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Archivos mensuales: marzo 2022

De paseo con ¡Ay, campaneras!

31 jueves Mar 2022

Posted by Sollastre in LIBROS

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Cuando un libro se define en su primera página como «un paseo personalísimo» y también «disfrutón» cuenta ya con muchas papeletas para aparecer en estos que realizamos por el diccionario. Si además se trata de ¡Ay, campaneras!… las tiene todas.

Comencemos por el principio. O sea, tengamos método, como diría la gran Lola Flores. Hace ahora dos años, al inicio del confinamiento, la investigadora universitaria Lidia García puso en marcha un pódcast con este mismo título. En él abordaba ―y lo sigue haciendo― la santísima trinidad de la música popular patria, copla, cuplé y zarzuela, desde nuevos prismas, desde perspectivas de género, de clase social, LGTBI, feminista… El resultado de esa aventura se ha convertido ahora, tras sumar más de 150 000 oyentes, en el libro que nos ocupa.

Doscientas setenta y una páginas que nos permiten redescubrir, o acercarnos por vez primera, según la experiencia de cada uno, a lo que la autora califica como la banda sonora de nuestras abuelas. La música que les acompañó toda la vida y que, en definitiva, les ayudó a seguir adelante en tiempos más oscuros aún que los de la pandemia.

Su lectura nos ayuda a entender mejor la intrahistoria de esas generaciones de mujeres. Y lo hace adentrándose en un mundo que a pesar de ser un elemento básico de nuestra memoria sentimental resulta tan conocido superficialmente como desconocido en su esencia. Un mundo que sigue demandando eliminar de una vez los restos de polvo, prejuicios y caspa que todavía lo desfiguran.

Pasearemos hoy del brazo de la autora ―creadora y musa a la vez en esta ocasión― por cinco palabras escuchadas (pues es imposible leerlas sin sentir su voz) entre los acordes/páginas de este recorrido por la memoria íntima de nuestro país. Un acervo que no podemos permitirnos el lujo de despilfarrar.

P. D. En las páginas de ¡Ay campaneras! nos hemos reencontrado con la Bella Medusa, personaje de La torre de los siete jorobados, la novela de Emilio Carrère que protagonizó nuestro último paseo. ¿Casualidades o hilos imperceptibles que van uniendo unos con otros?

zurcir.- Un verbo al que habrán acompañado un sin fin de coplas mientras nuestras abuelas y madres lo ponían en práctica ―y que si lo hacían en mi querida Salamanca lo llamaban también zurdir―.

Consiste en coser la rotura de una tela, de manera que la unión quede disimulada o suplir con puntadas muy juntas y entrecruzadas los hilos que faltan en el agujero de un tejido.

También unir sutilmente una cosa con otra, y, coloquialmente, combinar mentiras para dar apariencia de verdad a lo que se cuenta.

En el habla tradicional de Castilla se empleaba asimismo con el sentido de golpear, castigar, azotar, o el de criticar severamente, es decir, golpear con las palabras.

Procede del antiguo surcir, que a su vez lo hacía del latín sarcīre ‘remendar’.

El DLE alberga también un instrumento íntimamente relacionado con nuestra palabra: el huevo de zurcir, uno de madera, plástico u otro material, que se emplea para zurcir medias o calcetines.

¿Y en qué consiste zurcir voluntades? Pues ni más ni menos que en hacer de alcahuete. Quevedo, en el Buscón, emplea la variante zurcidora de gustos.

Por su parte, la locución coloquial que me, te, le, etc., zurzan equivale a que le den morcilla a alguien o algo, empleada para expresar rechazo, desinterés o desprecio a la persona o cosa aludida.

chiribitero.- Adjetivo que no encontraremos en el DLE.

Deriva de chiribita, voz que puede referirse a una chispa, a la planta conocida como margarita, a un pez de las Antillas o, en plural y de manera coloquial según la RAE, a las partículas que, vagando en el interior de los ojos, ofuscan la vista. Lo que, más coloquialmente aún, conocemos también como «moscas».

A su vez, echar chiribitas es equivalente a echar chispas, mientras que hacer, o hacerle, a alguien chiribitas los ojos es ver, por efecto de un golpe y por breve tiempo, multitud de chispas movibles delante de los ojos o expresar en la mirada la ilusión de que algo deseado va a suceder pronto.

¿A cuál de esos sentidos hace referencia el chiribitero de nuestro paseo? En realidad… a ninguno.

La artista Marujita Díaz era conocida, entre otras cosas, por su capacidad para hacer girar los ojos. Y a eso se dio en llamar hacer chiribitas con ellos, por más que no sea ese el significado que le otorga la Academia. Pero ya se sabe que los verdaderos dueños, y constructores, de la lengua son los hablantes. De ahí que la autora hable de los «ojos chiribiteros» de la folclórica.

Por cierto, ese malabarismo ocular recibe el nombre técnico de nistagmo, pero eso queda ya para otro paseo.

cañí.- El Diccionario de la lengua española se limita a definirlo como gitano, en su acepción de persona perteneciente a un pueblo originario de la India.

Aparece documentada por vez primera en 1886, y la encontramos en boca del galdosiano Juan Santa Cruz, deuteragonista en Fortunata y Jacinta.

Respecto a su procedencia, Corominas señala que parece deberse a una confusión del gitano calí ‘gitana’ con cañí, que en esa misma lengua significa ‘gallina’. Algo, la confusión entre dos palabras gitanas con forma análoga, que habría sucedido también en otros casos al incorporarlas al castellano.

Sea cual fuere el origen, tal vez lo que habría que cuestionarse es su presente. Porque la cierto es que cañí hace ya mucho que ha trascendido la escueta definición del texto académico y hoy se entiende más bien, en palabras de la propia Lidia García y de Terenci Moix, como el conjunto de tópicos sobre «lo español» que se configuraron a partir de la identificación de la cultura gitanoandaluza con la cultura andaluza en general y la de esta con la de España en su conjunto. Tópicos, añadimos nosotros, que a fuerza de degradarlos haciéndolos comerciales para atraer al turismo, terminaron en muchos casos por convertirse en una mera caricatura.

mojigatería.- Cualidad de mojigato o acción propia de la persona mojigata.

Y un mojigato es a su vez aquel que muestra exagerados escrúpulos morales o religiosos o quien afecta humildad o cobardía para lograr sus propósitos. En ambos sentidos suele emplearse en sentido peyorativo.

La definición que ofrece Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana (1611) resulta mucho más gráfica y no solo por el castellano de la época: «El disimulado vellaco, que es como el mizigato, que diciéndole miz, se humilla, y regala, y después da uñarada».

El propio Covarrubias ofrece un origen etimológico, muġáṭṭī ‘cubierto’ ‘disimulado’, que Corominas tiene por falso.

Tanto él como el Diccionario de la lengua española se inclinan por considerar que mojigato es el resultado de combinar dos palabras sinónimas: *mojo, una forma familiar de llamar a este felino en muchos lugares y gato. Como explica el lexicógrafo, con esta repetición, aplicada a personas, se quiere hacer hincapié en una forma de ser aparentemente humilde y mansa, y en realidad astuta y traicionera, como la del animal.

Además de mojigatería, el DLE recoge también la forma mojigatez.

machicha.- Baile brasileño, allí llamado maxixe, muy sensual. De raíces africanas, nació en la década de 1870 en Río de Janeiro y se puso de moda en Europa a inicios del siglo xx.

Sobre la procedencia del nombre circulan diversas hipótesis:

Según el compositor Heitor Villa-Lobos (conocido por su fantasía a la hora de inventar mitos de origen) se debe a un sujeto conocido como Maxixe que, en un baile de la sociedad Los estudiantes de Heidelberg, interpretó de una manera nueva el lundu ―otra danza brasileña―, probablemente uniendo su cuerpo al de su pareja.

Otra teoría se inclina por maxixi, nombre quimbundo ―lengua bantú que se habla en algunas zonas de Angola― de una cucurbitácea. El baile se habría llamado así bien porque las parejas se mueven muy juntas, confundiéndose como las ramas de la planta, bien porque su calidad de rastrera se habría equiparado al nacimiento del baile en ambientes socialmente considerados bajos.

Finalmente, hay quienes defienden que procede del nombre de la ciudad mozambiqueña de Maxixe.

La palabra no aparece en el DLE. Lo cual no fue óbice para que un insigne miembro de la RAE, Pío Baroja, dedicara en sus memorias, Desde la última vuelta del camino, unas líneas a la machicha. En ellas cita además a una de las protagonistas de ¡Ay, campaneras!: nada menos que la Fornarina. Buen broche para nuestro paseo, ¿verdad?

La cita de hoy

«A veces —el tarareo incesante de nuestras abuelas lo sabe—seguir adelante es también un acto revolucionario».                             

Lidia García

El reto de la semana

Asegura Lidia que la copla nace para acompañar las labores domésticas. Pues bien, ¿qué locución aparece en el Diccionario de la lengua española referida a la limpieza semanal de la casa?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Paseando por La torre de los siete jorobados

09 miércoles Mar 2022

Posted by Sollastre in LIBROS

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chepa, cheposo, chiquizuela, chiribitil, choquezuela, corcova, corcovado, diagridio, giba, joroba, jorobado, mentecatada, mentecatía, mentecatez, mentecato

Que un libro nos permite viajar sin salir de casa es, sin dejar de serlo, algo más que un cliché. Lo comprobamos por aquí cada vez que abrimos el diccionario y nos lleva a pasear por un frondoso jardín. Uno que sabemos que jamás llegaremos a recorrer por completo y en el que nunca nos faltará una especie/palabra nueva que descubrir.

Hay también ocasiones en las que se produce una curiosa paradoja: que mientras leemos, aprovechando las horas muertas del desplazamiento ―en tren, en avión, en barco…―que todo viaje conlleva, nos encontremos con que estamos viajando a su vez a muchos kilómetros de allí sin movernos del asiento.

Esto es lo que le pasó recientemente al paseante, quien camino a su querida Salamanca se encontró de repente recorriendo un Madrid quimérico y subterráneo, no por inventado menos real, por mor de La torre de los siete jorobados, obra de un viejo conocido de estos paseos, Emilio Carrère, quien ya nos guio hace unos meses por una ruta emocional de la ciudad.

Una novela, casi más bien un folletón de aventuras con un toque de humor castizo, que el propio autor habría calificado como abracadabrante. En la que encontramos mezclados géneros como el esoterismo, lo policiaco, el terror, lo legendario, lo sobrenatural… Un libro que nos permite además reencontrarnos con otro viejo compañero de estos paseos: don Ramón del Valle-Inclán, en la figura de su trasunto, Sindulfo del Arco, el erudito ¡y viajero infatigable! de los anteojos azules.

Pasearemos hoy, por lo tanto, por cinco palabras encontradas entre las páginas/recovecos de esta torre fantástica, alguna casi tan difícil de encontrar como la propia entrada a la guarida de los corcovados.

jorobado.- Nada más previsible que comenzar el paseo de hoy por esta palabra, aunque sea una de esas definiciones del DLE que nos hacen dar más vueltas por él de lo que tal vez habíamos previsto.

Porque lo define como corcovado ―que a su vez es quien tiene una o más corcovas― o cheposo ―coloquialmente, el que tiene chepa―. Así que para aclararnos nos dirigiremos al sendero que nos abre su origen etimológico, joroba ―del árabe andalusí ḥadúbba, y este del árabe clásico ḥadabah―… solo para encontrar que esta es a su vez un sinónimo de giba, corcova, chepa.

Seguimos el paseo según está señalizado, para no perdernos, y vemos que giba es a su vez igual a joroba, corcova.

Al llegar por fin a esta última descubriremos que su significado es el de una corvadura anómala de la columna vertebral, o del pecho, o de ambos a la vez.

¿Y qué ocurre con chepa, podrá pensar alguien que se haya quedado atascado en las rotondas del diccionario académico? Pues este nos dice que es, coloquialmente, una corcova o joroba. Círculo cerrado.

Por cierto: giba procede del latín gibba; corcova quizá sea una reduplicación del latín curvus ‘curvo’; y chepa encuentra su origen en el aragonés chepa ‘jorobado’.

choquezuela.- Otro nombre que recibe la rótula, el hueso de la articulación de la tibia con el fémur.

Deriva del diminutivo de chueca ―voz de posible ascendencia vasca: txoko ‘taba’, ‘articulación de huesos’ o, como apunta Corominas, acaso ibérica―, que es el hueso redondeado o parte de él que encaja en el hueco de otro en una coyuntura, como la rótula en la rodilla, la cabeza del húmero en el hombro y la del fémur en la cadera.

Más cercano al significado de la palabra madre, el Diccionario de autoridades (1729) definía choquezuela como «el hueso que juega en la rodilla y en el hombro, que es como media bolilla».

Aportaba, además, un ejemplo muy gráfico en el que dos mujeres, queriendo componer el brazo roto de santa Teresa, tiraron tan fuerte de ella que provocaron el estallido de la choquezuela del hombro.

Al llegar al continente americano nuestro vocablo adoptó una forma nueva: chiquizuela. Se emplea, con carácter popular, en la Argentina y el Uruguay tanto con el significado de rótula o rodilla de una persona como en el de rótula de un animal, generalmente bovino, que suele emplearse para dar sustancia a la sopa. Y en este último país también se aplica al corte de carne que se extrae alrededor de la rótula del animal vacuno.

mentecato.- Adjetivo que según el lexicón académico se predica de quien es tonto, fatuo, falto de juicio, privado de razón; de aquel que posee escaso juicio o entendimiento.

Procede de mentecapto, forma hoy en desuso, que a su vez lo hace del latín mente captus ‘que no tiene toda la razón’; literalmente ‘cogido de mente’.

En nuestro idioma aparece documentado por vez primera en el Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana (1570) de Cristóbal de las Casas, el primero bidireccional con el español y el italiano.

Como derivados el DLE alberga mentecatada, con el significado de dicho o hecho propio del mentecato; mentecatería, con el de necedad, tontería, falta de juicio; y mentecatez, que engloba ambas acepciones.

Además, entre 1803 y 1869 gozaron también de entrada propia el diminutivo mentecatillo y el aumentativo mentecatón.

Fuera del paraguas académico, pero con padrino de la talla de Lope de Vega, que la utiliza en las comedias La cortesía de España y La prueba de los amigos, encontramos también mentecatía, con el mismo sentido que mentecatería. ¿Recurso para ajustar la rima en octosílabos? Quién sabe.

chiribitil.- Un desván, rincón o escondrijo bajo y estrecho. Coloquialmente, también una habitación o cuarto muy pequeño.

Una vez más, la definición del Diccionario de autoridades (1729) aporta algo más de información, pues añadía como ejemplo la parte interior de los tejados y señalaba que en él «es menester andar a gatas o de medio lado».

De chivitil, una forma ya en desuso de nombrar el chivetero, el corral o aprisco donde se encierran los chivos.

Chivo, origen último de nuestra palabra, deriva de chib, voz onomatopéyica de llamada para que el animal, que no es otro que la cría de la cabra, acuda.

Voz que debía de resultar especialmente grata a Carrère ―no en vano aparece hasta en ocho ocasiones en el libro que hoy nos ocupa―, se prodiga en nuestra literatura y la podemos encontrar también en textos de Moratín; Mesonero Romanos; Fernán Caballero; Pérez Galdós; Valera; Pardo Bazán…

Y cerramos esta palabra con una concesión a la nostalgia. Los lectores argentinos de estos paseos que ya peinen canas recordarán sin duda Los cuentos del Chiribitil, la colección de libros infantiles que publicó el CEAL en los años setenta del siglo pasado.

diagridio.- La edición de 1783 del diccionario académico, la última en la que apareció, lo definía como una composición medicinal purgante, que se usaba en las píldoras, y consistía en escamonea preparada con zumo de membrillo o de orozuz.

Cuando se preparaba encerrando el jugo de la planta en el membrillo, haciéndolo cocer en el rescoldo, recibía el nombre de diagridio cidonado; si se mezclaba con extracto de regaliz ―otro nombre del orozuz― tomaba el nombre de diagridio glizirrizado; y si se colocaba al calor del azufre en combustión se llamaba entonces diagridio sulfurado o sulfuroso. Los tres se empleaban como purgantes bastante fuertes y se administraban con gran moderación.

El Diccionario de la lengua española (1917) del filólogo helenista y académico de la RAE José Alemany y Bolufer señala que el nombre procede del latín diagrydium y este del griego dakrydion ‘lágrima pequeña’.

La presencia de este término en La torre de los siete jorobados no deja de resultar excepcionalmente curiosa, pues según muestran los corpus textuales académicos de todas las épocas y lugares en que se ha hablado español, desde los inicios del idioma hasta nuestros días, es la única vez que se ha utilizado literariamente, fuera de textos médicos o farmacológicos.

La cita de hoy

«Lo extraordinario nos envuelve y nos envía mensajes que pocas veces sabemos comprender…».                                                    

La torre de los siete jorobados

Emilio Carrère

El reto de la semana

¿Con qué compositor no habría sido raro encontrarnos en nuestro paseo de hoy, ya que está presente Diccionario de la lengua española en el diccionario y el protagonista de una de sus obras más conocidas guarda relación con los del libro que hoy nos ocupa?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

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