Etiquetas

, , , , , , , , , , , , , ,

Cuando un libro se define en su primera página como «un paseo personalísimo» y también «disfrutón» cuenta ya con muchas papeletas para aparecer en estos que realizamos por el diccionario. Si además se trata de ¡Ay, campaneras!… las tiene todas.

Comencemos por el principio. O sea, tengamos método, como diría la gran Lola Flores. Hace ahora dos años, al inicio del confinamiento, la investigadora universitaria Lidia García puso en marcha un pódcast con este mismo título. En él abordaba ―y lo sigue haciendo― la santísima trinidad de la música popular patria, copla, cuplé y zarzuela, desde nuevos prismas, desde perspectivas de género, de clase social, LGTBI, feminista… El resultado de esa aventura se ha convertido ahora, tras sumar más de 150 000 oyentes, en el libro que nos ocupa.

Doscientas setenta y una páginas que nos permiten redescubrir, o acercarnos por vez primera, según la experiencia de cada uno, a lo que la autora califica como la banda sonora de nuestras abuelas. La música que les acompañó toda la vida y que, en definitiva, les ayudó a seguir adelante en tiempos más oscuros aún que los de la pandemia.

Su lectura nos ayuda a entender mejor la intrahistoria de esas generaciones de mujeres. Y lo hace adentrándose en un mundo que a pesar de ser un elemento básico de nuestra memoria sentimental resulta tan conocido superficialmente como desconocido en su esencia. Un mundo que sigue demandando eliminar de una vez los restos de polvo, prejuicios y caspa que todavía lo desfiguran.

Pasearemos hoy del brazo de la autora ―creadora y musa a la vez en esta ocasión― por cinco palabras escuchadas (pues es imposible leerlas sin sentir su voz) entre los acordes/páginas de este recorrido por la memoria íntima de nuestro país. Un acervo que no podemos permitirnos el lujo de despilfarrar.

P. D. En las páginas de ¡Ay campaneras! nos hemos reencontrado con la Bella Medusa, personaje de La torre de los siete jorobados, la novela de Emilio Carrère que protagonizó nuestro último paseo. ¿Casualidades o hilos imperceptibles que van uniendo unos con otros?

zurcir.- Un verbo al que habrán acompañado un sin fin de coplas mientras nuestras abuelas y madres lo ponían en práctica ―y que si lo hacían en mi querida Salamanca lo llamaban también zurdir―.

Consiste en coser la rotura de una tela, de manera que la unión quede disimulada o suplir con puntadas muy juntas y entrecruzadas los hilos que faltan en el agujero de un tejido.

También unir sutilmente una cosa con otra, y, coloquialmente, combinar mentiras para dar apariencia de verdad a lo que se cuenta.

En el habla tradicional de Castilla se empleaba asimismo con el sentido de golpear, castigar, azotar, o el de criticar severamente, es decir, golpear con las palabras.

Procede del antiguo surcir, que a su vez lo hacía del latín sarcīre ‘remendar’.

El DLE alberga también un instrumento íntimamente relacionado con nuestra palabra: el huevo de zurcir, uno de madera, plástico u otro material, que se emplea para zurcir medias o calcetines.

¿Y en qué consiste zurcir voluntades? Pues ni más ni menos que en hacer de alcahuete. Quevedo, en el Buscón, emplea la variante zurcidora de gustos.

Por su parte, la locución coloquial que me, te, le, etc., zurzan equivale a que le den morcilla a alguien o algo, empleada para expresar rechazo, desinterés o desprecio a la persona o cosa aludida.

chiribitero.- Adjetivo que no encontraremos en el DLE.

Deriva de chiribita, voz que puede referirse a una chispa, a la planta conocida como margarita, a un pez de las Antillas o, en plural y de manera coloquial según la RAE, a las partículas que, vagando en el interior de los ojos, ofuscan la vista. Lo que, más coloquialmente aún, conocemos también como «moscas».

A su vez, echar chiribitas es equivalente a echar chispas, mientras que hacer, o hacerle, a alguien chiribitas los ojos es ver, por efecto de un golpe y por breve tiempo, multitud de chispas movibles delante de los ojos o expresar en la mirada la ilusión de que algo deseado va a suceder pronto.

¿A cuál de esos sentidos hace referencia el chiribitero de nuestro paseo? En realidad… a ninguno.

La artista Marujita Díaz era conocida, entre otras cosas, por su capacidad para hacer girar los ojos. Y a eso se dio en llamar hacer chiribitas con ellos, por más que no sea ese el significado que le otorga la Academia. Pero ya se sabe que los verdaderos dueños, y constructores, de la lengua son los hablantes. De ahí que la autora hable de los «ojos chiribiteros» de la folclórica.

Por cierto, ese malabarismo ocular recibe el nombre técnico de nistagmo, pero eso queda ya para otro paseo.

cañí.- El Diccionario de la lengua española se limita a definirlo como gitano, en su acepción de persona perteneciente a un pueblo originario de la India.

Aparece documentada por vez primera en 1886, y la encontramos en boca del galdosiano Juan Santa Cruz, deuteragonista en Fortunata y Jacinta.

Respecto a su procedencia, Corominas señala que parece deberse a una confusión del gitano calí ‘gitana’ con cañí, que en esa misma lengua significa ‘gallina’. Algo, la confusión entre dos palabras gitanas con forma análoga, que habría sucedido también en otros casos al incorporarlas al castellano.

Sea cual fuere el origen, tal vez lo que habría que cuestionarse es su presente. Porque la cierto es que cañí hace ya mucho que ha trascendido la escueta definición del texto académico y hoy se entiende más bien, en palabras de la propia Lidia García y de Terenci Moix, como el conjunto de tópicos sobre «lo español» que se configuraron a partir de la identificación de la cultura gitanoandaluza con la cultura andaluza en general y la de esta con la de España en su conjunto. Tópicos, añadimos nosotros, que a fuerza de degradarlos haciéndolos comerciales para atraer al turismo, terminaron en muchos casos por convertirse en una mera caricatura.

mojigatería.- Cualidad de mojigato o acción propia de la persona mojigata.

Y un mojigato es a su vez aquel que muestra exagerados escrúpulos morales o religiosos o quien afecta humildad o cobardía para lograr sus propósitos. En ambos sentidos suele emplearse en sentido peyorativo.

La definición que ofrece Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana (1611) resulta mucho más gráfica y no solo por el castellano de la época: «El disimulado vellaco, que es como el mizigato, que diciéndole miz, se humilla, y regala, y después da uñarada».

El propio Covarrubias ofrece un origen etimológico, muġáṭṭī ‘cubierto’ ‘disimulado’, que Corominas tiene por falso.

Tanto él como el Diccionario de la lengua española se inclinan por considerar que mojigato es el resultado de combinar dos palabras sinónimas: *mojo, una forma familiar de llamar a este felino en muchos lugares y gato. Como explica el lexicógrafo, con esta repetición, aplicada a personas, se quiere hacer hincapié en una forma de ser aparentemente humilde y mansa, y en realidad astuta y traicionera, como la del animal.

Además de mojigatería, el DLE recoge también la forma mojigatez.

machicha.- Baile brasileño, allí llamado maxixe, muy sensual. De raíces africanas, nació en la década de 1870 en Río de Janeiro y se puso de moda en Europa a inicios del siglo xx.

Sobre la procedencia del nombre circulan diversas hipótesis:

Según el compositor Heitor Villa-Lobos (conocido por su fantasía a la hora de inventar mitos de origen) se debe a un sujeto conocido como Maxixe que, en un baile de la sociedad Los estudiantes de Heidelberg, interpretó de una manera nueva el lundu ―otra danza brasileña―, probablemente uniendo su cuerpo al de su pareja.

Otra teoría se inclina por maxixi, nombre quimbundo ―lengua bantú que se habla en algunas zonas de Angola― de una cucurbitácea. El baile se habría llamado así bien porque las parejas se mueven muy juntas, confundiéndose como las ramas de la planta, bien porque su calidad de rastrera se habría equiparado al nacimiento del baile en ambientes socialmente considerados bajos.

Finalmente, hay quienes defienden que procede del nombre de la ciudad mozambiqueña de Maxixe.

La palabra no aparece en el DLE. Lo cual no fue óbice para que un insigne miembro de la RAE, Pío Baroja, dedicara en sus memorias, Desde la última vuelta del camino, unas líneas a la machicha. En ellas cita además a una de las protagonistas de ¡Ay, campaneras!: nada menos que la Fornarina. Buen broche para nuestro paseo, ¿verdad?

La cita de hoy

«A veces —el tarareo incesante de nuestras abuelas lo sabe—seguir adelante es también un acto revolucionario».                             

Lidia García

El reto de la semana

Asegura Lidia que la copla nace para acompañar las labores domésticas. Pues bien, ¿qué locución aparece en el Diccionario de la lengua española referida a la limpieza semanal de la casa?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)