Cuando el científico neozelandés Ernest Rutherford, premio Nobel de Química en 1908, fue elevado a la nobleza por el rey Jorge V con el título de barón Rutherford de Nelson adoptó un escudo de armas en el que, además de la figura de Hermes Trismegisto -origen de la palabra «hermético», como vimos al pasear con La Horda- figuraba escrita en latín la leyenda PRIMORDIA QUARERE RERUM «BUSCAR EL ORIGEN DE LAS COSAS».
Eso es precisamente lo que hace con las palabras la etimología: escudriñar esa procedencia. Tarea que en ocasiones resulta sencilla pues se puede seguir la trazabilidad -si se nos permite emplear este término hablando de palabras- incluso a través de diversas lenguas; en otras hasta es posible conocer cuándo, dónde e incluso por quién fue acuñado un término -como vimos al pasear por «jitanjáfora»- mientras que buen número de veces resulta directamente imposible establecerla. Por no hablar de aquellas voces sobre las que hay diferentes versiones respecto a su posible ascendencia.
Dentro de este campo de la etimología el paseante siente especial debilidad por la eponimia, como bien saben quienes tienen la deferencia de acompañarle en estas caminatas por el diccionario, en las que nos hemos encontrado con palabras como «sándwich», «rebeca», «bártulos» o «donjuán», entre otras, con «padres» de orígenes bien diversos. Sin embargo, el hecho de que la etimología no sea precisamente una ciencia exacta hace que ni siquiera la presencia en el DLE garantice al ciento por ciento esa paternidad de un vocablo.
Como muestra, pasearemos hoy por cinco palabras cuyos epónimos parecen evidentes, algunos precisamente por lo que aparece explicado en el propio lexicón académico, pero en las que, como ocurre con tantas cosas en la vida, esa primera impresión no resulta siempre la más acertada.
mancerina.- Comenzamos este paseo como lo hacían algunas charadas de la infancia del paseante: con un padre y con un hijo. El Diccionario de la RAE nos dice que el origen -sobre el que existen varias teorías respecto a su invención, que van desde unos presuntos temblores en su mano hasta un gesto galante en evitación de que las damas mancharan sus vestidos- de este plato con una abrazadera circular en el centro en el que se sostiene la jícara en que se servía el chocolate se encuentra en el marqués de Mancera, A. S. de Toledo, «virrey del Perú de 1639 a 1648». La cuestión es que Antonio Sebastán de Toledo Molina y Salazar -que tal era su nombre completo- fue virrey en América, sí, pero de… la Nueva España y entre los años 1663 y 1673. Quien ostentó el cargo en el Perú en los años indicados fue su padre, Pedro de Toledo y Leyva, I marqués de Mancera. Dado que en la correspondiente entrada de la palabra en el DLE aparece citado ya desde 1884 el Perú, vinculándola a quien fuera visorrey allí y epónimo de la misma, y que hasta la edición de 2001 no aparece la mención expresa al segundo marqués, esto parecería inclinar la balanza a favor del progenitor, pero… Independientemente de cuál sea su origen, la Academia sanciona también la forma macerina.
teatino.- El DLE indica que se denomina así al integrante de la orden de clérigos regulares fundada en Italia por san Cayetano de Thiene en el siglo XVI. Respecto a su origen etimológico, asegura textualmente que se encuentra en el latino Theatinus ‘de Teate’, la actual Chieti, ciudad de Italia, «de donde era obispo el fundador». Como quiera que en el resto de esta entrada del diccionario no se nombra a nadie más, la lógica lleva a inferir que san Cayetano fue obispo en dicho lugar, lo que no se corresponde con la historia. Dicha sede episcopal fue ocupada en realidad por Gian Pietro Caraffa -que posteriormente se convertiría en el papa Paulo IV-, que fue uno de los cofundadores de la orden. De hecho así aparecía explicitado en el antiguo DRAE desde 1803 hasta 2001. La parece que a todas luces innecesaria supresión de esa referencia en la conocida como edición del tricentenario -2014- conduce a la confusión antedicha. Como curiosidad relativa a esta voz podemos añadir que antaño se llamaba también teatinos, por confusión, a los jesuitas.
carlota.- Esta torta elaborada con huevos, leche, azúcar, vainilla y cola de pescado debe su denominación, según el DLE, a «Carlota, esposa de Jorge II de Inglaterra». Sin embargo, la consorte de este monarca se llamaba en realidad Carolina, de Brandeburgo-Ansbach por más señas. La que sí portaba ese nombre era Carlota de Mecklemburgo-Sterlitz, su sucesora en el trono por haberse casado con su nieto, que reinaría como Jorge III, lo que parece aventurar que tal vez en algún momento uno de los romanos del ordinal se perdiera por los meandros del trabajo académico. Como quiera que no hay pruebas que avalen fehacientemente el origen británico del nombre del dulce y que son varias las teorías al respecto, tal vez la más plausible pueda ser la que lo atribuye a que el chef francés Marie-Antoine de Carême la llamó así en homenaje a Carlota de Prusia, entonces cuñada del zar Alejandro I de Rusia, para el que aquel trabajaba. El propio Diccionario académico recoge también carlota rusa como otra forma de llamar a la carlota, lo que abonaría esta tesis.
duque de alba.- Se llama así en marina a un tipo de amarre para embarcaciones que consiste en un conjunto de pilotes sujetos por una abrazadera de hierro o por otro sistema, que se clavan en el fondo del mar en puertos y ensenadas. Si bien nada dice el DLE sobre su origen etimológico, resulta innegable que el propio nombre nos lleva a pensar que se debe a alguno de quienes hayan ostentado a lo largo de la historia dicho título nobiliario, entre los cuales el duque de Alba por antonomasia sigue siendo Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel (1507-1582), no en vano conocido como «el Gran Duque de Alba» o «el Grande». A pesar de ello, parece que la realidad es muy otra, y que esta voz no procede de ningún representante de la ilustre casa, sino que se trata de una etimología onomatopéyica proveniente del vocablo neerlandés «duckdalf», nombre en esa lengua de este tipo de noray y palabra que ya existía en ese idioma desde mucho antes de que se verificara la presencia española en los Países Bajos. Su similitud fonética con «duc d’Albe» sería el conducto por el que dicho nombre habría llegado hasta nuestro idioma.
chinchona.- Si comenzábamos el paseo con el primer marqués de Mancera, lo terminamos con su antecesor en el Perú, Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla de la Cerda, IV conde de Chinchón; o, mejor dicho, con su esposa; o con las dos que tuvo, si queremos ser totalmente precisos. Veamos. El diccionario, que nos dice que chinchona es otro nombre que recibe en algunos países americanos la quina -la corteza del árbol llamado quino, conocida por sus propiedades febrífugas-, asegura que se llama así por Ana de Osorio, «virreina del Perú de 1628 a 1639, que se curó con ella». Cuenta la historia que sanó tras ser tratada, por sugerencia de un confesor jesuita del visorrey, con dicha cáscara reducida a polvo, motivo por lo que pronto el remedio comenzó a ser conocido como «polvos de la condesa». Nada que objetar al relato, salvo que doña Ana falleció antes de que su marido fuera siquiera nombrado virrey. Quien le acompañó en su periplo americano fue su segunda esposa, Francisca Enríquez de Rivera, por lo que de ser cierta la historia debería ser su nombre el que apareciera en el diccionario.
El dicho de hoy
“El festín del rey Baltasar”.
Se dice de una comida que resulta excesiva, exagerada, opulenta en exceso. A pesar de lo que pueda parecer a primera vista, no hace referencia al conocido Rey Mago que hace año tras año las delicias de los más pequeños, sino a un príncipe homónimo babilonio. El origen de este dicho lo encontramos en la Biblia, en el libro de Daniel, en el que se narra que dicho príncipe -identificado erróneamente como rey e hijo de Nabucodonosor II- organizó un banquete suntuoso en el que se emplearon para beber vino las copas de oro y plata saqueadas en el templo de Jerusalén. En el transcurso de la fiesta apareció una mano fantasmal que escribió un mensaje en la pared. Como quiera que ninguno de sus sabios supo descifrarlo, solicitó a Daniel que lo interpretara. Este le explicó que era una profecía sobre el inminente fin de su reino. Esa misma noche Baltasar fue asesinado.
El reto de la semana
¿Qué palabra nos habría llevado a pensar que íbamos a cruzarnos en nuestro paseo de hoy con Charles Chaplin aunque en realidad no habría ocurrido tal cosa?
(La respuesta, como siempre, en la página de ‘Los retos’)
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