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Paseando Madrid con Andrés Trapiello

12 miércoles May 2021

Posted by Sollastre in LIBROS, Madrid

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arrabal, arrabalde, arrabalero, bibelot, contar una cosa con linderos y arrabales, contrato de comisión, contrato de corretaje, corretaje, maravedí, morgue, rabal, rabalero

Hace unos días el paseante, que vive en uno de los extremos de la ciudad, se vio en la tesitura de tener que desplazarse al centro —«bajar a Madrid» lo llama Carmen—. Y la pereza que eso le produce desde que no tiene la obligación de hacerlo cotidianamente se apoderó de él por un instante.

Sin embargo, el engorro que en un primer momento supuso el tener que cumplir, recoger más bien, aquel encargo le permitió recuperar algo que hacía mucho tiempo que no disfrutaba: deambular por unas calles que siempre le traen recuerdos de otros tiempos y en las que nunca deja de encontrar aspectos nuevos. Así, sin prisa, fue asomándose a viejos y nuevos escaparates; comprobó que los pingüinos de la Cruz Blanca habían regresado a la calle Fernando VI; entró en una galería a contemplar fotografías para él inéditas de Chema Madoz… y así hasta rematar su paseo en una de sus librerías favoritas, de donde salió con un ejemplar de Madrid, lo último de Andrés Trapiello.

Ya en el trayecto de regreso cayó en la cuenta de que un rato antes había estado a tiro de piedra del domicilio del autor y de la conexión de este con el nombre de la librería: Cervantes y Compañía, personajes estos, el propio don Miguel y su elenco, sobre los que tanto ha escrito.

Engarces que se fueron extendiendo en los días siguientes según se adentraba en el texto, como el hecho de que la librería está en la calle del Pez, que aparece citada en el libro y que es prolongación de la de los Reyes, antiguo nombre de aquella en la que vive el propio Trapiello; la presencia, negro sobre blanco, de conocidos comunes; palabras que ya hemos visitado: mancerina, sicalipsis, zarabanda, galimatías…; y, muy especialmente, encontrar algunos nombres que nos han servido de inspiración por aquí: Valle-Inclán, Baroja, Carrère.

Si a ello unimos lo mucho que hemos disfrutado con este libro inclasificable, dos almas en un cuerpo en el que cada una nos va guiando por historias y vida de la otra, en una mezcla que refleja bien la esencia de este poblachón manchego que es la capital de España, es natural que terminara por convertirse en uno de estos paseos por el tumbaburros, como diría un mexicano.

Recorreremos hoy, pues, cinco palabras encontradas tras echarnos al coleto este Madrid cuya lectura, huelga decirlo, recomendamos a todos quienes sientan siquiera un pellizco de curiosidad por esta ciudad indescriptible. Sugerencia que hacemos con el mismo espíritu con el que cuando un amigo va a viajar a nuestro pueblo le remitimos a alguien allí —un familiar, otra de nuestras amistades— en el convencimiento de que la visita le aprovechará más y disfrutará más de ella.

P. S. Le ha hecho ilusión al paseante encontrar en estas páginas a Manuel Arroyo-Stephens, a quien en su momento dedicamos una de estas entradas con motivo de su libro Pisando ceniza. Falleció el año pasado, de triste recuerdo por tanto motivos. Descanse en paz.

arrabal.- Reciben este nombre tanto un barrio fuera del recinto de la población a que pertenece como cada uno de los sitios extremos de una población o una población anexa a otra mayor. En tiempos también se empleó, y así lo podemos leer en Lope de Vega o Tirso de Molina, en sentido figurado y jocosamente con el significado de nalgas.

Covarrubias (1611), con ese lenguaje al que de vez en cuando nos gusta retornar por aquí, lo definía así: «Es el barrio que está fuera de los muros de la ciudad pegado a ella, y los arrabales se pueblan de gente común y de bullicio, que por más libertad de sus tratos viven fuera, y en rigor de gente multiplicada que, no teniendo sitio en la ciudad, se salen a edificar fuera».

Proviene del árabe andalusí arrabáḍ, y este del árabe clásico rabaḍ.

Existía también la forma antigua arrabalde, que ya en 1791 subrayaba el DLE que era patrimonio de los rústicos de Castilla la Vieja y Pamplona. Terminó por caer definitivamente en desuso y perdió a principios de este siglo su lugar en el diccionario. Rabal, sin embargo, con el mismo origen y significado que la palabra que nos ocupa, lo ha mantenido hasta hoy.

De arrabal deriva arrabalero, en ocasiones abreviado como rabalero, que, además de designar a alguien que habita en él, se predica de quien en su comportamiento y lenguaje da muestras de ordinariez y desvergüenza. Es insulto liviano que suele aplicarse más a las mujeres, tal vez por la suposición tradicional de que tienen una mayor finura en el trato.

Contamos también con la locución contar una cosa con linderos y arrabales, que se empleaba para referirse en tono familiar a que ese referir se hacía de manera demasiado prolija, descendiendo hasta el último detalle.

bibelot.- Figura o cualquier otro objeto pequeño y generalmente de no mucho valor que se tiene como adorno, dentro de una vitrina o encima de un mueble, por ejemplo. Gonzáles Ruano, otro de los figurantes de esta obra, los llamaba giliporcelanas.

Es término tomado del francés —idioma en el que puede emplearse también, con un matiz peyorativo, referido a un artículo de poco gusto— bibelot. Muy probablemente, según las propias fuentes galas, encuentre su origen en la raíz onomatopéyica bib-, que hace referencia a objetos menudos, y el sufijo –elot, a partir del antiguo francés beubelet, con el mismo sentido, procedente a su vez del anglonormando baubel, igualmente con idéntico significado.

En Venezuela adquiere también la acepción específica de cosa preciosa, alhaja, otra de las que recibe en la lengua del país vecino.

Tiene allí algunas más, de entre las cuales incorporaremos a este paseo una perteneciente al campo de la tipografía, que tan caro le resulta a nuestro guía de hoy: pequeños trabajos sin especial complejidad, como facturas, invitaciones, anuncios, tarjetones, prospectos, etc.

Aunque no se incorporó al DLE hasta la penúltima edición, la de 2001, podemos encontrar esta palabra ya en la obra de escritores como Unamuno, Valle-Inclán o Baroja, quien, con la mordacidad que le caracterizaba, afirmó de Juan Valera, otro de los personajes que pasan, este apenas de puntillas, por las páginas que nos ocupan: «Don Juan Valera tenía gracia y malicia, pero era un fabricante de bibelots y no quería salir de ahí». Le reprochaba que, habiendo pasado años en las cortes de Viena y San Petersburgo, se ciñera en sus narraciones a ámbitos muy locales y cuestiones de menor enjundia.

maravedí.- Moneda antigua española en uso de 1172 a 1854. A lo largo de los siglos tuvo diversos valores y fue empleada como unidad de cuenta. Cuando desapareció equivalía a 1/34 de real.

También se denominó así a un tributo que, cada siete años, pagaban al rey los aragoneses cuya hacienda valía 10 maravedís de oro, y a otro cobrado en Mallorca.

Es voz que se ha documentado de antiguo con tres plurales: el antecitado maravedís, que ha sido siempre el más empleado, maravedíes y maravedises, que la Academia desaconseja «por su apariencia vulgar».

Deriva del árabe andalusí murabiṭí ‘relativo a los almorávides’, y este de mitqál murabiṭí ‘dinar [de oro]’.

Fue asimismo conocida como moravedí, morabetino, morbí, moravedín, morbidil, moravidí…

De ella derivó maravedinada, nombre en otros tiempos de una medida de áridos.

Con una presencia tan dilatada en la vida de nuestro país no es de extrañar que terminara incorporándose a ese saber del pueblo que es el refranero, donde encontramos ejemplos como Ahorrar para la vejez, ganar un maravedí y beber tres, que censura a los que gastan más de lo que tienen; Do el maravedí se deja hallar otro allí debes buscar, que enseña que donde hemos obtenido algún beneficio es donde resultará más fácil obtener otro, o Más vale blanca de paja que maravedí de lana, para indicar que hay cosas baratas que aprovechan más que otras de mayor precio —la blanca era otra moneda antigua que en algunas época equivalía a medio maravedí—.

corretaje.- Palabra documentada desde 1548 en nuestro idioma, adonde llegó desde el occitano antiguo corratatge, y este de corratier ‘corredor’ y -atge ‘-aje’, sufijo que en este caso designa un derecho que se paga.

El Diccionario de la lengua española nos ofrece dos significados: por una parte, es la comisión que reciben los corredores de comercio sobre las operaciones que realizan; por otra, la diligencia y trabajo que estos ponen en los ajustes y cuentas.

La edición de 1832, la primera en la que apareció, incluía la traducción latina de ambas acepciones: proxeneticum para la primera; proxenetæ opera, industria para la segunda. Esto puede resultarnos chocante teniendo en cuenta el significado de proxeneta en castellano, pero no lo es tanto si recordamos que este viene del latín proxenēta, ‘mediador, intermediario’, ‘comisionista’.

El DLE recoge también el contrato de corretaje, llamado también de comisión en derecho mercantil, que el Diccionario panhispánico del español jurídico define como aquel por el que una de las partes se obliga a indicar a otra la oportunidad de concluir un negocio jurídico con un tercero, promoviendo y facilitando su celebración, sirviéndole como intermediario a cambio de una prima.

En América encontramos una palabra homógrafa. En Cuba alude tanto a una huida desordenada de personas en distintas direcciones como a una situación de actividad intensa ante una tarea difícil, mientras que en Honduras, donde se emplea en el habla culta, es la renta que paga el que alquila tierra al dueño, generalmente en granos, en frutos o dinero. 

morgue.- La entrada correspondiente en el lexicón académico se limita a remitir a depósito de cadáveres, el lugar, generalmente provisto de refrigeración, donde se depositan los cadáveres que, por motivo de investigación científica o judicial, no pueden ser enterrados en el tiempo habitual.

Esto es así en lo que respecta a España, porque en Colombia es un anfiteatro anatómico, un sitio destinado a la disección de cadáveres con fines científicos o de investigación criminal, mientras que en Chile es como se denomina al local policial donde se depositan los cuerpos muertos de los desconocidos.

También en el español, o tal vez sea más exacto decir los españoles, de América, encontramos que en algunos países se utiliza morgue para referirse a una persona muerta.

Encuentra su origen en la palabra homógrafa francesa que significa ‘actitud, semblante altivo y despectivo’ y que deriva de morguer, forma en desuso y literaria para referirse a ‘tratar con arrogancia’, particularmente con la mirada.

Inicialmente se llamó morgue en Francia a un espacio a la entrada de la prisión donde permanecían algún tiempo los que ingresaban en ella, para que los carceleros pudieran observarles con detenimiento y así poder reconocerlos posteriormente. Para quedarse con su cara, podríamos decir coloquialmente. Como quiera que entonces no existían ni fichas policiales ni documentos de identidad también en ocasiones acudían ciudadanos para intentar establecer la identidad de los detenidos.

Con el tiempo las autoridades pensaron que este podía ser una buena forma de identificar a los fallecidos anónimos que aparecían en las calles de París o, con frecuencia, en el fondo del Sena, por lo que habilitaron una sala en el Grand Chatêlet para exhibir esos cadáveres. Y a partir de ahí hasta su significado actual.

La cita de hoy

«El secreto de Madrid es que Madrid no existe».         

Tomás Borrás

El reto de la semana

¿Con qué expresión coloquial, recogida en el Diccionario de la lengua española, podríamos, con toda lógica, despedir el paseo de hoy?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

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