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Parafraseando a contrario sensu el mandamiento de la granja orwelliana podríamos decir que todos los libros son únicos, pero algunos libros son más únicos que otros. Que es justamente lo que pensó el paseante cuando cayó en sus manos un texto verdaderamente singular: Morirás en Sodoma, una novela de Florián Recio.

Un libro concebido en términos visuales con el que experimentó algo que jamás le había ocurrido: ya desde las primeras líneas —y según avanzaba lo fue corroborando— lo leía en blanco y negro. No negro sobre blanco, como es lo habitual y una frase ya manida. No. Literalmente en blanco y negro, pues en esos tonos «veía» lo que aquellas páginas le iban narrando. Un blanco y negro, con toda su gama de grises intermedios, acentuado por el hecho de ofrecer de vez en cuando de repente un relámpago de color, como el del humo azulado producido por unos cuadernos al arder. Impactos que le recordaron el abrigo rojo de la niña judía en la película La lista de Schindler.

Y así, con esa extraña sensación de estar entrando en un terreno que nunca antes había pisado, se fue internando en una historia en la que, además, tanto el aficionado a la lectura como el cinéfilo no dejarán de encontrar —y a buen seguro de dejarse otras tantas en el tintero— un buen número de referencias.

Un libro que muestra un mundo —que no existe, pero que podría llegar a existir y que algunos calificarían de distópico, lo que no haremos en este paseo— en el que una nueva modalidad de muerte subvierte las normas de la naturaleza y modifica, por tanto, de manera radical la existencia de quienes lo habitan. Un mundo de supervivientes en el que se cumple una vez más aquello de que lo que aceptamos nos transforma y lo que negamos nos somete.

Una novela, en definitiva, que es en sí misma una metáfora —y ya sabemos de la fuerza de las metáforas para transformar nuestra vida— que encierra a su vez otras muchas que circulan entre sus líneas de la mano de sus hermanas, las alegorías. Corroborando a su vez lo que dejó escrito Ramón Llull: «Cuanto más oscura es la metáfora mejor entiende el entendimiento que esa metáfora entiende».

Recorramos ahora, como tenemos por costumbre, cinco palabras espigadas en nuestra lectura de hoy. La que abre la lista, encontrada en la primera página; la postrera, hallada en la última. De alef a tav, cerrando un círculo de lo que podría considerarse un paseo completo dentro del propio paseo por el libro. Un metapaseo. Pero eso es ya otra historia. ¿O tal vez no?

bizarro.- Un buen ejemplo de que son los hablantes quienes determinan el sentido de una palabra y que la función del diccionario, lejos de ser normativa, es la de recoger y mostrar ese uso. Ese es el motivo de que la actualización del Diccionario de la lengua española llevada a cabo en diciembre de 2021 incluyera, junto a las tradicionales de ‘valiente, esforzado, generoso, lucido o espléndido’ —ciertamente poco conocidas y usadas menos aún por las nuevas generaciones de hispanohablantes y que, según reconocía la propia RAE, estaban restringidas «a la lengua culta y literaria, donde no dejan de presentar un cierto regusto arcaizante»— la acepción de ‘raro, extravagante o fuera de lo común’.

Un uso que se había censurado tradicionalmente por considerarse influencia del francés o del inglés, pero muy extendido desde hace tiempo en el ámbito hispánico —más en América que en España. De hecho, figuraba ya en el Diccionario de americanismos (2010)— especialmente frecuente en documentos que hacen referencia a producciones artísticas.

En lo que respecta a su procedencia, descartada la teoría de un origen vasco, que gozó en su momento de gran predicamento a pesar de lo endeble de su fundamentación, hoy está generalmente aceptado que se sitúa en el itálico bizzarro ‘iracundo, furioso’, ‘fogoso’, quizá derivado a su vez de bizza ‘ira instantánea, rabieta’, voz de fuente dudosa, tal vez de creación expresiva.

Corominas señala que en el propio país alpino se pasó pronto de este viso un tanto peyorativo al de ‘fogoso, brioso’ y también ‘vivaz, agudo’, o ‘pulido, pulcro’, sentidos con los que llegó a nuestra lengua.

mafia.- Organización criminal y secreta de origen siciliano y, por extensión, cualquier organización clandestina de criminales. Se aplica también, con un claro matiz despectivo, a un grupo organizado que trata de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos, especialmente si acaparan o disfrutan de una situación preeminente en su ámbito, impidiendo a los demás participar o beneficiarse de ello.

El Diccionario de americanismos señala asimismo que, en Guatemala, la República Dominicana o Puerto Rico, se emplea igualmente como sinónimo de engaño, trampa, ardid.

Llegó a nuestro idioma, no podía ser de otra manera, desde Italia. Màfia era una palabra dialectal siciliana, de procedencia desconocida, que reflejaba el concepto de valentía, calidad, excelencia, superioridad, aplicable también a los de amabilidad o perfección.

La pregunta que surge entonces es: ¿Cómo se instaló en el italiano, y pasó a otras lenguas, la acepción que tiene en la actualidad? Para encontrar la respuesta debemos acudir a los escenarios, pues si la visión que todos tenemos del fenómeno mafioso tiene una alta influencia cinematográfica y televisiva, esa evolución del significado vino propiciada por una obra teatral: I mafiussi della Vicaria (1863), drama escrito por Giuseppe Rizzotto. En él se representaban una serie de escenas que narraban las bravuconadas de un grupo de huéspedes habituales de la cárcel palermitana de ese nombre. A pesar de que, según las crónicas, su valor literario era más bien escaso, logró una gran difusión, lo que propició el cambio de sentido de nuestra palabra.

bagatela.- Término que, a diferencia de algunos de sus compañeros en este  paseo, no ha variado de significado desde su incorporación por parte de la RAE, que ya en 1726 la definía en el Diccionario de autoridades como ‘cosa menuda, de poco provecho, sin sustancia ni valor’.

En algunos países americanos es igualmente una forma, poco usada, eso sí, para referirse a un artículo sumamente rebajado, de precio muy inferior al que le corresponde.

Sin abandonar ese continente, el lexicón académico recogió también durante algún tiempo que era otra manera de llamar, principalmente, pero no solo, en Chile, al billar romano, un juego de salón, antepasado del petaco o máquina del millón, que consistía en un tablero erizado de púas y con nueve agujeros numerados que indicaban el valor de los puntos conseguidos. Sobre él se deslizaban unas bolas cuyo recorrido hasta acabar en una de esas oquedades venía trazado por cómo iban chocando con las puntas.

Y como también hay vida para las palabras fuera del diccionario, esta encontró un acomodo más dando nombre a una composición musical que se caracteriza por no ajustarse a ninguna estructura preestablecida y que se encuadra principalmente en la música para piano del siglo XIX, de intenso carácter intimista. ¿Quién no ha escuchado alguna vez la célebre Para Elisa de Beethoven?

Procede del italiano bagatella ‘juego de manos’, ‘friolera’, vocablo sobre cuyo origen incierto se han formulado diversas hipótesis que lo sitúan en el latín; el árabe; el francoprovenzal; o el latín medieval, sin que ninguna resulte plenamente satisfactoria.

imbécil.- Otra palabra, una más en este paseo, que ha modificado su sentido en nuestra lengua a lo largo del tiempo.

Tomada del latín imbecillis ‘débil en grado sumo’, se incorporó al castellano con este significado, como podemos comprobar en el Diccionario de Autoridades (1734), que, por cierto, lo acentuaba en la última sílaba, igual que en latín, y avisaba de que era voz de poco uso.

Aunque hay ejemplos en tiempos anteriores —el susomentado Llull lo emplea así en sus Proverbios, a finales del siglo xiii y Covarrubias (1611) se refería a la mariposa como el más imbécil de todos los gusanitos alados por su insistencia en acercarse a la luz del fuego, hasta que finalmente se quema— la moderna acepción de tonto o falto de inteligencia y su utilización como insulto no se generalizaron hasta el siglo xix, seguramente por influencia semántica del francés, donde tenía esta connotación al menos desde dos siglos antes.

Este ascendiente queda también patente en el hecho de que en un par de ediciones del diccionario académico se incluyera asimismo la forma imbecile, puro calco de la lengua del país vecino.

Es término que aparece profusamente en nuestra literatura, a ambos lados del Atlántico, y particularmente atractivo para autores como Baroja, Buero Vallejo u Ortega y Gasset, que lo incluyeron en varias de sus obras y artículos. Este último dejó escrita en el prólogo a la edición francesa de La rebelión de las masas esta lapidaria sentencia: «Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil».

tatuaje.- La acción y efecto de tatuar, hacer dibujos  en la piel humana introduciendo materias colorantes bajo la epidermis y también, en sentido más amplio, dejar huella en alguien o algo.

Tatuaje también se usa en criminalística para definir el cerco o señal que deja en la piel, al incrustarse en ella granos de pólvora y partículas metálicas que desprende el propio proyectil, un disparo por arma de fuego efectuado desde muy cerca.

En América encontramos que en Panamá utilizan la forma tatú para hablar de una calcomanía que se pega sobre la piel —en España está también muy extendida, principalmente entre los hablantes más jóvenes, para referirse al propio tatuaje— y que en Puerto Rico tatuaje es una de las formas de marcar a los gallos de pelea. Un mundo este, por cierto, el de las peleas de gallos, que ha generado en Hispanoamérica un colorido vocabulario al que seguramente merecería la pena dedicar alguno de estos paseos.

Según el DLE, está tomada del francés tatouge, mientras que tatuar procede del inglés to tattoo —de donde lo hace, en última instancia, la voz gala—, y este del polinesio ta tau, con el mismo significado.

Aunque los tatuajes eran ya conocidos entre las civilizaciones más antiguas, nuestra palabra se documenta por vez primera por el capitán inglés James Cook en Tahití, en 1769, en el transcurso de uno de sus viajes por el Pacífico.

Y si antes citábamos la bagatela Para Elisa, bien podemos cerrar este paseo al compás de Tatuaje (1941), una de las coplas más representativas de la música popular española, cuya música compuso el maestro Manuel Quiroga y popularizó Concha Piquer.

La cita de hoy

«Porque en estos tiempos, reivindicar la belleza es el mayor acto revolucionario».

Hermano Barrabás

Morirás en Sodoma

El reto de la semana

¿Qué conocida novela de la literatura centroeuropea, cuyo título, una palabra que encontramos también en la lectura de Morirás en Sodoma, hace referencia precisamente a algo que ha sufrido ese mundo al alterarse las reglas naturales de juego, podía habernos acompañado en nuestro paseo de hoy?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)