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Dicen quienes entienden de esto que una de las consecuencias de la pandemia ha sido despertar en nosotros el deseo de escapar de nuestra realidad cotidiana. Fatiga pandémica han dado en llamarlo.
El confinamiento que conllevó dio a muchos la oportunidad de observar su vida, acaso por primera vez, desde una perspectiva nueva: la de no estar enganchados permanentemente a las prisas para no llegar a ninguna parte, al exceso de información sin tiempo para procesarla, a no encontrar tiempo para uno mismo, para vivir, en definitiva.
Esa mirada desde el modo en pausa ha llevado a algunos, según dicen también quienes de esto entienden, a desear dejarlo todo y emprender un tipo de vida más sencillo. En línea, tal vez, con lo que escribiera fray Luis de León en su oda a la vida retirada.
Hablábamos más arriba de un anhelo despertado, no provocado, porque escapar de la sociedad para ser feliz es una idea que ha acompañado al ser humano a lo largo de toda su evolución y sigue presente, de una manera u otra, dentro de cada uno de nosotros.
Esto es algo que conoce bien Antonio Pau, uno de esos pocos a los que se alude en la poesía antes citada y, conexión, figurante en el Madrid de Andrés Trapiello que paseamos hace algunas semanas.
Es, además, el promotor de una nueva disciplina que nos presenta en Escapología, libro donde muestra una treintena de ejemplos con los que los hombres han intentado a lo largo de la historia satisfacer esa aspiración, bien hacia el exterior, bien replegándose sobre sí mismo.
Hoy llevaremos a cabo nuestra particular escapada interior ensimismándonos en cinco palabras de un texto que es, y así lo avisa a navegantes, una invitación en toda regla a la huida. A ser feliz en ella.
jardín.- Ya ha quedado dicho —página de Bienvenida— que nos gusta imaginar el diccionario como un jardín.
El Diccionario de la lengua española lo define en su primer sentido como un terreno donde se cultivan plantas con fines ornamentales.
Muestra asimismo otras dos acepciones: la de retrete o letrina, especialmente en los barcos, definición en la que el paseante no deja de atisbar una cierta ironía, y la de una mancha en la esmeralda que se tiene por defecto de esta.
Si consultamos el Diccionario de americanismos encontramos que se llama así también a un centro de diversión y baile, a un establecimiento donde se venden plantas y lo necesario para la jardinería, a una zona exterior en el campo de béisbol o a un establecimiento educativo para niños que aún no están en edad escolar.
Este último está también recogido en el DLE con los nombres de jardín de infancia, de infantes o infantil, calco del alemán kindergarten, que podemos encontrar en sus páginas castellanizado y escrito, por lo tanto, en letra redonda. El término fue acuñado en 1840 por el pedagogo alemán Friedrich Fröbel para su método educativo destinado a los más pequeños.
Y jardín, ¿de dónde procede? Del francés jardin, diminutivo del francés antiguo jart ‘huerto’, y este del franco *gard ‘cercado’.
Si es cierto que resulta agradable pasear por uno de ellos no lo es tanto meterse en un jardín, locución que significa complicarse la vida sin necesidad. Procede del mundillo teatral, donde se aplica al actor que improvisa tanto que termina por perderse y no saber volver al texto original.
cábala.- Del hebreo qabbālāh ‘tradición’, término con que se designaron originalmente las escrituras posteriores a Moisés.
Inicialmente hace referencia a una serie de doctrinas místicas que, a través de enseñanzas esotéricas transmitidas por vía de iniciación, interpretan la Biblia judía con el objetivo de descubrir la vida oculta de Dios y los secretos de su relación con su creación.
En Castilla existió una importante tradición cabalística medieval que alumbró una de las obras cumbres de la cábala: el Zóhar o Libro del esplendor. Escrito a finales del siglo XIII por Moisés de León, es el único libro de la literatura rabínica posterior al Talmud que se convirtió en un texto canónico.
Nuestra palabra fue incorporando posteriormente otros significados, más empleados hoy en día:
Conjetura o suposición, empleado generalmente en plural: hacer cábalas.
Intriga, maquinación, empleada de manera coloquial.
Cálculo supersticioso para intentar adivinar algo.
La palabra llegó con este último sentido hasta la otra orilla del español —y además con la forma kábala—, donde puede referirse a una superstición basada en el uso de algún amuleto o ritual para atraer la buena suerte; a ese mismo amuleto o ritual; y, en general, a cualquier forma de predicción o creencia supersticiosa.
En el mundo de las peleas de gallos se utiliza en plural, en Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico, para referirse a ciertas supersticiones premonitorias de algunos galleros que apuestan basados en ciertas características del animal que consideran de buena o mala suerte.
desierto.- Derivado del latín desertus ‘desierto, abandonado, sin cultivar’, puede referirse tanto a un lugar despoblado como, más usualmente, un territorio arenoso o pedregoso, que por la falta casi total de lluvias carece de vegetación o la tiene muy escasa.
Bien podría parecer que Covarrubias pensaba en el leitmotiv de este paseo cuando escribió en su Tesoro de la lengua castellana (1611) que «allí se retiran los santos padres ermitaños y monjes y en la primitiva iglesia estaba poblado de santos».
Como adjetivo se predica de lo que está solo, despoblado, sin habitar, y del certamen, concurso o subasta que no tiene adjudicatario o vencedor.
En el lenguaje jurídico se habla de licitación desierta cuando en una adjudicación de contratos públicos ninguna de las ofertas cumple los requisitos para ser admitida; de remate desierto, en Colombia, cuando nadie hace ninguna en una subasta judicial; y de la declaración de desierto, que pone fin a la tramitación de un recurso por incumplir el recurrente algún trámite procesal.
Coloquialmente clamar o predicar en el desierto es hablar o advertir de algo sin que nadie haga caso, tratar en vano de convencer a quienes no están dispuestos a atender a razones. Son locuciones de origen bíblico, inspiradas en la figura de Juan el Bautista.
Dar voces en desierto alude al hecho de cansarse en balde, trabajar inútilmente.
Y creerse la última Coca Cola del desierto se emplea en algunos países americanos para referirse a alguien que se cree mejor o más importante que el resto.
claustro.- Del latín medieval claustrum ‘claustro de un monasterio’, ‘monasterio’, en latín ‘cerradura’, ‘lugar cerrado’, derivado de claudĕre ‘cerrar’.
Una primera acepción nos remite a la galería cubierta que cerca con arquerías o columnas el patio principal, con frecuencia cuadrangular, de una iglesia o convento.
Elemento esencialmente monástico, su desarrollo pertenece a los siglos XI y XII, cuando florece la arquitectura monasterial. Los corredores o galerías que lo componen se denominan pandas.
Con este significado el DLE recoge asimismo la forma claustra, de la que el Diccionario de Autoridades (1729) indicaba ya que era anticuada.
Se llama también claustro al estado monástico, sentido con el que se relacionan los derivados inclaustración, ingresar en una orden monástica y exclaustración y exclaustrar, permitir u ordenar a un religioso que abandone dicho estado.
Es asimismo el nombre que reciben el conjunto de profesores de un centro docente o la reunión que mantienen.
En el caso de la universidad es un órgano colegiado que interviene en su gobierno y ostenta su máxima representación. Sus miembros, los claustrales, pertenecen a todos los estamentos de la comunidad universitaria: docentes, estudiantes y personal de administración y servicios.
El sentido de claustro como cámara o cuarto se encuentra en desuso.
Y terminamos con lo que en realidad es un principio: el claustro materno, otra forma de llamar al útero.
bosque.- Sitio poblado de árboles y matas.
Es término de origen incierto, tomado según Corominas del catalán o el occitano. Fuera cual fuese la primigenia, hay otras lenguas que han encontrado un hueco en nuestro diccionario para su propio bosque:
El griego aportó dasonomía, el estudio de la conservación, cultivo y aprovechamiento de los montes, a partir de dásos ‘bosque espeso, espesura’. O dasocracia, una parte de ella.
El latín, entre otras, soto, lugar poblado de árboles y arbustos, de saltus ‘bosque, selva’ o laurisilva, un bosque típico de Canarias y Madeira, desde lauri silva ‘bosque de laurel’.
El francés antiguo forest, hoy forêt ‘bosque’, está en el origen de deforestar.
Desde el malayo llegó el orangután, un mono antropomorfo propio de las selvas de Borneo y Sumatra, compuesto de orang ‘hombre’ y hūtan ‘bosque’.
Del afrikáans, la variedad del neerlandés que se habla en Sudáfrica, procede bosquimano o bosquimán, miembro de una tribu que habita al norte de la región del Cabo, a partir de boschjesman; literalmente ‘hombre del bosque’.
Y gracias al árabe andalusí alḡába, derivado del árabe clásico ḡābah, tenemos algaba: bosque, selva.
Para terminar, algunas acepciones más de bosque en castellano: abundancia desordenada de algo, confusión, cuestión intrincada; figuradamente, una barba, una cabellera, espesa y enmarañada; y, volviendo a América y al béisbol, en algunos países se llama también así a la zona del campo de juego conocida como jardín.
La cita de hoy
«La huida, como búsqueda de la felicidad, no puede ser nunca una trayectoria rígida. Eso iría en contra de su propia esencia felicitaría. La huida se puede interrumpir, abandonar y reorientar. La huida es esencialmente maleable».
Antonio Pau
El reto de la semana
¿En qué edificio imaginario, que encontramos en el Diccionario de la lengua española, podríamos refugiarnos hoy para seguir proyectando sin distracciones nuevos paseos?
(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)
Genial. Como nos tienes acostumbrados. Esa escapadita que estamos deseando. Un abrazo.
Gracias mil una vez más por seguir paseando. Lo bueno de escapar es que también nos puede ayudar cuando no podemos hacerlo físicamente. Abrazo GRANDE.