provisto de refrigeración, donde se depositan los cadáveres que, por motivo de investigación científica o judicial, no pueden ser enterrados en el tiempo habitual.

Esto es así en lo que respecta a España, porque en Colombia es un anfiteatro anatómico, un sitio destinado a la disección de cadáveres con fines científicos o de investigación criminal, mientras que en Chile es como se denomina al local policial donde se depositan los cuerpos muertos de los desconocidos.

También en el español, o tal vez sea más exacto decir los españoles, de América, encontramos que en algunos países se utiliza morgue para referirse a una persona muerta.

Encuentra su origen en la palabra homógrafa francesa que significa ‘actitud, semblante altivo y despectivo’ y que deriva de morguer, forma en desuso y literaria para referirse a ‘tratar con arrogancia’, particularmente con la mirada.

Inicialmente se llamó morgue en Francia a un espacio a la entrada de la prisión donde permanecían algún tiempo los que ingresaban en ella, para que los carceleros pudieran observarles con detenimiento y así poder reconocerlos posteriormente. Para quedarse con su cara, podríamos decir coloquialmente. Como quiera que entonces no existían ni fichas policiales ni documentos de identidad también en ocasiones acudían ciudadanos para intentar establecer la identidad de los detenidos.

Con el tiempo las autoridades pensaron que este podía ser una buena forma de identificar a los fallecidos anónimos que aparecían en las calles de París o, con frecuencia, en el fondo del Sena, por lo que habilitaron una sala en el Grand Chatêlet para exhibir esos cadáveres. Y a partir de ahí hasta su significado actual.

La cita de hoy

«El secreto de Madrid es que Madrid no existe».         

Tomás Borrás

El reto de la semana

¿Con qué expresión coloquial, recogida en el Diccionario de la lengua española, podríamos, con toda lógica, despedir el paseo de hoy?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

De paseo por la ruta emocional de Madrid

12 viernes Mar 2021

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Ocurre a menudo por aquí que al pasear por una palabra esta termine por conducirnos, por un camino no por otro, a una nueva visita a ese jardín, siempre florido y siempre por descubrir, que es el diccionario. Lo que volvió a suceder hace unas semanas cuando al asomarnos a «gafe» nos vino a la memoria un antiguo artículo de Emilio Carrère: Los gafes y sus funestas consecuencias.

Carrère. El último gran bohemio que sin embargo no lo era; el cronista oficial de la villa de Madrid; el enemigo de los automóviles que se compró uno que nunca aprendió a conducir; el poeta modernista que quiso ser astrónomo; el empleado absentista del Tribunal de Cuentas; el jugador impenitente…

Pero, por encima de todo, el fiel paseante nocturno de Madrid, la ciudad que le vio nacer en las postrimerías del siglo xix y cuyas calles recorría embozado una y otra vez hasta el amanecer. Un Madrid que iba desapareciendo progresivamente delante de él, desvaneciéndose ante su mirada, mientras la piqueta del progreso avanzaba ineluctable tras sus pasos hasta conseguir darle alcance y, por fin, superarlo.

¿Qué mejor compañía, entonces, para emprender un nuevo paseo que este escritor tan popular en su momento y hoy olvidado? Para ello contamos con una bellísima guía —o antiguía, como sugieren los editores—: su Ruta emocional de Madrid, poemario que vio la luz en 1935 y que ahora resucitan, ¿quiénes si no?, los responsables de La Felguera. Lo que nos sirve, además, para recordar el que hicimos, gracias también a ellos, por las calles siniestras con Pío Baroja.

Trasladémonos entonces ya al Madrid del primer tercio del siglo xx, envolvámonos en la capa, calémonos el chapeo, ataquemos la pipa y salgamos al encuentro de cinco palabras desperdigadas por la ciudad que, como rezaba el viejo lema, fue sobre agua edificada y cuyos muros de fuego eran.

ciprés.- Árbol conífero de la familia de las cupresáceas. De tronco recto y ramas erguidas y cortas pegadas a él, alcanza de 15 a 20 metros de altura.

También se conoce como aciprés, forma desusada, y, poéticamente, como cipariso.

Quizá del occitano cipres, y este del latín tardío cypressus —latín clásico cupressus—, cuya y se debe a la influencia del griego kypárissos.

Consagrado por los griegos a Hades, su deidad infernal, los latinos prolongaron ese simbolismo en su culto a Plutón, y dieron al árbol el sobrenombre de fúnebre. Los romanos envolvían los cadáveres con sus hojas y ramas y una de estas se colocaba en la puerta de la casa cuando había fallecido algún familiar.

En la actualidad conserva este sentido y se tiene por propio de cementerios. Su nombre se emplea como símbolo de la tristeza o del humor sombrío, como cuando se dice de alguien que «tiene cara de ciprés».

Árbol, si se me permite, de honda raigambre en la literatura en castellano a través de la historia —lo encontramos en autores tan dispares como don Juan Manuel, Tirso de Molina, Fernando de Rojas, Lope de Vega, Valle-Inclán o los hermanos Machado—, en el siglo xx dio título a obras tan conocidas como La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes, Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella, o el poema El ciprés de Silos, de Gerardo Diego.

palurdo.- Adjetivo despectivo: tosco, rústico, grosero, ignorante, que se aplica también a lo que es propio o característico de la persona palurda. En un principio se daba este nombre a la gente del campo y de las aldeas.

En la zona de Jerez de la Frontera se sigue calificando así al cateto, a quien está poco habituado al trato urbano y en la localidad navarra de Corella se aplica a una persona indolente, perezosa.

En el Ecuador se predica, en el mundo rural, de una caballería de carga que es lerda.

Tomado del francés balourd ‘tonto’, ‘obtuso’, con la inicial cambiada, según indican Corominas y Moliner, por influjo de palabras castellanas con igual significado y la misma inicial como paleto, páparo, payo o patán.

Sobre su procedencia existen dos hipótesis: una la sitúa en lourd, con el mismo significado antiguamente, hoy ‘pesado’, al que se añade el prefijo peyorativo bes-; la segunda, en el italiano balordo ‘necio’, ‘estúpido’.

Balourd hace también referencia, en lenguaje jergal, a algo falso: documentos, cuadros, joyas… En Chile un balurdo es un fajo de papeles con apariencia de billetes de dinero, utilizado para cometer estafas; en Argentina, una situación difícil, complicada o un lío, un desorden; y en el archipiélago canario se llama así a quien es holgazán.

zahorí.- Persona a quien se atribuye la facultad de descubrir lo que está oculto, especialmente manantiales subterráneos. Antiguamente se creía que la capacidad para encontrar algo bajo tierra se veía anulada si el objeto estaba cubierto por un paño azul.

Se aplica también con sentido figurado a alguien perspicaz y escudriñador, que descubre o adivina fácilmente lo que otros sienten o piensan.

Del árabe andalusí *zuharí, y este del árabe clásico zuharī ‘geomántico’, derivado de azzuharah ‘el planeta Venus’, a cuyo influjo atribuían algunos este arte, acaso por la semejanza de procedimientos entre los astrólogos y los zahoríes.

Estos desarrollan su labor por medio de la radiestesia —también llamada rabdomancia o rabdomancía—, que el DLE define como una sensibilidad especial para captar ciertas radiaciones.

Cuando el objetivo de la búsqueda es una vena metalífera llevan en la mano un trozo del mismo metal a encontrar, llamado testigo.

Como ha ocurrido con tantas otras voces esta siguió su propio camino cuando llegó a América, donde encontramos que en Puerto Rico un zahorí, o zajorí, es un niño inquieto, hiperactivo; que un sahurín, en Honduras, es una persona que cura y adivina el futuro; que alguien con esa capacidad de adivinación recibe en México el nombre de saurín; y que sajurín hace referencia en El Salvador a un niño travieso y en Nicaragua, también en la forma zajurín, a alguien que dice saberlo todo o que adivina lo oculto.

bigardo.- Aunque la primera acepción que ofrece hoy el DLE es la de vago, en un principio se aplicaba como insulto a algunos religiosos con el significado que muestra la segunda: la de alguien vicioso y de vida licenciosa.

En 2001 el diccionario académico incorporó una tercera, sin duda la más empleada en la actualidad: forma coloquial y despectiva de referirse a una persona alta y corpulenta.

El nombre procede de begardo, seguidor en la Edad Media de ciertas doctrinas en línea con las de los gnósticos e iluminados. Corrientes de una nueva religiosidad crítica con una iglesia demasiado mundana, los beneficios eclesiásticos y la familia tradicional fueron declarados heréticos por su oposición a las reglas convencionales y a la disciplina de la jerarquía eclesiástica más que por cuestiones doctrinales. Con el tiempo, ya en el siglo xv, eran considerados más bien como parásitos sociales dada su opción por una vida de mendicidad.

Begardo encuentra su origen en el francés begard, y este en el neerlandés beggaert ‘monje mendicante’, palabra de origen incierto que podría derivar del también neerlandés *beggen ‘recitar las oraciones en tono monótono’, a partir del flamenco beggelen ‘charlar en voz alta’.

De bigardo tenemos los derivados bigardía ‘hipocresía’, ‘disimulo’, ‘fingimiento’ y bigardear, que dicho coloquialmente de una persona es andar vaga y mal entretenida.

sacramento.- En la religión católica, cada uno de los signos sensibles —palabras y acciones— instituidos por Cristo para comunicar su gracia obrando un efecto espiritual en las almas. Son los siguientes:

Bautismo.

Confirmación, también llamado crismación.

Eucaristía, comunión o sacramento del altar. Cuando se administra a enfermos que están en peligro de muerte se denomina viático.

Penitencia, confesión, reconciliación o tribunal de la penitencia.

Unción de los enfermos o extremaunción.

Orden sacerdotal o, sencillamente, orden.

Matrimonio, poéticamente connubio.

En esta misma fe el Sacramento, escrito según la Academia con mayúscula inicial, es el propio Cristo sacramentado en la hostia.

Tiene también otras acepciones poco empleadas en nuestros días: la de afirmación o negación de algo poniendo por testigo a Dios y la de algo misterioso, recóndito, de donde la locución hacer un sacramento, con el significado de hablar con misterio.

Nuestra palabra se emplea también con significados culinarios: en Argentina da nombre tanto al bocado generalmente conocido como medianoche como a un bollo rectangular recubierto con azúcar, mientras que en España se llama coloquialmente sacramentos al acompañamiento cárnico —chorizo, costilla, panceta, morcilla…— en ciertos platos de legumbres, como la fabada.

La cita de hoy

«Si es Madrid la sirena que hechiza y que envenena,

es la puerta del Sol la voz de la sirena

que llega al más remoto rinconcito español».             

Emilio Carrère

El reto de la semana

Y continuamos sin salir del mundo animal en los retos. ¿Por qué no sería extraño haber pensado en cetáceos durante nuestro paseo de hoy?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Un paseo por El infinito en un junco

04 miércoles Nov 2020

Posted by Sollastre in LIBROS

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Los japoneses denominan tsundoku a esa sensación que produce tener apilados en casa libros que no se han leído y que tal vez nunca lleguen a serlo. Aunque también hay muchos de ellos que solo esperan que el poseedor encuentre el momento oportuno para hacerlo.

Esto es lo que le ocurrió recientemente al paseante, cuando tuvo por fin tiempo y calma suficientes para abordar un ejemplar cuya lectura llevaba meses postergando por, como suele decirse, causas ajenas a su voluntad en este año tan anómalo.

¿Título?: El infinito en un junco. ¿Autora?: Irene Vallejo. Y ahora llega lo más difícil de estas líneas introductorias del paseo de hoy: ¿qué decir de un libro que ha recibido todo tipo de elogios; cuyas ediciones se suceden a ritmo de vértigo; acreedor de premios aquí y allá; del que ya se ha dicho y escrito casi todo…? Creo que me limitaré a una idea: si en muchas ocasiones, tras haber leído un libro, ha tenido uno la sensación de que le habría gustado escribirlo él, tras hacer lo propio con El infinito en un junco —y confiesa aquí que nada más terminarlo comenzó a releerlo, con la impresión de haberse dejado muchas cosas en el tintero— el paseante sintió que lo que en realidad le habría gustado era «ser» este libro y que alguien le hubiera escrito así.

Pasearemos hoy por cinco palabras espigadas en unas páginas que nos recuerdan que la historia de los libros, hasta haber podido llegar al tsundoku del que hablábamos al inicio, es la de una sucesión de acontecimientos casi milagrosos: la supervivencia de algunos de ellos —apenas un 1 % del total— desde el mundo clásico hasta nuestros días; la invención del alfabeto; la de soportes como el papiro… En definitiva, no se pierdan este apasionante viaje a través de los siglos: aventuras no van a faltar.

cálamo.- El diccionario académico refleja que esta voz designa a un tipo de flauta antigua; a la parte inferior hueca del eje de las plumas de las aves, que se inserta en la piel; a una caña, en tanto que tallo de las gramíneas; a una pluma de ave o de metal para escribir —estas dos últimas acepciones en sentido poético— y, en botánica, a un tallo herbáceo cilíndrico y liso, sin nudos ni hojas.

Procede del latín calămus y para seguir su génesis nos vamos a apoyar en el latinista Emilio del Río, quien explica que la palabra se aplicaba en un principio a la caña que crece junto a los ríos. Esta se secaba, se cortaba oblicuamente y se afilaba para poder escribir con ella. Es decir, primero significó caña y después el instrumento de escritura elaborado con ella. Más tarde, cuando comenzaron a emplearse plumas de ave para este cometido ambos se identificaron hasta el punto de que, como acabamos de ver, se llama cálamo a la sección de ellas pegada al animal. Y a partir de ahí se dice que la parte de un vegetal o de un animal que tiene forma de cañón de pluma de ave es calamiforme.

Pero para escribir hacía falta además tinta, que se obtenía de un cefalópodo y que se llamó tincta calamaris, es decir, ΄tinta para el cálamo΄, lo que andando el tiempo, como ya se habrá imaginado quien esté acompañándonos en este paseo, derivó en que el animal de marras fuera conocido como calamar.

La locución adverbial latina calamo currente, literalmente ΄corriendo la pluma΄, que también encontramos en el DLE, alude al hecho de escribir algo sin reflexión previa, de improviso y con presteza.

filípica.- Palabra cuyo protagonista a buen seguro habría preferido que no hubiera llegado a formar parte de nuestro idioma. Ni de otros como el inglés —philippic—, adonde llegó a mediados del siglo xvi desde el francés —philippique—, o el italiano —filìppica—.

Da nombre a una invectiva, a una censura áspera y desabrida, acre.

Proviene del latín Philippicae [orationes] ΄[discursos] sobre Filipo΄, traducción del griego Philippikoi [logoi], con el mismo significado, en referencia a los escritos y pronunciados por el político y orador ateniense Demóstenes (384 a. C.-322 a. C.) avisando del peligro que el poder creciente de Filipo II de Macedonia, el padre de Alejandro Magno, suponía para Atenas y el resto de ciudades griegas y exhortando a sus conciudadanos a hacer frente a la amenaza.

Años después Cicerón (106 a. C.-43 a. C.), gran admirador del ateniense, llamaría también filípicas a sus discursos contra Marco Antonio.

Entre ambos oradores se produce un curioso paralelismo en nuestro diccionario, pues, como ya vimos al pasear con Comunicación para ganar, este alberga también catilinaria, un escrito o discurso vehemente dirigido contra alguien, que encuentra su origen en los que el romano dedicó su rival Catilina.

Aindamáis, si Cicerón ha dado lugar —amén de a otros como cícero y cicerone—, al término cicerón,con el sentido de persona muy elocuente, el DLE otorga exactamente esta misma definición a demóstenes.

atlas.- Del griego Átlas, a través del latín Atlas, nombre de un gigante de la mitología grecolatina condenado por Zeus a soportar sobre sus hombros la bóveda celeste por toda la eternidad.

Se trata de una colección de mapas geográficos, históricos, etc., encuadernados en forma de libro. Recibió este nombre porque en esas compilaciones solía dibujársele en la portada. Corominas indica que la difusión del término en el léxico moderno se debió al célebre conjunto cartográfico de Mercator Atlas sive Cosmographicae meditationes de fabrica mundi et fabricati figura (1595), en el que figuraba al inicio, efectivamente, nuestro héroe.

Se llama también así a una colección de láminas descriptivas de una materia que suele aparecer encuadernada, en ocasiones separada del texto principal al que acompaña.

En el campo de la anatomía atlas da nombre a la primera vértebra de las cervicales, acepción que se explica por su función: servir de soporte de la cabeza.

Para finalizar esta entrada el Diccionario de la lengua española nos habla del atlas lingüístico, que consiste en una serie de mapas que muestran las zonas geográficas en las que se emplean determinados vocablos, fonemas, etc.

El Atlas Lingüístico de la Península Ibérica fue un ambicioso proyecto concebido en los primeros años del siglo xx por Menéndez Pidal, plan malogrado por la Guerra de España (1936-1939): habría que esperar a 1962 para que se editara el único volumen publicado hasta la fecha.

sainete.- Voz que reúne diversos significados.

En el mundo del teatro hace referencia tanto a una obra, frecuentemente cómica, de ambiente y personajes populares, como a una en un solo acto, de carácter burlesco, que se representaba en el intermedio o al final de una función.

Coloquialmente se predica asimismo de una situación o acontecimiento que resultan grotescos o ridículos y en ocasiones tragicómicos.

En cetrería se denominaba así al pedazo de gordura, de tuétano o de sesos con el que el halconero regalaba al ave cuando la cobraba.

Y en el ámbito culinario sirve tanto para hablar de un bocadito de cualquier cosa, agradable y gustoso al paladar, del sabor suave y delicado de un manjar o de una salsa o condimento que se añaden a algunas comidas para que resulten más apetitosas.

Enlazando con esta última idea de mejora encontramos que sainete es también una cosa que realza la gracia o el mérito de otra, de suyo agradable, o un adorno especial en vestidos u otras cosas.

Pero no termina aquí nuestro listado, pues si nos acercamos a América comprobamos que en Cuba es una recriminación violenta, mientras que en Argentina se trata de una variedad rioplatense de la obra de teatro española.   

Tiene origen en el diminutivo de saín, grosura, sustancia crasa o mantecosa de un animal, procedente del latín vulgar *sagīnum, y este del latín clásico sagīna ΄engorde de animales΄, ΄gordura, calidad de gordo΄.

utopía.- Representación imaginaria de una sociedad humana armónica y también algo deseable que parece de difícil realización.

Del latín moderno Utopia, isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro (1478-1535) en la obra del mismo nombre (1516), a partir del griego ou ‘no’, tópos ‘lugar’ y el latín -ia ‘-ia’.

De ella derivan los adjetivos utópico y utopista, así como los sustantivos utopismo, tendencia a la utopía,y el reverso de la moneda: distopía, la representación figurada de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana. Del latín moderno dystopia, formado a partir del griego dys- ‘dis-‘, en el sentido de dificultad, anomalía, y utopia ‘utopía’.

La etiqueta socialismo utópico engloba aquellas corrientes del pensamiento socialista previas a la llegada del marxismo, algunas de las cuales han dejado huella en nuestro diccionario.

Así, sansimonismo hace referencia a la doctrina de Claude-Henry de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825) y sansimoniano a lo relativo a ella o a un partidario suyo.

Por su parte, furierismo es el sistema de organización social propuesto por Charles Fourier (1772-1837), que excluía la propiedad privada y la familia, y que agrupaba a las personas en falansterios. Falansterio, que da nombre tanto a la comunidad autónoma de producción y consumo ideada por él como al edificio en que, según su sistema, habitaba cada una de las falanges en que dividía la sociedad. Él mismo acuñó esta palabra, phalanstère en francés, a partir de phalan[ge] ΄falan[ge]΄ y [mona]stère΄[mona]sterio΄. El partidario del furierismo o lo relativo a él es conocido como furierista.

La cita de hoy

«Creo que los libros describen a las personas que los tienen entre las manos».   

Irene Vallejo

El reto de la semana

¿Qué tipo de reunión, en la que brindaríamos incluso etimológicamente por él, podríamos organizar los muchos fanes de este libro para reflexionar sobre él?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄).

Un paseo muy casquero

14 martes Jul 2020

Posted by Sollastre in Casquería, GASTRONOMÍA, LIBROS

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Hace ya cinco años dedicábamos un paseo visceral a un restaurante abierto pocas semanas antes: La Tasquería, la apuesta profesional y casi nos atreveríamos a decir que vital de un joven cocinero, Javi Estévez, con un planteamiento arriesgado —como todos los que merecen la pena, por lo tanto—: servir únicamente, o casi, platos que tuvieran como principal ingrediente algún elemento de casquería. Un local que, además, contaba ya a priori con la complicidad del paseante debido al juego de palabras que refleja su nombre.

La idea, audaz, como decíamos, consistía en recuperar la tradición «casquera» —y lo escribimos entre comillas porque la RAE no recoge este adjetivo en relación a la casquería— de Madrid a la vez que se daba una vuelta de tuerca para ponerla al día aprovechando todas las posibilidades que ofrece, en técnicas y productos, la gastronomía de nuestros días.

Cinco años después aquel proyecto es una realidad consolidada que cuenta incluso con el reconocimiento de una estrella Michelin. Y tras su reapertura tras el obligado cierre debido a la pandemia que nos afecta, los que nos enamoramos de este concepto y de sus creaciones desde que lo conocimos hemos tenido la suerte de poder disfrutar además del libro Casquería, editado hace apenas unos días por la editorial Montagud, en el que el chef nos muestra su filosofía, su cariño y su incesante búsqueda de renovación y de ir siempre un paso más allá en la búsqueda de nuevas formas de disfrute de unos productos que, a pesar de su tradicional consideración como humildes, cuentan con numerosos partidarios.

Pasearemos hoy, por lo tanto, por cinco palabras —con origen cuando menos interesante, como enseguida veremos— encontradas en las entrañas, nunca mejor dicho, de un libro que, ya ha quedado dicho, no se trata de un mero recetario y que demuestra que en ocasiones los sueños se cumplen. Con el deseo de que no sea el último de su autor y de que sigamos muchos años disfrutando con nuevas elaboraciones de estos productos que van encontrando cada vez más un reconocimiento que merecen por derecho propio.

chanfaina.- Palabra con una etimología que puede resultar curiosa a primera vista, pues consiste en una alteración del antiguo sanfoina, este del latín symphonĭa ‘concierto’, ‘música armónica’, ‘acompañamiento musical’, y este a su vez derivado del griego symphōnía.

Como ocurre a menudo en el mundo gastronómico se aplica este nombre a una serie de platos, similares en ocasiones pero no siempre coincidentes, según el ámbito geográfico del que se trate.

El DLE recoge tres: un guiso hecho de bofes o livianos —otros nombres que reciben los pulmones de la res—; en Málaga, uno compuesto de carne, morcilla o asadura de cerdo, en una salsa espesa hecha con aceite, vinagre, miga de pan, almendras, ajo, pimentón, orégano y tomillo; y, en Colombia, otro que se hace con carne de oveja en cordero.

Es precisamente en el español de América donde se dispara la variedad gastronómica con este nombre, además de la ya citada del país caribeño. Allí, según el Diccionario de americanismos (2010), encontramos:

En México, el pulmón, hígado y corazón guisados de cerdo y otro guiso elaborado con arroz y picadillo de menudencias de res.

En Bolivia, Chile y Argentina una comida que se prepara friendo sangre de animal con los menudos bien picados, y con cebolla, ají, pimienta, vinagre y limón o vino.

En Honduras, Nicaragua y Panamá otra hecha de mezclar o revolver varios alimentos, sobre todo vísceras de cerdo que, generalmente, se comen por separado.

Solo en Nicaragua también una con cabeza de cerdo

En Ecuador, un plato elaborado con vísceras y carne de cerdo, verduras y papas.

En El Salvador, un guisado de carne de cerdo o de res con vegetales bien picados.

Finalmente, en Guatemala se llama así tanto a una fritura de panza y menudos de res como a una salsa espesa hecha de vísceras trituradas con miltomate y chile verde, sazonada con comino, ajo, orégano y achiote.

morcilla.- Seguimos con otra palabra de etimología peculiar, en este caso más bien hipotética, pues el DLE aventura que «quizá» provenga de la raíz de morcón —la tripa gruesa de algunos animales que se utiliza para hacer embutidos—, voz que «quizá» sea prerromana.

En cuanto a su definición, dice que es un trozo de tripa de cerdo, carnero o vaca, o materia análoga, rellena de sangre cocida, que se condimenta con especias y, frecuentemente, cebolla, y a la que suelen añadírsele otros ingredientes como arroz, piñones, miga de pan, etc.

Como ocurre con la chanfaina son numerosas las versiones de este embutido. En su Diccionario de gastronomía (1985) Carlos Delgado incluye hasta diecinueve modalidades que incluyen ingredientes tan variados como arroz; papada de cerdo; canela; frutos secos; calabaza; pella —manteca de cerdo—; higos; azúcar; boniato; anís; pasas; patata…

Antiguamente se llamaba asimismo morcilla a un trozo de carne envenenada utilizado para matar perros. De ahí la locución dar morcilla, con los sentidos de matar con ella y de, más suavemente, dar la lata, resultar molesto.

Por su parte, decirle a alguien que le den morcilla es una muestra de rechazo y desprecio, mientras que repetirse más que —o como—  la morcilla hace referencia al hecho de insistir en algo, de hacer o decir lo mismo de manera reiterada.

Finalmente, también se denomina morcilla, de manera coloquial, a la palabra o frase improvisadas fuera del guion que añade un actor a su papel al representarse un espectáculo.

gallinejas.-  Vocablo que perfectamente podía haber encontrado acomodo en el paseo que titulamos De Madrid… al diccionario, pues es tenido como el único plato que solo se vende y se consume en la Villa.

Siguiendo el discurrir de orígenes curiosos que nos marca el sendero de las palabras de nuestro paseo de hoy, encontramos que el de esta poco, o nada, tiene que ver con su realidad actual.

El diccionario de la RAE la define como tripas fritas de cordero o de cabrito, y que antes procedían de otros animales, que constituyen un plato popular de Madrid.

Pero esto no fue así hasta la última edición, la llamada del Tricentenario. Cuando la Academia recogió esta voz, en la edición de 1914, la definió como «tripas fritas de gallina y otras aves que se venden en los barrios extremos de Madrid». Esta redacción se mantuvo hasta la de 1984, en la que se sustituyó por «tripas fritas de gallinas y otras aves, y a veces de otros animales, que se venden en las calles o en establecimientos populares». Una de cal y otra de arena: se reconoce que pueden proceder de otros animales —lo que era una realidad, el cordero, desde hacía al menos más de un siglo—, pero se elimina la referencia a Madrid.

Finalmente, en 2014 se recoge ya la definición susomentada, mucho más correcta que las anteriores y por la que, según recordaba el entonces director de la RAE, Víctor García de la Concha, en la nota necrológica que escribió para el boletín de la institución, tanto batalló al final de sus días Camilo José Cela, en cuyos escritos, libros y artículos periodísticos, pueden rastrearse varias referencias a las gallinejas, si bien, eso sí, cayendo hasta 1997 en el mismo error de atribución de su origen en el que había incurrido la Academia durante décadas.

tuétano.- Posiblemente el producto de casquería que más se haya revalorizado —«puesto de moda», asegura Javi Estévez— en los últimos tiempos.

Se trata de la médula, la sustancia blanca del interior del hueso.

También se llama así a la parte interior de una raíz o tallo de una planta.

En un principio el DLE decía que derivaba del latín tūtus ΄defendido΄, ΄resguardado΄. Posteriormente, y así lo mantiene, estableció que procede de tútano, otra forma de llamarlo, hoy en desuso, que a su vez tendría su origen en la onomatopeya tut.

Ahora bien, si, tal y como dice el propio diccionario, una onomatopeya es la formación de una palabra por imitación del sonido de aquello que designa, cabe preguntarse si esa sustancia suave, tierna y mantecosa —como la definía el Diccionario de autoridades (1739)— realmente suena y si lo hace así.

La respuesta nos la ofrece Corominas. Asegura que tut es la imitación del sonido de un instrumento de viento. De ΄corneta΄ se pasó a ΄tubo΄, luego ΄agujero interior del hueso y, finalmente, el contenido de este. ΄

Las locuciones hasta el tuétano o hasta los tuétanos, que se suelen aplicar a sentimientos o actitudes, tienen el sentido de profundidad, de intensidad, de completitud.

Por su parte, sacarle los tuétanos a alguien significa sacarle el alma, aprovecharse económicamente de una persona haciéndole gastar cuanto tiene.

hígado.- Víscera voluminosa, propia de los animales vertebrados, que en los mamíferos tiene forma irregular y color rojo oscuro, está situada en la parte anterior y derecha del abdomen y desempeña varias funciones importantes, entre ellas la secreción de la bilis.

Junto con el corazón, los pulmones y la tráquea conforman la pieza de casquería conocida como asadura.

También se llama así a una glándula de diversos invertebrados que cumple funciones similares.

El de los animales pequeños, particularmente de las aves, recibe el nombre de higadillo.

Voz documentada en nuestra lengua por vez primera en 1335, si bien desde mediados del siglo xiii se empleaba la forma antigua fégado, hoy desaparecida.

Del latín vulgar ficătum, y este del latín [iecur] ficātum ‘[hígado] alimentado con higos’, alterado, como indica Corominas, por influjo de la denominación griega correspondiente sykōtón —derivada de sŷkon ‘higo’— imitado en latín vulgar con una pronunciación sýcotum.

Esta denominación se explica por la costumbre de los antiguos de alimentar con higos a los animales cuyo hígado comían.

Se usa también, generalmente en plural, con el significado de ánimo, valentía.

En algunos países americanos se denomina hígado coloquialmente y de manera despectiva a una persona desagradable, molesta, mientras que en Cuba se dice que la persona que está malhumorada tiene el hígado a la italiana o a la vinagreta y caer como un hígado a alguien es darle cien patadas, disgustarle mucho.

 

La cita de hoy

«Nada es lo mismo, nada permanece. Salvo la historia y la morcilla de mi tierra: se hacen las dos con sangre, se repiten».

Ángel González.

 

El reto de la semana

¿Qué sustancia que, jugando con las palabras, podríamos decir que tiene nombre de letra que nos cuenta su origen, seguro que nos encontramos en un paseo por productos de casquería?

(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)

Paseando con el Bestiario del norte

27 sábado Jun 2020

Posted by Sollastre in LIBROS, MITOLOGÍA

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Llegaba esta semana la noche de san Juan, la noche más mágica del año, cargada una vez más de tradiciones, rituales y costumbres que enlazan nuestra cultura actual con las celebraciones ancestrales en las que se conmemoraba el solsticio de verano.

Una noche apropiada para pasear por ella con los seres fantásticos que nos presenta el Bestiario del norte, la última criatura por ahora de nuestra imprescindible editorial La Felguera. Un recorrido por Galicia, Asturias, Cantabria y el País Vasco siguiendo las huellas que a lo largo de los siglos han ido dejando en su imaginario colectivo los personajes que se nos aparecen en estas páginas.

Protagonistas de sendas mitologías en las que tanto el clima como el propio paisaje resultaron determinantes en su creación, en la consolidación a través del tiempo de un mundo oculto a los ojos pero no por ello menos real que sirvió durante generaciones como instrumento para interpretar la realidad. Y como quiera que las palabras no le hacen ascos a lo que no es visible y que, como nos recuerda Héctor Urién, no hay nadie que no tenga interés en las historias, ese universo escondido en las mentes se transmitió de manera oral a través de leyendas que vienen a confirmar lo que ya aseveraba el antiguo proverbio vasco: Izena dunen guztia omen da ΄Todo lo que tiene nombre existe΄.

Retomando la senda de los paseos con seres imaginarios que ya recorrimos en un par de ocasiones en su momento, caminaremos hoy por palabras relacionadas con estos entes norteños, reflejo de una realidad cultural a la que el racionalismo hace ya mucho que desterró a las recónditas cuevas subterráneas que sirven de morada a muchos de ellos.

cuélebre.- Ser propio de la mitología asturiana cuyo rastro podemos encontrar también en la región del Bierzo. Se trata de una gran serpiente alada que tiene como misión la protección de tesoros y de personajes que han sufrido algún tipo de encantamiento. Su piel es de una tremenda dureza, lo que le convierte prácticamente en invulnerable —solo se le puede matar hiriéndolo en la garganta o dándole de comer algo que no pueda digerir—. Con el tiempo le crecen alas semejantes a las del murciélago, lo que le confiere el aspecto de dragón con el que le define el Diccionario de la lengua española.

Recibe también los nombres de cúlebre, culebre, culiebre, culiebra o culebra.

El nombre procede del latín colŭber, -bri ΄culebra΄.

Animal este, por cierto, que encuentra acomodo también entre las páginas del DLE en otra representación mitológica: la chichintora, a la que el imaginario popular en El Salvador atribuye la capacidad de volar. Curiosamente esta acepción como animal fantástico, presente en el texto académico desde la edición de 2001, no figura en el Diccionario de americanismos (2010), que solo recoge esta palabra con el sentido metafórico, empleado también en El Salvador, de persona enfadada o colérica y como variante léxica, en Honduras, de chichintor, un tipo de serpiente.

El cantante español Víctor Manuel, oriundo de Asturias, le dedicó en 1978 al cuélebre una conocida canción.

meiga.- El único personaje del libro —salvo, acaso, el hombre pez de Liérganes— que no es un ser fantástico.

Según el DLE se trata de una persona que, siguiendo la opinión vulgar, tiene pacto con el diablo y, por ello, poderes extraordinarios.

Sin embargo, a pesar de haber sido retratadas tradicionalmente como seres malévolos, las meigas solían ser curanderas o sanadoras, demonizadas y perseguidas por vivir al margen de la ortodoxia. De hecho, como dejó dicho el entonces presidente de la Real Academia Gallega, Domingo García Sabell, la Inquisición no realizó procesos de brujería en Galicia, pues allí no había brujas: había meigas.

Es personaje notorio de la mitología de esta región, a pesar de lo cual hasta 2001 el diccionario académico circunscribía la figura a León. Ese año incluyó a la ya mencionada Galicia y a Asturias.

Cuando la RAE incorporó este término en 1925 señalaba que tenía el mismo origen que médico, es decir, el latín medĭcus, pero actualmente considera que procede del también latín magĭcus ΄mágico΄.

Su nombre ha dado lugar a una expresión proverbial: «Haberlas, haylas», en ocasionas precedida por «no creo en ellas, pero…». Se utiliza cuando no se desea comprometer la propia opinión en algo que, en el fondo, se tiene por seguro o bien cuando algo que en principio resulta ilógico parece mostrar visos de realidad.

carbonero.-  Del latín carbonarius, en última instancia de carbón, del también latín carbo, ōnis.

Palabra documentada en nuestra lengua ya a fines del siglo xv, hace referencia a la persona que hace o vende carbón. Ha dado lugar a diferentes personajes mitológicos en una tradición que se extiende a muchos pueblos, como Baviera o el Tirol, por ejemplo, en los que el bosque, donde se producía el carbón vegetal, desempeña un papel importante.

En el norte de España encontramos en el ámbito vasco-navarro al olentzero, nombre que según una hipótesis muy extendida significaría tiempo de lo bueno, a partir de las palabras vascas onen ΄bueno΄ y zaro ΄época΄.

Gigante mítico de las montañas, a lo largo de su secular historia ha adoptado numerosas formas. Asociado en un principio a los festejos del solsticio de invierno, la cristianización de su entorno terminó por convertirlo en una especie de Santa Claus que en la nochebuena reparte regalos a los niños que se han portado bien y carbón a los que han sido malos.

A su vez, en Galicia el apalpador, también llamado Pandingueiro, es también un carbonero, un gigante pelirrojo, que baja de la montaña la noche del 24 o del 31 de diciembre para tocar —palpar—, la barriga de los niños para comprobar si han comido bien durante el año. A los que se hayan alimentado correctamente les deja un montoncito de castañas y algún regalo; a los que no lo hayan hecho, el consabido carbón.

libélula.- Insecto del orden de los odonatos, de cuerpo esbelto, largo y con llamativos colores. Tiene dos pares de alas, que mantiene en posición horizontal cuando se posa, Vive en cursos de agua.

Deriva del latín científico libellula, diminutivo de libella ΄balanza΄—que a su vez lo es de libra— porque se mantiene en equilibrio en el aire.

En nuestro idioma recibe también los nombres de aguacil y alguacil en la Argentina y el Uruguay; caballito de san Vicente en Cuba y Honduras; chapul en Colombia; gallego y gallito en Costa Rica; matapiojos en Chile y Colombia; pipilacha en el entorno rural nicaragüense y robapelo, coloquialmente, en Ecuador.

Muchos hablantes la llaman también caballito del diablo —fenómeno que, curiosamente, se da también en catalán con la libèl·lula y el cavallet del diable—, aunque se trata en realidad de otro insecto, del que se distingue porque este es algo más pequeño y además pliega sus alas cuando se posa.

Viene esto a colación porque en tierras cántabras se aparecen, precisamente solo en la noche de san Juan, los caballucos del diablo. Son siete espíritus con aspecto de grandes libélulas, que provienen del infierno. Viven en cuevas recónditas y en su salida anual durante el solsticio de verano se dedican a quemar y pisotear los sembrados de los labradores. Lo que les está vedado es acercarse a las hogueras que se encienden esa noche, pues se trata de un fuego sagrado y purificador.

lamia.- Volvemos al País Vasco para  cerrar nuestro paseo con un ser híbrido al que allí atribuyen forma de hermosa mujer en su parte superior y de gallina, cabra o pato, según los lugares, en la inferior.

Del latín lamia, con el mismo sentido, el DLE la define escuetamente como una figura terrorífica de la mitología, con rostro de mujer hermosa y cuerpo de dragón.

Como ya nos ha ocurrido en otras ocasiones a lo largo de estos paseos en el Diccionario de autoridades (1734) encontramos una definición mucho más literaria que, una vez más, el paseante no se resiste a transcribir en su redacción original:

«Voz que entre los Antiguos tuvo varias significaciones. Unos juzgaron que era demónio en figura de muger, que con halagos atrahía a los hombres para devorarlos. Otros que era una especie de fiera en el África, con el medio cuerpo superior de muger hermosa, y el inferior de dragón, que tambien atrahía y devoraba los hombres: y otros que era una muger hechicera que se comía o chupaba los niños, lo que corresponde oy a nuestras bruxas».

No debe confundirse con la palabra homónima, derivada en este caso del latín amia, que da nombre a una especie de tiburón presente en los mares españoles.

Tampoco con la que figuraba en las ediciones del lexicón académico correspondientes al siglo xviii con el significado de mujer pública o ramera.

 

La cita de hoy

«Los mitos no son símbolos, ni pinturas estilizadas, ni puras creaciones poéticas o literarias; los seres míticos son una parte de la realidad circundante, como el árbol, el monte, el arroyo o la muchacha que va a la fuente».

Julio Caro Baroja

 

El reto de la semana

Dado que el paseo transcurre en una noche mágica poblada por seres fantásticos ¿qué planta, sobre la que corrían en la Antigüedad numerosas fábulas —y en la que muchos quieren ver forma humana— no habría sido extraño encontrarnos hoy?

 

(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)

Un paseo al compás de las Grandes Horas de Rohan

20 miércoles May 2020

Posted by Sollastre in LIBROS

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Arte y religión han caminado de la mano desde sus mismos inicios; desde que las más esquemáticas y primitivas manifestaciones de aquel trataban de plasmar lo que entonces estaba en íntima conexión con la magia. No tanto porque tuvieran indefectiblemente que ver entre sí como por el hecho de cada uno acabaría por resultar determinante en la evolución del otro. En la tradición europea, pródiga en ejemplos de esto que decimos, sin duda el más hermoso de los concernientes a nuestro mundo de las palabras lo constituyen los libros de horas.

También llamados horarium en latín, los libros de horas eran devocionarios que organizaban los rezos de determinadas oraciones a lo largo del día siguiendo el orden de las horas canónicas. Se realizaban, generalmente por encargo, exclusivamente para un destinatario, por lo que no existen dos que sean iguales. Manuscritos iluminados, en ellos jugaban un papel destacado las ilustraciones, que contribuían a hacer comprender el significado de unas oraciones cuyo texto en latín no siempre era perfectamente entendido.

Recordaba todo esto el paseante mientras recorría las páginas de uno de los mejores regalos que ha recibido en los últimos tiempos: el facsímil de Las Grandes Horas de Rohan, ejemplar del siglo xv cuyo conjunto ilustrativo, que incluye el empleo de la escritura como elemento ornamental tanto en filacterias como en las vestiduras de Dios presentes en muchas de las imágenes –como la que encabeza este paseo, que muestra ambas posibilidades−, lo convierte en un verdadero hito artístico dentro de este tipo de libros.

Pasearemos hoy por cinco palabras encontradas en los estudios publicados con ocasión de la citada edición facsimilar de una pieza magnífica que aún en nuestros días permanece envuelta por las brumas del misterio en lo referente a cuestiones como su comitente, el destinatario original, la fecha exacta de su creación, la identidad del Maestro de Rohan y de quienes colaboraron con él…

intemerata.- Del latín intemerāta ‘no manchada, no contaminada’.

El DLE nos dice que se utiliza coloquialmente para indicar que algo ha llegado a lo sumo. Así, se predica de lo que es lo mejor en su línea, pero también, y más frecuentemente, se dice que dura la intemerata aquello que se prolonga demasiado en el tiempo, que parece que no va a terminar. Incluso algo que siendo agradable termina por cansar o desagradar debido a su excesiva duración.

Este sentido tiene que ver con las llamadas letanías lauretanas, que se recitan al finalizar el rezo del rosario y en las que Mater intemerata es una de las invocaciones que se hacen a la Virgen, y con el hecho de que letanía tenga también como significados coloquiales el de lista o enumeración continuada de muchos nombres o locuciones y el de insistencia larga y reiterada.

El Diccionario manual de la RAE definía en 1927 intemerata como un barbarismo empleado en el Perú con el significado de temeridad, en lo que parece un ejemplo de homonimia parasitaria, que se da cuando una palabra se emplea con el significado de otra con la que no comparte más que una cierta estructura fonética.

O intemerata ‘Oh inmaculada’ era una oración que se dirigía a la Virgen pidiendo su intercesión para conseguir el perdón de los pecados. Era frecuente su presencia en los libros de horas –algunos de los cuales atribuían su autoría al papa Juan XXII−, habitualmente ilustrada con el tema de la Piedad.

rosario.- Rezo de la Iglesia católica dedicado a la Virgen. Consta de quince partes iguales, compuesta cada una por un padre nuestro, diez avemarías y un gloriapatri, que conmemoran los misterios principales de su vida y de la de Jesucristo. A ellas se añaden las antes citadas letanías.

También se denomina así a una sarta de cuentas, unida por sus dos extremos a una cruz, que se utiliza para rezarlo ordenadamente, entero o parte de él. Por extensión también adquiere el sentido de serie, relación de cosas relacionadas entre sí.

La RAE establece que procede del latín medieval rosarium, y este del latín rosarium ‘rosaleda’. Más poética resulta la etimología propuesta por Moliner: de ‘rosa’, bien por las veces que en las letanías se aplica este nombre a la Virgen, bien porque metafóricamente se considera todo el rezo como un ramo de estas flores dedicado a ella.

El DLE recoge también otras dos acepciones de esta palabra que no tienen carácter religioso y que aparecían ya en el Diccionario de autoridades (1737): una forma coloquial de referirse al espinazo de los vertebrados y una máquina elevadora compuesta de tacos o de cubos que dan vuelta sobre una rueda como las vasijas de una noria.

El refrán el rosario al cuello, y el diablo en el cuerpo hace referencia a la hipocresía, previniendo contra la falsa virtud que esconde una intención peligrosa, mientras que la locución acabar como el rosario de la aurora significa terminarse algo de manera violenta o tumultuosa.

querubín.- En la tradición católica, en la que se enmarcan los libros de horas, cada uno de los seres que ocupan el segundo de los nueve niveles o coros de la jerarquía angelical.

También es sinónimo de serafín, en su acepción de persona de singular hermosura. Moliner señala que particularmente un niño. De ahí que se suela asociar a los querubines con los amorcillos, representaciones artísticas de niños desnudos y alados, generalmente portadores de un emblema del amor, que en realidad no tienen connotación religiosa.

Del latín tardío Cherŭbim o Cherŭbin, y este del hebreo kĕrūb[īm] ‘próximo[s]’.

También existen en nuestra lengua las formas querub y querube, a las que el DLE marca como poéticas, y antiguamente se empleó asimismo cherubin o chérubin −querubín no se consideró palabra aguda hasta la edición de 1884 del lexicón académico−, en la que el propio Diccionario de autoridades (1729) indicaba que la ch debía pronunciarse como k.

No son los querubines del cristianismo, sin embargo, los únicos que podemos encontrar en la historia de las religiones. El Diccionario de los símbolos (1997), de Juan Eduardo Cirlot, nos recuerda que los Cherub o Kirubi que se levantan a la puerta de palacios y templos asirios no eran sino gigantescos pantáculos que los sacerdotes ponían como «guardianes del umbral». A su vez, el Cherub egipcio era una figura con muchas alas y recubierta de ojos, emblema de la religión, del cielo nocturno y de la vigilancia.

antífona.- Del latín tardío antiphōna ‘canto alternativo’, y este del griego antiphṓnē ‘que suena en contestación (a algo)’, a su vez de phōnḗ ‘voz’.

Hasta la edición de 1791 el diccionario académico recogía también la forma antíphona.

Pasaje breve, por lo general versículos de la Biblia, que se reza o canta en la misa o antes y después de los salmos y de los cánticos en las horas canónicas, las diferentes partes del oficio divino, la oración estructurada que en la iglesia católica se reza a lo largo del día. Las antífonas tienen relación con el oficio propio del día.

El DLE hace mención expresa de dos de ellas: asperges, del latín asperges ‘rociarás’, primera palabra de la que recita el sacerdote al rociar con agua bendita el altar y a la congregación de fieles, y ofertorio, del bajo latín offertorium, dicha por el sacerdote antes de ofrecer la hostia y el cáliz.

La persona encargada en el coro para entonarlas es denominada antifonero.

De esta voz derivan también antifonal y antifonario, nombres que recibe el libro de coro en que se contienen las antífonas de todo el año.

Tanto antífona como antifonario comparten una segunda acepción coloquial: nalgas. Con este sentido aparece ya en la Crónica burlesca (1529) en la que Francés o Francesillo de Zúñiga (h. 1480-1532), escritor y bufón de Carlos v, reflejó el ambiente cortesano desde una visión satírica y grotesca sin parar mientes ante la alcurnia de ninguno de los protagonistas. Este atrevimiento le costó perder el favor real. Algún tiempo después moriría violentamente en su Béjar natal en circunstancias todavía hoy no esclarecidas.

filacteria.- Cada una de las dos pequeñas cajas o envolturas de cuero que contienen tiras de pergamino con ciertos textos del Pentateuco, y que los judíos llevan sujetas con tiras de cuero, una al brazo izquierdo, a la altura del corazón y otra a la frente durante las oraciones matutinas de los días hábiles, aunque muchos ortodoxos las emplean a lo largo de todo el día.

Esta práctica está relacionada con cuatro pasajes de la Torá, el libro judío de la ley, que se corresponde con los cinco que forman el Pentateuco en el Antiguo Testamento: Éxodo 13, 1-10 y 11-16 y Deuteronomio 6, 4 y 11, 13-21.

Filacteria tiene también los significados de amuleto o talismán que empleaban los antiguos y de cinta con una inscripción, leyenda o lema, superpuesta, incrustada o pintada en escudos, sellos, epitafios, pinturas, tapices, esculturas, etc.

Procede del latín phylacterĭa, plural de phylacterĭum, tomado del griego phylaktḗrion, derivado de phylássein ‘preservar, proteger’.

De esta voz surge, a través del antiguo filateria, filatería. Se llama así tanto a la palabrería que utilizan los embaucadores para engañar o persuadir de lo que quieren como a un exceso de palabras empleadas para intentar dar a entender un concepto. Además, en Ecuador hace referencia a la abundancia de palabras rebuscadas.

Como filatero se conoce a la persona que tiene por costumbre usar de filatería. Antiguamente también recibía este nombre en germanía, la jerga delincuencial, el ladrón que hurtaba cortando alguna cosa.

 

La cita de hoy

«El Maestro de Rohan es uno de los protagonistas absolutos del final del arte medieval. Por su capacidad de conectar con las angustias de la humanidad en un momento crítico es, además, el artista medieval más moderno, el miniaturista más cercano a la sensibilidad del hombre contemporáneo».

Javier Docampo Capilla

 

El reto de la semana

¿Con qué planta, que tiene dos nombres que corresponden a sendos animales: uno mitológico y el otro una cría, nos hemos topado en nuestro paseo de hoy por el jardín del diccionario? Pista: uno de esos animales nos lo hemos encontrado en el mismo momento en que hemos tenido Las Grandes Horas en nuestras manos, mientras que el otro nos esperaba, a punto de morir, en la ilustración dedicada a uno de los santos.

(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)

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