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El Nilo, que alumbró una de las mayores civilizaciones conocidas, ocultó durante milenios su nacimiento a quienes pretendían encontrarlo. El descubrimiento de sus fuentes, que se convirtió en uno de los mayores retos para exploradores y viajeros desde la más remota antigüedad, no se resolvería hasta mediados del siglo xix.
La búsqueda del origen de las cosas ha sido siempre una pulsión de la humanidad. ¿De dónde venimos? es una de esas cuestiones básicas que lleva planteándose probablemente desde su mismo inicio. Sin embargo, como esta misma pregunta se encarga de demostrar, no siempre nos es dado conocer esos inicios. En unas ocasiones puede que por el momento; en otras tal vez jamás lleguemos a encontrarlos.
Eso es algo que sabemos bien aquellos a los que Carlos la Orden Tovar bautizó certeramente como «espesitos de la etimología»: al igual que hay obras literarias anónimas, son muchas, muchísimas, las palabras cuyo origen es o bien incierto, como las que abordamos en el último paseo, o bien directamente desconocido
Palabras, pues, que llegaron a nuestra lengua sin referencias conocidas, sin antecedentes, sin partida de nacimiento ni pasaporte… Desde un anonimato que, estamos seguros, envuelve también a bastantes otras de las que el diccionario no señala específicamente ese aspecto. Vocablos que, en todo caso, forman parte del acervo del español porque así lo fueron decidiendo los auténticos dueños del idioma: sus hablantes, que fueron incorporándolas o creándolas, tanto da.
Un anonimato que, sin embargo, no ha sido óbice para que a través de la historia de la propia lengua se hayan planteado sucesivamente, como podemos comprobar en el paseo de hoy, las más diversas hipótesis respecto a lugares y momentos de nacimiento, sin que al parecer ninguna de ellas llegara a adquirir la condición de fidedigna.
Nuestros pasos nos encaminan hoy hacia cinco de esos términos que, al atractivo que hemos encontrado en todos los que se han asomado por estas páginas hasta ahora, añaden el del misterio —y este siempre resulta muy sugerente— de que no sepamos desde dónde han llegado hasta nosotros.
panga.- Voz de reciente incorporación al DLE, pues no lo hizo hasta 2001. Nada se indicaba entonces sobre su origen, como tampoco en la versión en papel de 2014. Ha sido la reciente actualización en línea de noviembre de 2020 la que le ha conseguido un hueco en nuestro paseo por palabras marcadas como de origen desconocido.
En el español —o tal vez sería más propio decir los españoles— de América encontramos tres embarcaciones y un recipiente llamados así:
Un pequeño bote de fondo plano y cubierta ancha, movido a remo, vela o motor, que se emplea para pescar o transportar personas en aguas poco profundas.
Una barcaza de carga movida por motor, de fondo plano y cubierta ancha, que, siguiendo un cable como guía, sirve para transportar carga, en especial vehículos, de un lado a otro de un río, lago o laguna.
Una embarcación descubierta, ancha, de poco calado y con motor que se utiliza para la pesca y para el transporte de pasajeros.
En Honduras da nombre también a un tronco ahuecado de caoba o cedro de forma rectangular, que se usa para dar de comer al ganado o para fregar los cacharros.
Si saltamos de continente se cruza en nuestro rumbo otra posibilidad para surcar las aguas: la panga filipina, una barca bien acabada y ligera que puede navegar a remo y a vela. No llegó a conseguir el aval académico —sí otra distinta denominada panca—, pero Wenceslao Retana la recoge, como voz tagala, en su Diccionario de filipinismos (1921) y aparecía en diversos diccionarios del siglo xix, en algunos de ellos también en la forma pango.
barril.- Voz común a todos los romances de Occidente, como leemos en Corominas, de origen prerromano y de raíz desconocida.
Su acepción más común es la de recipiente generalmente cilíndrico, de madera o de metal, que sirve para conservar, tratar y transportar diferentes líquidos y géneros.
Algunos de ellos, en sentido real o figurado, «tienen apellido» en nuestra lengua:
Barril bizcochero, que servía para llevar el bizcocho —un pan sin levadura, que se cocía por segunda vez para que perdiese la humedad y durase mucho tiempo— en las embarcaciones.
Barril de tocino, que en Puerto Rico sirve para denominar a los fondos públicos asignados a los legisladores sin propósito específico.
Barril sin fondo, que en algunos países americanos hace referencia a una persona que todo lo hace en exceso; en la República Dominicana, Puerto Rico y Venezuela también a algo que cuesta o en la que se invierten grandes cantidades de dinero; y en el Uruguay a una persona capaz de beber mucho alcohol sin emborracharse.
Barril sin zuncho(s), sinónimo festivo en Chile de persona gorda.
A su vez, de una situación muy tensa y conflictiva se dice que es un barril de pólvora.
De barril derivan barrilete, que puede ser tanto un instrumento de carpintero como un cangrejo de mar, una especie de nudo marinero, un tipo de cometa, una pieza del clarinete o un aprendiz —y, si además es cósmico, en léxico futbolístico, el recientemente fallecido Diego Armando Maradona, aunque eso es ya otra historia—; barrila, una botija cántabra; embarrilar, meter y guardar algo en barriles; embarrilador, el encargado de hacerlo; barrilería, lugar donde se fabrican o conjunto de ellos — este último llamado también barrilamen, o barrilaje en México—; y barrilero, el que los fabrica.
gafe.- Adjetivo que se predica de una persona que trae mala suerte o de aquella que impide o dificulta cualquier diversión. Como sustantivo es un sinónimo de mala suerte.
Cuando el diccionario académico lo incorporó, en 1970, con la definición de aguafiestas, de mala sombra, aseguraba que tenía el mismo origen que gafo —persona que padece gafedad, un tipo de lepra—: gafa, a la que hoy atribuye un origen incierto, pero que entonces derivaba del germánico gafa ΄gancho΄. Habría que esperar a la edición de 2001 para que su procedencia se considerara desconocida y a la de 2014 para cambiar a los significados que muestra ahora.
Otra hipótesis apunta a una ascendencia árabe, de qáfa, que alude precisamente a la mano del leproso, con sus dedos encorvados. Según esta teoría, el término habría ido adquiriendo una connotación cada vez más negativa y de hecho se llegó a pensar que incluso respirar el aire de un lugar por donde pasaba un leproso traía malas consecuencias. Poco a poco tanto gafo como gafe habrían ido resbalando hacia el terreno de la superstición.
Personaje inmune a su propio maleficio, se considera que basta incluso con mencionar su nombre para que sus efectos se hagan notar, por lo que si alguien se atreve a pronunciarlo hay que conjurar el mal tocando madera, entrecruzando los dedos índice y corazón de ambas manos o recurriendo a cualquier otro tipo de sortilegio.
En el Uruguay se emplea coloquialmente el término secante para referirse a una persona que es gafe —también a alguien molesto y fastidioso—.
De gafe obtenemos el verbo gafar, transmitir o comunicar mala suerte a alguien o algo.
becerro.- Es la cría de la vaca hasta que cumple uno o dos años. En la tauromaquia se eleva un poco la edad, pues es sinónimo de novillo, res vacuna de entre dos y tres años.
También la piel de ternero curtida para emplearse en calzados y otros usos, así como el libro —también libro becerro o libro de becerro— en el que monasterios, cabildos catedralicios, villas y otras comunidades copiaban sus privilegios y las escrituras de sus pertenencias, llamado así por encuadernarse con ella para su mejor resguardo.
Especial relevancia histórica tiene el Becerro de las behetrías, libro en el que, de orden del rey Alfonso XI y de su hijo Pedro I, se escribieron las behetrías —poblaciones en las que sus habitantes podían elegir a su señor— de las merindades de Castilla y los derechos que pertenecían en ellas a la Corona y a otros partícipes.
Según el Diccionario de autoridades (1726) se llamó así a la cría bovina como si dijésemos buey cerril.
Corominas especula en esta ocasión con un origen ibérico, probablemente de un *ibicirru derivado del hispanolatino ibex, -ĭcis ‘rebeco’, por el carácter indómito y arisco de ambos animales.
Si proseguimos por mar nuestro paseo daremos con el becerro marino, es decir, con una foca.
Y si nuestra singladura nos lleva hasta el reino vegetal, nuestro vocablo es otro nombre que recibe la planta conocida como dragón, mientras que otra planta perenne, el aro, es también conocida como pie de becerro.
Terminamos con una acepción de reminiscencias bíblicas: el becerro de oro, sinónimo de dinero o riquezas, que remite al episodio en el que Moisés baja del monte Sinaí y se encuentra a los israelitas adorando a un ídolo con esa forma hecho de ese metal.
ascua.- Trozo de una materia sólida y combustible, por ejemplo de carbón, que por la acción del fuego se pone incandescente y sin llama.
El Diccionario de autoridades (1726) recoge la cita que Covarrubias hacía a su vez del padre Guadix —que ya se asomó por estos paseos cuando nos ocupamos de la palabra bagasa—, quien decía que era voz arábiga, de ayxcua, «que vale mal amor y mala amistád, porque ninguna se puede tener con el fuego, que todo lo consúme».
El lexicón académico aseguraba en 1899 que venía del alto alemán weiss kohle ΄carbón blanco o candente΄. En las ediciones posteriores desaparece toda referencia al respecto y la mención expresa del carácter desconocido de su origen no se incorporará hasta la última.
Corominas abunda en lo desconocido del origen y descarta tanto el germánico asca ΄ceniza΄, que no explicaría la terminación de la palabra española, como el vasco ausko-a, derivado de hauts ΄ceniza΄, pues parece ser palabra meramente supuesta. Se inclina, como en el caso de barril, por una ascendencia prerromana.
Es término expresivo que puede encontrarse como interjección festiva —¡ascuas!— para manifestar extrañeza o dolor y como frase para dar a entender que alguna cosa brilla y resplandece mucho: estar hecho un ascua de oro.
También protagoniza locuciones como arrimar alguien el ascua a su sardina, que hace referencia al hecho de aprovechar la coyuntura en propio interés, incluso obteniendo un beneficio particular de lo que debería ser común; estar en o sobre ascuas es a su vez otra forma de decir que alguien está inquieto, tenso, preocupado; y sacar el ascua con la mano del gato, o con mano ajena, se empleaba, pues está en desuso, con el sentido de utilizar a una tercera persona para ejecutar algo sin exponerse a los daños o riesgos que ello pueda conllevar.
La cita de hoy
«Sin lugar a dudas A. N. Onymous ha sido el autor más prolífico en la historia de la literatura en lengua inglesa».
Peter Muckley
El reto de la semana
¿Desde qué región natural española, protagonista de algún que otro viaje literario y cuyo nombre aparece en el DLE como de origen desconocido, podríamos haber emprendido el paseo de hoy?
(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)
Me gustan mucho tus paseos y te digo una cosa : estoy deseando recibir tus nuevos paseos para leerlos y disfrutar de esta amena e interesante lectura. Como siempre te doy un 10. Maravilloso. Un abrazo fuerte
Sigue siendo un placer encontrarte por estos paseos. A ver si nos alcanza el tiempo para emprender otro antes de que acabe este año tan anómalo. Abrazo GRANDE.
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