Paseando por Morirás en Sodoma

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Parafraseando a contrario sensu el mandamiento de la granja orwelliana podríamos decir que todos los libros son únicos, pero algunos libros son más únicos que otros. Que es justamente lo que pensó el paseante cuando cayó en sus manos un texto verdaderamente singular: Morirás en Sodoma, una novela de Florián Recio.

Un libro concebido en términos visuales con el que experimentó algo que jamás le había ocurrido: ya desde las primeras líneas —y según avanzaba lo fue corroborando— lo leía en blanco y negro. No negro sobre blanco, como es lo habitual y una frase ya manida. No. Literalmente en blanco y negro, pues en esos tonos «veía» lo que aquellas páginas le iban narrando. Un blanco y negro, con toda su gama de grises intermedios, acentuado por el hecho de ofrecer de vez en cuando de repente un relámpago de color, como el del humo azulado producido por unos cuadernos al arder. Impactos que le recordaron el abrigo rojo de la niña judía en la película La lista de Schindler.

Y así, con esa extraña sensación de estar entrando en un terreno que nunca antes había pisado, se fue internando en una historia en la que, además, tanto el aficionado a la lectura como el cinéfilo no dejarán de encontrar —y a buen seguro de dejarse otras tantas en el tintero— un buen número de referencias.

Un libro que muestra un mundo —que no existe, pero que podría llegar a existir y que algunos calificarían de distópico, lo que no haremos en este paseo— en el que una nueva modalidad de muerte subvierte las normas de la naturaleza y modifica, por tanto, de manera radical la existencia de quienes lo habitan. Un mundo de supervivientes en el que se cumple una vez más aquello de que lo que aceptamos nos transforma y lo que negamos nos somete.

Una novela, en definitiva, que es en sí misma una metáfora —y ya sabemos de la fuerza de las metáforas para transformar nuestra vida— que encierra a su vez otras muchas que circulan entre sus líneas de la mano de sus hermanas, las alegorías. Corroborando a su vez lo que dejó escrito Ramón Llull: «Cuanto más oscura es la metáfora mejor entiende el entendimiento que esa metáfora entiende».

Recorramos ahora, como tenemos por costumbre, cinco palabras espigadas en nuestra lectura de hoy. La que abre la lista, encontrada en la primera página; la postrera, hallada en la última. De alef a tav, cerrando un círculo de lo que podría considerarse un paseo completo dentro del propio paseo por el libro. Un metapaseo. Pero eso es ya otra historia. ¿O tal vez no?

bizarro.- Un buen ejemplo de que son los hablantes quienes determinan el sentido de una palabra y que la función del diccionario, lejos de ser normativa, es la de recoger y mostrar ese uso. Ese es el motivo de que la actualización del Diccionario de la lengua española llevada a cabo en diciembre de 2021 incluyera, junto a las tradicionales de ‘valiente, esforzado, generoso, lucido o espléndido’ —ciertamente poco conocidas y usadas menos aún por las nuevas generaciones de hispanohablantes y que, según reconocía la propia RAE, estaban restringidas «a la lengua culta y literaria, donde no dejan de presentar un cierto regusto arcaizante»— la acepción de ‘raro, extravagante o fuera de lo común’.

Un uso que se había censurado tradicionalmente por considerarse influencia del francés o del inglés, pero muy extendido desde hace tiempo en el ámbito hispánico —más en América que en España. De hecho, figuraba ya en el Diccionario de americanismos (2010)— especialmente frecuente en documentos que hacen referencia a producciones artísticas.

En lo que respecta a su procedencia, descartada la teoría de un origen vasco, que gozó en su momento de gran predicamento a pesar de lo endeble de su fundamentación, hoy está generalmente aceptado que se sitúa en el itálico bizzarro ‘iracundo, furioso’, ‘fogoso’, quizá derivado a su vez de bizza ‘ira instantánea, rabieta’, voz de fuente dudosa, tal vez de creación expresiva.

Corominas señala que en el propio país alpino se pasó pronto de este viso un tanto peyorativo al de ‘fogoso, brioso’ y también ‘vivaz, agudo’, o ‘pulido, pulcro’, sentidos con los que llegó a nuestra lengua.

mafia.- Organización criminal y secreta de origen siciliano y, por extensión, cualquier organización clandestina de criminales. Se aplica también, con un claro matiz despectivo, a un grupo organizado que trata de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos, especialmente si acaparan o disfrutan de una situación preeminente en su ámbito, impidiendo a los demás participar o beneficiarse de ello.

El Diccionario de americanismos señala asimismo que, en Guatemala, la República Dominicana o Puerto Rico, se emplea igualmente como sinónimo de engaño, trampa, ardid.

Llegó a nuestro idioma, no podía ser de otra manera, desde Italia. Màfia era una palabra dialectal siciliana, de procedencia desconocida, que reflejaba el concepto de valentía, calidad, excelencia, superioridad, aplicable también a los de amabilidad o perfección.

La pregunta que surge entonces es: ¿Cómo se instaló en el italiano, y pasó a otras lenguas, la acepción que tiene en la actualidad? Para encontrar la respuesta debemos acudir a los escenarios, pues si la visión que todos tenemos del fenómeno mafioso tiene una alta influencia cinematográfica y televisiva, esa evolución del significado vino propiciada por una obra teatral: I mafiussi della Vicaria (1863), drama escrito por Giuseppe Rizzotto. En él se representaban una serie de escenas que narraban las bravuconadas de un grupo de huéspedes habituales de la cárcel palermitana de ese nombre. A pesar de que, según las crónicas, su valor literario era más bien escaso, logró una gran difusión, lo que propició el cambio de sentido de nuestra palabra.

bagatela.- Término que, a diferencia de algunos de sus compañeros en este  paseo, no ha variado de significado desde su incorporación por parte de la RAE, que ya en 1726 la definía en el Diccionario de autoridades como ‘cosa menuda, de poco provecho, sin sustancia ni valor’.

En algunos países americanos es igualmente una forma, poco usada, eso sí, para referirse a un artículo sumamente rebajado, de precio muy inferior al que le corresponde.

Sin abandonar ese continente, el lexicón académico recogió también durante algún tiempo que era otra manera de llamar, principalmente, pero no solo, en Chile, al billar romano, un juego de salón, antepasado del petaco o máquina del millón, que consistía en un tablero erizado de púas y con nueve agujeros numerados que indicaban el valor de los puntos conseguidos. Sobre él se deslizaban unas bolas cuyo recorrido hasta acabar en una de esas oquedades venía trazado por cómo iban chocando con las puntas.

Y como también hay vida para las palabras fuera del diccionario, esta encontró un acomodo más dando nombre a una composición musical que se caracteriza por no ajustarse a ninguna estructura preestablecida y que se encuadra principalmente en la música para piano del siglo XIX, de intenso carácter intimista. ¿Quién no ha escuchado alguna vez la célebre Para Elisa de Beethoven?

Procede del italiano bagatella ‘juego de manos’, ‘friolera’, vocablo sobre cuyo origen incierto se han formulado diversas hipótesis que lo sitúan en el latín; el árabe; el francoprovenzal; o el latín medieval, sin que ninguna resulte plenamente satisfactoria.

imbécil.- Otra palabra, una más en este paseo, que ha modificado su sentido en nuestra lengua a lo largo del tiempo.

Tomada del latín imbecillis ‘débil en grado sumo’, se incorporó al castellano con este significado, como podemos comprobar en el Diccionario de Autoridades (1734), que, por cierto, lo acentuaba en la última sílaba, igual que en latín, y avisaba de que era voz de poco uso.

Aunque hay ejemplos en tiempos anteriores —el susomentado Llull lo emplea así en sus Proverbios, a finales del siglo xiii y Covarrubias (1611) se refería a la mariposa como el más imbécil de todos los gusanitos alados por su insistencia en acercarse a la luz del fuego, hasta que finalmente se quema— la moderna acepción de tonto o falto de inteligencia y su utilización como insulto no se generalizaron hasta el siglo xix, seguramente por influencia semántica del francés, donde tenía esta connotación al menos desde dos siglos antes.

Este ascendiente queda también patente en el hecho de que en un par de ediciones del diccionario académico se incluyera asimismo la forma imbecile, puro calco de la lengua del país vecino.

Es término que aparece profusamente en nuestra literatura, a ambos lados del Atlántico, y particularmente atractivo para autores como Baroja, Buero Vallejo u Ortega y Gasset, que lo incluyeron en varias de sus obras y artículos. Este último dejó escrita en el prólogo a la edición francesa de La rebelión de las masas esta lapidaria sentencia: «Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil».

tatuaje.- La acción y efecto de tatuar, hacer dibujos  en la piel humana introduciendo materias colorantes bajo la epidermis y también, en sentido más amplio, dejar huella en alguien o algo.

Tatuaje también se usa en criminalística para definir el cerco o señal que deja en la piel, al incrustarse en ella granos de pólvora y partículas metálicas que desprende el propio proyectil, un disparo por arma de fuego efectuado desde muy cerca.

En América encontramos que en Panamá utilizan la forma tatú para hablar de una calcomanía que se pega sobre la piel —en España está también muy extendida, principalmente entre los hablantes más jóvenes, para referirse al propio tatuaje— y que en Puerto Rico tatuaje es una de las formas de marcar a los gallos de pelea. Un mundo este, por cierto, el de las peleas de gallos, que ha generado en Hispanoamérica un colorido vocabulario al que seguramente merecería la pena dedicar alguno de estos paseos.

Según el DLE, está tomada del francés tatouge, mientras que tatuar procede del inglés to tattoo —de donde lo hace, en última instancia, la voz gala—, y este del polinesio ta tau, con el mismo significado.

Aunque los tatuajes eran ya conocidos entre las civilizaciones más antiguas, nuestra palabra se documenta por vez primera por el capitán inglés James Cook en Tahití, en 1769, en el transcurso de uno de sus viajes por el Pacífico.

Y si antes citábamos la bagatela Para Elisa, bien podemos cerrar este paseo al compás de Tatuaje (1941), una de las coplas más representativas de la música popular española, cuya música compuso el maestro Manuel Quiroga y popularizó Concha Piquer.

La cita de hoy

«Porque en estos tiempos, reivindicar la belleza es el mayor acto revolucionario».

Hermano Barrabás

Morirás en Sodoma

El reto de la semana

¿Qué conocida novela de la literatura centroeuropea, cuyo título, una palabra que encontramos también en la lectura de Morirás en Sodoma, hace referencia precisamente a algo que ha sufrido ese mundo al alterarse las reglas naturales de juego, podía habernos acompañado en nuestro paseo de hoy?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Un paseo de fin de semana con Á la volé

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En su libro Reglas y consejos sobre investigación científica. Los tónicos de la voluntad, escrito a partir del discurso que el futuro premio nobel leyó en ocasión de su ingreso como miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España, el 5 de diciembre de 1897, Santiago Ramón y Cajal resalta la importancia de la pasión a la hora de acometer cualquier empresa.

Se acordó el paseante de esta obra del sabio aragonés porque hace unos días encontró esa pasión en Segovia, en el Champagne weekend organizado por los siempre animosos componentes de Á la volé. Pasión que se vio a su vez reflejada en las sensaciones que esas dos jornadas causaron en quienes tuvieron la suerte de acudir a ellas.

Los artífices de ese maridaje de sentires no son otros que cuatro amigos segovianos —Álvaro, Goyo, Manu y Nacho— que un buen día decidieron compartir su amor por el vino, por todo lo que encierra ese universo, y los casi infinitos mundos que lo conforman, con todos aquellos que sientan lo mismo. Desde expertos en el tema a quienes dan sus primeros pasos en la apreciación de ese proceso alquímico, de la vid a la copa, que forma parte de las raíces mismas de nuestra civilización.

Cuatro locos, como ellos mismos se denominan —a los que encaja como un guante la séptima acepción de esta palabra en el Diccionario de la lengua española: «Que siente gran amor o afición por alguien o algo»— que confiesan que, si el vino es su pasión, el champán es su debilidad.

Y cuando una debilidad tiene tanta carga de afecto —uno de los significados de este vocablo— como ocurre en este caso, se convierte en una fortaleza y el resultado no puede ser otro que el de contagiar su entusiasmo a quienes se acercan a ella; el de, en definitiva, hacerles, hacernos felices.

Levantamos hoy, con gratitud y reconocimiento, nuestra copa en honor de estos cuatro mosqueteros del champán mientras paseamos por cinco palabras relacionadas con un licor, en tanto que cuerpo líquido, que, si nos atenemos a lo que ellos mismos aseguran, es magia; es alegría; es celebración; es sutileza; es romanticismo; es seducción; es, simplemente, Emoción. ¡A su salud!

champán.- El DLE nos dice que se trata de un vino espumoso blanco o rosado, originario de Francia.

Tenemos que acudir a su apunte etimológico para descubrir que el nombre del que está considerado como el príncipe de los vinos procede del francés champagne, que a su vez lo hace de Champagne, una comarca francesa, lo que nos permite establecer su origen geográfico.

¿Y de dónde viene el término francés? Del bajo latín campania ‘llanura, campiña’, plural neutro sustantivo del también bajolatino adjetivo campaneus ‘del campo’.

El Dicccionario panhispánico de dudas aclara que también es válida la adaptación champaña —que fue la forma en la que se incorporó, en 1925, al diccionario académico— y que ambas se emplean en masculino en la mayor parte del mundo de habla hispana, aunque esta última se usa en femenino en algunos países, como México, Colombia o Venezuela: la champaña.

De champán deriva el adjetivo achampanado, da, aplicado a la bebida que presenta características similares a él y que también es correcto en la forma achampañado, da.

Por su parte, en el español de América —o los españoles, como ya hemos comentado en ocasiones, dada la diversidad y riqueza lingüística que allí se encuentra— encontramos además otra forma de designar a esta bebida: champanera, mientras que champañera se emplea en Bolivia para nombrar a una copa de cristal fino, con recipiente y boca anchos, y un champañazo es, en este mismo país y en Chile, una celebración de homenaje en la que se sirve champaña.

biodinámica.- Palabra que, como le gusta recordar a Jaume Gramona, se define por sí misma. Está compuesta por el elemento compositivo bio-, que significa ‘vida’ u ‘organismo vivo’ y dinámica, que deriva del griego dynamikós, de dýnamis ‘fuerza’.

Se incorporó al DLE en la edición de 1899 con el sentido de «ciencia de las fuerzas vitales». Habría que esperar hasta 2014 para que fuera sustituido por el de «disciplina que estudia el efecto de los procesos dinámicos en relación con los organismos vivos».

En esa misma edición, conocida como la del tricentenario, se añadió además que como adjetivo significa «que utiliza fertilizantes orgánicos».

Como ocurre en otros casos, la definición académica va por detrás del uso real del término. Porque la biodinámica, como sustantivo, es bastante más que el empleo de compuestos para que la tierra produzca más.

Se trata en realidad de un concepto holístico, en el que el respeto a la tierra y al medio ambiente es la piedra angular. La finca se considera como un organismo en el que las plantas, los animales y los seres humanos están conjuntamente integrados. En la agricultura esto se traduce en un proceso de revitalización del terreno, en el que se tienen en cuenta los ciclos cósmicos y se emplean una serie de compuestos naturales con ingredientes de origen animal, vegetal y mineral.

azúcar.- Sustancia cristalina perteneciente al grupo químico de los hidratos de carbono, de sabor dulce y de color blanco en estado puro, soluble en el agua, que se obtiene de la caña dulce, de la remolacha y de otros vegetales.

Término que aparece documentado por vez primera en nuestra lengua en la obra de Gonzalo de Berceo (c. 1196 – c. 1260) y que emprendió un largo viaje antes de incorporarse a ella.

Proviene del árabe andalusí assúkkar, este del árabe clásico sukkar, este del griego sákchari, este del pelvi šakar, y este, a su vez, del sánscrito śarkarā.

Es un elemento fundamental en la elaboración del champán, hasta el punto de determinar su calificación. Así, en virtud de la cantidad que se le haya añadido en la penúltima fase de la elaboración, el dosage, puede ser:

  • Brut Nature, Dosage Zero o Non Dosage, si tiene menos de 3 gramos de azúcar por litro.
  • Extra Brut, de 0 a 6 gramos de azúcar por litro.
  • Brut, menos de 12 gramos de azúcar por litro.
  • Extra dry, de 12 a 17 gramos de azúcar por litro.
  • Sec, de 17 a 32 gramos de azúcar por litro.
  • Semi Sec, de 32 a 50 gramos de azúcar por litro.
  • Dulce, más de 50 gramos de azúcar por litro.

Por cierto: el diccionario académico recoge brut, ya lexicalizado, como adjetivo aplicable al champán o al cava muy seco.

burbuja.- Una de las primeras imágenes que nos vienen a la mente cuando oímos hablar de champán —y de vinos espumosos en general. No en vano, la espuma no es otra cosa que la masa de burbujas que se forman en la superficie de los líquidos, y se adhieren entre sí con más o menos consistencia—.

La burbuja propiamente dicha es, en el sentido que nos interesa en este paseo, un glóbulo de aire u otro gas que se forma en el interior de algún líquido y sale a la superficie.

En lo que respecta al origen de este vocablo, la RAE ha ofrecido diversas explicaciones a lo largo de las diversas ediciones de su lexicón. Si bien ya en el Diccionario de autoridades (1726) aparece la latina bulla ‘burbuja, ampolla, campanilla que se forma en el agua cuando llueve’, en ediciones posteriores se apuntaba sucesivamente al céltico burb; a borbollón, erupción que hace el agua de abajo para arriba, elevándose sobre la superficie; a borbollar, o hacer borbollones el agua; de nuevo a burb, esta vez como voz onomatopéyica; y finalmente, tal y como aparece desde 2014, se cierra el círculo y la institución académica establece que proviene de *burbujar ‘burbujear’, y este del latín vulgar *bulbulliare, derivado del latín bulla, con reduplicación.

Un último apunte que muestra cómo cada cultura, cada lengua, crea sus propias metáforas. El desprendimiento de burbujas en la copa de champán recibe en francés el nombre de tren, train de bulles, mientras que en nuestra lengua nos referimos a él como rosario, en alusión a las cuentas de este.

pupitre.- En el universo del champán es el nombre que recibe una estructura de madera compuesta por dos bastidores con agujeros redondos en los que se insertan los cuellos de las botellas para mantenerlas en posición inclinada. Están unidos en su parte superior por una charnela o bisagra, lo que permite separarlos más o menos para dar a su vez mayor o menor inclinación a los recipientes. Pueden llegar a albergar hasta ciento veinte botellas.

A pesar de proceder del francés pupitre, el Diccionario de la lengua española no recoge este significado vinícola, que sí encontramos en esa lengua. La única acepción que nos ofrece es la de mueble de madera, con tapa en forma de plano inclinado, para escribir sobre él.

El origen de esta palabra se encuentra en el latín clásico pulpitum ‘escena, tablas del teatro’; ‘tribuna, cátedra’, ‘atril’. Posteriormente, en el latín tardío, en el lenguaje eclesiástico designaba un ambón —púlpito o atril para leer o cantar en las funciones litúrgicas—. Este mueble probablemente estaría provisto de un plano inclinado para facilitar la lectura, y de ahí el sentido con el que ha llegado hasta nuestros días.

Aunque tradicionalmente ha solido encontrarse también en bibliotecas y oficinas, sin duda el pupitre encuentra en la escuela su hábitat natural. Y como quiera que no todos los que acuden a ella lo hacen por gusto o interés, en el español de Honduras encontramos la locución verbal calentar pupitre para referirse a un alumno que está en clase sin prestar atención.

  

La cita de hoy

«Solo bebo champán en dos ocasiones: cuando estoy enamorada y cuando no lo estoy».                                                                 

Coco Chanel

 

El reto de la semana

Hoy jugamos a dos bandas. ¿Por qué no habría resultado extraño encontrarnos con un molinero en este paseo por tierras francesas?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

De paseo con ¡Ay, campaneras!

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Cuando un libro se define en su primera página como «un paseo personalísimo» y también «disfrutón» cuenta ya con muchas papeletas para aparecer en estos que realizamos por el diccionario. Si además se trata de ¡Ay, campaneras!… las tiene todas.

Comencemos por el principio. O sea, tengamos método, como diría la gran Lola Flores. Hace ahora dos años, al inicio del confinamiento, la investigadora universitaria Lidia García puso en marcha un pódcast con este mismo título. En él abordaba ―y lo sigue haciendo― la santísima trinidad de la música popular patria, copla, cuplé y zarzuela, desde nuevos prismas, desde perspectivas de género, de clase social, LGTBI, feminista… El resultado de esa aventura se ha convertido ahora, tras sumar más de 150 000 oyentes, en el libro que nos ocupa.

Doscientas setenta y una páginas que nos permiten redescubrir, o acercarnos por vez primera, según la experiencia de cada uno, a lo que la autora califica como la banda sonora de nuestras abuelas. La música que les acompañó toda la vida y que, en definitiva, les ayudó a seguir adelante en tiempos más oscuros aún que los de la pandemia.

Su lectura nos ayuda a entender mejor la intrahistoria de esas generaciones de mujeres. Y lo hace adentrándose en un mundo que a pesar de ser un elemento básico de nuestra memoria sentimental resulta tan conocido superficialmente como desconocido en su esencia. Un mundo que sigue demandando eliminar de una vez los restos de polvo, prejuicios y caspa que todavía lo desfiguran.

Pasearemos hoy del brazo de la autora ―creadora y musa a la vez en esta ocasión― por cinco palabras escuchadas (pues es imposible leerlas sin sentir su voz) entre los acordes/páginas de este recorrido por la memoria íntima de nuestro país. Un acervo que no podemos permitirnos el lujo de despilfarrar.

P. D. En las páginas de ¡Ay campaneras! nos hemos reencontrado con la Bella Medusa, personaje de La torre de los siete jorobados, la novela de Emilio Carrère que protagonizó nuestro último paseo. ¿Casualidades o hilos imperceptibles que van uniendo unos con otros?

zurcir.- Un verbo al que habrán acompañado un sin fin de coplas mientras nuestras abuelas y madres lo ponían en práctica ―y que si lo hacían en mi querida Salamanca lo llamaban también zurdir―.

Consiste en coser la rotura de una tela, de manera que la unión quede disimulada o suplir con puntadas muy juntas y entrecruzadas los hilos que faltan en el agujero de un tejido.

También unir sutilmente una cosa con otra, y, coloquialmente, combinar mentiras para dar apariencia de verdad a lo que se cuenta.

En el habla tradicional de Castilla se empleaba asimismo con el sentido de golpear, castigar, azotar, o el de criticar severamente, es decir, golpear con las palabras.

Procede del antiguo surcir, que a su vez lo hacía del latín sarcīre ‘remendar’.

El DLE alberga también un instrumento íntimamente relacionado con nuestra palabra: el huevo de zurcir, uno de madera, plástico u otro material, que se emplea para zurcir medias o calcetines.

¿Y en qué consiste zurcir voluntades? Pues ni más ni menos que en hacer de alcahuete. Quevedo, en el Buscón, emplea la variante zurcidora de gustos.

Por su parte, la locución coloquial que me, te, le, etc., zurzan equivale a que le den morcilla a alguien o algo, empleada para expresar rechazo, desinterés o desprecio a la persona o cosa aludida.

chiribitero.- Adjetivo que no encontraremos en el DLE.

Deriva de chiribita, voz que puede referirse a una chispa, a la planta conocida como margarita, a un pez de las Antillas o, en plural y de manera coloquial según la RAE, a las partículas que, vagando en el interior de los ojos, ofuscan la vista. Lo que, más coloquialmente aún, conocemos también como «moscas».

A su vez, echar chiribitas es equivalente a echar chispas, mientras que hacer, o hacerle, a alguien chiribitas los ojos es ver, por efecto de un golpe y por breve tiempo, multitud de chispas movibles delante de los ojos o expresar en la mirada la ilusión de que algo deseado va a suceder pronto.

¿A cuál de esos sentidos hace referencia el chiribitero de nuestro paseo? En realidad… a ninguno.

La artista Marujita Díaz era conocida, entre otras cosas, por su capacidad para hacer girar los ojos. Y a eso se dio en llamar hacer chiribitas con ellos, por más que no sea ese el significado que le otorga la Academia. Pero ya se sabe que los verdaderos dueños, y constructores, de la lengua son los hablantes. De ahí que la autora hable de los «ojos chiribiteros» de la folclórica.

Por cierto, ese malabarismo ocular recibe el nombre técnico de nistagmo, pero eso queda ya para otro paseo.

cañí.- El Diccionario de la lengua española se limita a definirlo como gitano, en su acepción de persona perteneciente a un pueblo originario de la India.

Aparece documentada por vez primera en 1886, y la encontramos en boca del galdosiano Juan Santa Cruz, deuteragonista en Fortunata y Jacinta.

Respecto a su procedencia, Corominas señala que parece deberse a una confusión del gitano calí ‘gitana’ con cañí, que en esa misma lengua significa ‘gallina’. Algo, la confusión entre dos palabras gitanas con forma análoga, que habría sucedido también en otros casos al incorporarlas al castellano.

Sea cual fuere el origen, tal vez lo que habría que cuestionarse es su presente. Porque la cierto es que cañí hace ya mucho que ha trascendido la escueta definición del texto académico y hoy se entiende más bien, en palabras de la propia Lidia García y de Terenci Moix, como el conjunto de tópicos sobre «lo español» que se configuraron a partir de la identificación de la cultura gitanoandaluza con la cultura andaluza en general y la de esta con la de España en su conjunto. Tópicos, añadimos nosotros, que a fuerza de degradarlos haciéndolos comerciales para atraer al turismo, terminaron en muchos casos por convertirse en una mera caricatura.

mojigatería.- Cualidad de mojigato o acción propia de la persona mojigata.

Y un mojigato es a su vez aquel que muestra exagerados escrúpulos morales o religiosos o quien afecta humildad o cobardía para lograr sus propósitos. En ambos sentidos suele emplearse en sentido peyorativo.

La definición que ofrece Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana (1611) resulta mucho más gráfica y no solo por el castellano de la época: «El disimulado vellaco, que es como el mizigato, que diciéndole miz, se humilla, y regala, y después da uñarada».

El propio Covarrubias ofrece un origen etimológico, muġáṭṭī ‘cubierto’ ‘disimulado’, que Corominas tiene por falso.

Tanto él como el Diccionario de la lengua española se inclinan por considerar que mojigato es el resultado de combinar dos palabras sinónimas: *mojo, una forma familiar de llamar a este felino en muchos lugares y gato. Como explica el lexicógrafo, con esta repetición, aplicada a personas, se quiere hacer hincapié en una forma de ser aparentemente humilde y mansa, y en realidad astuta y traicionera, como la del animal.

Además de mojigatería, el DLE recoge también la forma mojigatez.

machicha.- Baile brasileño, allí llamado maxixe, muy sensual. De raíces africanas, nació en la década de 1870 en Río de Janeiro y se puso de moda en Europa a inicios del siglo xx.

Sobre la procedencia del nombre circulan diversas hipótesis:

Según el compositor Heitor Villa-Lobos (conocido por su fantasía a la hora de inventar mitos de origen) se debe a un sujeto conocido como Maxixe que, en un baile de la sociedad Los estudiantes de Heidelberg, interpretó de una manera nueva el lundu ―otra danza brasileña―, probablemente uniendo su cuerpo al de su pareja.

Otra teoría se inclina por maxixi, nombre quimbundo ―lengua bantú que se habla en algunas zonas de Angola― de una cucurbitácea. El baile se habría llamado así bien porque las parejas se mueven muy juntas, confundiéndose como las ramas de la planta, bien porque su calidad de rastrera se habría equiparado al nacimiento del baile en ambientes socialmente considerados bajos.

Finalmente, hay quienes defienden que procede del nombre de la ciudad mozambiqueña de Maxixe.

La palabra no aparece en el DLE. Lo cual no fue óbice para que un insigne miembro de la RAE, Pío Baroja, dedicara en sus memorias, Desde la última vuelta del camino, unas líneas a la machicha. En ellas cita además a una de las protagonistas de ¡Ay, campaneras!: nada menos que la Fornarina. Buen broche para nuestro paseo, ¿verdad?

La cita de hoy

«A veces —el tarareo incesante de nuestras abuelas lo sabe—seguir adelante es también un acto revolucionario».                             

Lidia García

El reto de la semana

Asegura Lidia que la copla nace para acompañar las labores domésticas. Pues bien, ¿qué locución aparece en el Diccionario de la lengua española referida a la limpieza semanal de la casa?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Paseando por La torre de los siete jorobados

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Que un libro nos permite viajar sin salir de casa es, sin dejar de serlo, algo más que un cliché. Lo comprobamos por aquí cada vez que abrimos el diccionario y nos lleva a pasear por un frondoso jardín. Uno que sabemos que jamás llegaremos a recorrer por completo y en el que nunca nos faltará una especie/palabra nueva que descubrir.

Hay también ocasiones en las que se produce una curiosa paradoja: que mientras leemos, aprovechando las horas muertas del desplazamiento ―en tren, en avión, en barco…―que todo viaje conlleva, nos encontremos con que estamos viajando a su vez a muchos kilómetros de allí sin movernos del asiento.

Esto es lo que le pasó recientemente al paseante, quien camino a su querida Salamanca se encontró de repente recorriendo un Madrid quimérico y subterráneo, no por inventado menos real, por mor de La torre de los siete jorobados, obra de un viejo conocido de estos paseos, Emilio Carrère, quien ya nos guio hace unos meses por una ruta emocional de la ciudad.

Una novela, casi más bien un folletón de aventuras con un toque de humor castizo, que el propio autor habría calificado como abracadabrante. En la que encontramos mezclados géneros como el esoterismo, lo policiaco, el terror, lo legendario, lo sobrenatural… Un libro que nos permite además reencontrarnos con otro viejo compañero de estos paseos: don Ramón del Valle-Inclán, en la figura de su trasunto, Sindulfo del Arco, el erudito ¡y viajero infatigable! de los anteojos azules.

Pasearemos hoy, por lo tanto, por cinco palabras encontradas entre las páginas/recovecos de esta torre fantástica, alguna casi tan difícil de encontrar como la propia entrada a la guarida de los corcovados.

jorobado.- Nada más previsible que comenzar el paseo de hoy por esta palabra, aunque sea una de esas definiciones del DLE que nos hacen dar más vueltas por él de lo que tal vez habíamos previsto.

Porque lo define como corcovado ―que a su vez es quien tiene una o más corcovas― o cheposo ―coloquialmente, el que tiene chepa―. Así que para aclararnos nos dirigiremos al sendero que nos abre su origen etimológico, joroba ―del árabe andalusí adúbba, y este del árabe clásico adabah―… solo para encontrar que esta es a su vez un sinónimo de giba, corcova, chepa.

Seguimos el paseo según está señalizado, para no perdernos, y vemos que giba es a su vez igual a joroba, corcova.

Al llegar por fin a esta última descubriremos que su significado es el de una corvadura anómala de la columna vertebral, o del pecho, o de ambos a la vez.

¿Y qué ocurre con chepa, podrá pensar alguien que se haya quedado atascado en las rotondas del diccionario académico? Pues este nos dice que es, coloquialmente, una corcova o joroba. Círculo cerrado.

Por cierto: giba procede del latín gibba; corcova quizá sea una reduplicación del latín curvus ‘curvo’; y chepa encuentra su origen en el aragonés chepa ‘jorobado’.

choquezuela.- Otro nombre que recibe la rótula, el hueso de la articulación de la tibia con el fémur.

Deriva del diminutivo de chueca ―voz de posible ascendencia vasca: txoko ‘taba’, ‘articulación de huesos’ o, como apunta Corominas, acaso ibérica―, que es el hueso redondeado o parte de él que encaja en el hueco de otro en una coyuntura, como la rótula en la rodilla, la cabeza del húmero en el hombro y la del fémur en la cadera.

Más cercano al significado de la palabra madre, el Diccionario de autoridades (1729) definía choquezuela como «el hueso que juega en la rodilla y en el hombro, que es como media bolilla».

Aportaba, además, un ejemplo muy gráfico en el que dos mujeres, queriendo componer el brazo roto de santa Teresa, tiraron tan fuerte de ella que provocaron el estallido de la choquezuela del hombro.

Al llegar al continente americano nuestro vocablo adoptó una forma nueva: chiquizuela. Se emplea, con carácter popular, en la Argentina y el Uruguay tanto con el significado de rótula o rodilla de una persona como en el de rótula de un animal, generalmente bovino, que suele emplearse para dar sustancia a la sopa. Y en este último país también se aplica al corte de carne que se extrae alrededor de la rótula del animal vacuno.

mentecato.- Adjetivo que según el lexicón académico se predica de quien es tonto, fatuo, falto de juicio, privado de razón; de aquel que posee escaso juicio o entendimiento.

Procede de mentecapto, forma hoy en desuso, que a su vez lo hace del latín mente captus ‘que no tiene toda la razón’; literalmente ‘cogido de mente’.

En nuestro idioma aparece documentado por vez primera en el Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana (1570) de Cristóbal de las Casas, el primero bidireccional con el español y el italiano.

Como derivados el DLE alberga mentecatada, con el significado de dicho o hecho propio del mentecato; mentecatería, con el de necedad, tontería, falta de juicio; y mentecatez, que engloba ambas acepciones.

Además, entre 1803 y 1869 gozaron también de entrada propia el diminutivo mentecatillo y el aumentativo mentecatón.

Fuera del paraguas académico, pero con padrino de la talla de Lope de Vega, que la utiliza en las comedias La cortesía de España y La prueba de los amigos, encontramos también mentecatía, con el mismo sentido que mentecatería. ¿Recurso para ajustar la rima en octosílabos? Quién sabe.

chiribitil.- Un desván, rincón o escondrijo bajo y estrecho. Coloquialmente, también una habitación o cuarto muy pequeño.

Una vez más, la definición del Diccionario de autoridades (1729) aporta algo más de información, pues añadía como ejemplo la parte interior de los tejados y señalaba que en él «es menester andar a gatas o de medio lado».

De chivitil, una forma ya en desuso de nombrar el chivetero, el corral o aprisco donde se encierran los chivos.

Chivo, origen último de nuestra palabra, deriva de chib, voz onomatopéyica de llamada para que el animal, que no es otro que la cría de la cabra, acuda.

Voz que debía de resultar especialmente grata a Carrère ―no en vano aparece hasta en ocho ocasiones en el libro que hoy nos ocupa―, se prodiga en nuestra literatura y la podemos encontrar también en textos de Moratín; Mesonero Romanos; Fernán Caballero; Pérez Galdós; Valera; Pardo Bazán…

Y cerramos esta palabra con una concesión a la nostalgia. Los lectores argentinos de estos paseos que ya peinen canas recordarán sin duda Los cuentos del Chiribitil, la colección de libros infantiles que publicó el CEAL en los años setenta del siglo pasado.

diagridio.- La edición de 1783 del diccionario académico, la última en la que apareció, lo definía como una composición medicinal purgante, que se usaba en las píldoras, y consistía en escamonea preparada con zumo de membrillo o de orozuz.

Cuando se preparaba encerrando el jugo de la planta en el membrillo, haciéndolo cocer en el rescoldo, recibía el nombre de diagridio cidonado; si se mezclaba con extracto de regaliz ―otro nombre del orozuz― tomaba el nombre de diagridio glizirrizado; y si se colocaba al calor del azufre en combustión se llamaba entonces diagridio sulfurado o sulfuroso. Los tres se empleaban como purgantes bastante fuertes y se administraban con gran moderación.

El Diccionario de la lengua española (1917) del filólogo helenista y académico de la RAE José Alemany y Bolufer señala que el nombre procede del latín diagrydium y este del griego dakrydion ‘lágrima pequeña’.

La presencia de este término en La torre de los siete jorobados no deja de resultar excepcionalmente curiosa, pues según muestran los corpus textuales académicos de todas las épocas y lugares en que se ha hablado español, desde los inicios del idioma hasta nuestros días, es la única vez que se ha utilizado literariamente, fuera de textos médicos o farmacológicos.

La cita de hoy

«Lo extraordinario nos envuelve y nos envía mensajes que pocas veces sabemos comprender…».                                                    

La torre de los siete jorobados

Emilio Carrère

El reto de la semana

¿Con qué compositor no habría sido raro encontrarnos en nuestro paseo de hoy, ya que está presente Diccionario de la lengua española en el diccionario y el protagonista de una de sus obras más conocidas guarda relación con los del libro que hoy nos ocupa?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Paseando por Casa Coscolo

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Pocas ocasiones más gratas te brinda la vida que la poder ser partícipe, siquiera sea por unos momentos, de un sueño hecho realidad. Y esto es precisamente lo que pudo disfrutar hace unas semanas el paseante cuando tuvo la oportunidad de acercarse hasta Castrillo de los Polvazares, en plena Maragatería, para conocer, por fin, Casa Coscolo.

Un lugar que es algo más que un restaurante: es el resultado de una combinación de ilusión, de empeño, de días y noches de darle muchas vueltas a las cosas, de jugárselo todo a una carta y tirar p’alante… El fruto, en definitiva, de conjugar fuerza, pasión y sueños, como podrá comprobar cualquiera que se deje caer por allí.

Y hoy, casi veintitrés años más tarde, paseantes, viajeros o simples partidarios del buen yantar tenemos la posibilidad de acudir a esta casa para gozar de una propuesta que se ha ganado el cariño y el reconocimiento de quienes han tenido ya la oportunidad de degustarla.

Dejó dicho el maestro José Esteban que solo hay dos tipos de cocido: los buenos y los mejores. Y a fe de quien escribe estas líneas que el maragato de Casa Coscolo se encuentra entre estos últimos. Un cocido, además, que, sin abandonar su fundamento tradicional, incorpora toques personales que logran, de largo, justificar el acercarse hasta este pueblo de la Maragatería para conocerlo.

Presente todavía el buen sabor de boca que nos dejó nuestra visita pasearemos hoy, de la mano de Eva y Pedro, los protagonistas de este cuento con final feliz, por las palabras que el Diccionario de la lengua española asocia de manera directa a este plato que, en sus distintas variedades y con sus distintos nombres, puede lucir con orgullo el título de ser el verdadero común denominador de las distintas cocinas regionales de nuestro país.

cocido.- Voz derivada del participio de cocer, la Academia se ha mostrado siempre parca a la hora de definir este plato, pues desde el Diccionario de autoridades (1729) se limita a identificarlo con la olla.

olla.- Comida preparada con carne, tocino, legumbres y hortalizas, principalmente garbanzos y patatas, a lo que se añade a veces algún embuchado y todo junto se cuece y sazona.

A pesar de la definición lexicográfica, entre aquellos, y no son pocos, que han escrito sobre el cocido existe la opinión de que este es en realidad el «hijo evolucionado» de aquella, cuando no defienden, como hace Joaquín de Entrambasaguas en Gastronomía madrileña (1971), que se trata de realidades diferentes.

La palabra procede del latín olla, con el mismo significado.

puchero.- El DLE asegura desde 1970 que es «una especie de cocido, como el cocido español». Antes lo había definido como «el cocido que se encierra o contiene dentro del puchero»; como «cocido que se compone por lo común de carne, tocino, garbanzos y legumbres»; o lo había asimilado, igual que hace ahora con el cocido, directamente a la olla.

El apellido «español» genera al paseante la duda de si está referido a cualquiera de las variedades que se elaboran en nuestro país, desde el maragato hasta el extremeño, pasando por el lebaniego o el de Lalín, merecedores todos ellos, por lo tanto, de dicho calificativo, o si bien, dado que habla de «una especie de cocido», hace alusión al madrileño, considerado por muchos como una síntesis de los distintos cocidos patrios, el más representativo de todos ellos y el que define en muchos ámbitos este plato. En cuyo caso tal vez sería pertinente modificar el gentilicio.

El lexicón académico recoge también el puchero de enfermo, que es un cocido que se hace en el puchero, sin ingredientes que puedan ser nocivos a los estómagos delicados. En Aragón tienen su propia versión autóctona: la presa, cocido para enfermos hecho con menos ingredientes que el normal.

El origen de este término lo encontramos también en el latín: pultarius, derivado de puls, pultis ‘gachas’.

Visto lo visto, podríamos concluir que tanto olla como puchero y cocido se han usado frecuentemente de manera indistinta para referirse, con sus correspondientes variedades, a la comida que hoy nos ocupa.

principio.- Este es el paradójico, por no decir mal empleado, nombre que recibe el alimento que se servía —así, en pasado—después del cocido propiamente dicho y antes de los postres.

En su momento, como podemos leer en la edición de 1780 del diccionario académico, designaba, en plural y con mucha más lógica, lo contrario: aquellos comestibles que se ponían en la mesa para empezar a comer y, por extensión, a los primeros platos que se servían antes del cocido.

En la edición de 1803 se hablaba ya de cualquiera de los platos de vianda que se servían en la comida además del cocido y los postres, sin especificar el orden.

Y será en 1869 cuando pase a ocupar el lugar inmediatamente anterior a estos últimos, definición que se ha mantenido hasta nuestros días.

Etimológicamente deriva del latín principium, con el significado de ‘lo primero’.

gabrieles.- O grabieles, por metátesis, o, de manera más castiza, gabis.

Forma familiar de referirse a los garbanzos del cocido.

Es voz tenida tradicionalmente como propia de Madrid, y así la podemos encontrar ya en el Vocabulario de madrileñismos (1908) de Roberto Pastor y Molina.

La explicación más extendida sobre su origen nos dice que se llamó así a los garbanzos porque en muchas comarcas se siembran el día de san Gabriel, el 18 de marzo.

pelota.- Del occitano pelota, y este derivado del latín pila.

Es una especie de albóndiga de pan rallado, especias, huevo y en ocasiones carne picada, que suele añadirse al cocido en España.

Es conocida también, aunque no lo recoge el diccionario, como relleno y, en Guadalajara y Aragón, como bola.

Se la considera un recuerdo lejano de los huevos cocidos que incorporaba la adafina, el plato judío tradicionalmente considerado la madre de todas las posteriores ollas, cocidos y pucheros hispanos.

sota, caballo y rey.- Las tres figuras de la baraja española. Tres vocablos provenientes, una vez más en este paseo, del latín: rey, de rex, regis; caballo, de caballus ‘caballo de carga’; y sota de subtus ‘debajo’, por hallarse en esa posición respecto a las otras dos cartas.

Se emplea coloquialmente para referirse al conjunto de los tres platos en que se considera dividido el cocido —la sopa; las legumbres y las verduras; y las carnes—, pero también a la comida ordinaria compuesta de sopa, cocido y principio. En este caso se considera cocido a las dos partes restantes.

Esos tres pasos en que se divide el cocido son generalmente conocidos como vuelcos, aunque el Diccionario de la lengua española no hace mención a ello al definir este término. Sí lo hace indirectamente al recoger otra manera en que son llamados: tumbos, pues asegura que el tumbo de olla es el nombre que recibe, de manera coloquial, «cada uno de los tres vuelcos de la olla, es decir, caldo, legumbres y carne».

En lo que respecta a los vuelcos o tumbos, el cocido maragato —el que, al fin y al cabo, ha propiciado nuestro paseo de hoy por el diccionario— se caracteriza, lo que además lo diferencia de todos los otros que se cocinan en España, por el orden en que se sirve: primero se comen las carnes; después, los garbanzos y las verduras; y, por último, la sopa.

Sobre el origen de esta peculiaridad circulan diversas teorías, que van desde la Guerra de la Independencia a la propia actividad de los arrieros procedentes de aquellas tierras, pasando por la posible llegada imprevista de algún comensal no especialmente deseado o por la capacidad de la sopa para confortar el estómago después de una comida en verdad copiosa.

Sea como fuere, lo cierto es que el cocido maragato es para este paseante, por derecho propio, uno de esos patrimonios inmateriales que merecen todos los esfuerzos que se lleven a cabo para conservarlos.

La cita de hoy

«Nunca es tarde si el cocido es bueno».

José Esteban

El reto de la semana

¿Con qué sería lógico que rematáramos —y que, no podía ser de otro modo, recoge el DLE— este paseo gastronómico maragato tirando de una de las palabras que nos hemos encontrado en él, aunque en esta ocasión en su acepción primaria?

(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)

Un paseo por Cantabria

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Un partido en el Sardinero, uno de los estadios clásicos del fútbol español, entre Unionistas de Salamanca y el Racing de Santander sirvió al paseante para trasladarse, siquiera por unas horas, a uno de sus lugares favoritos: Cantabria.

La tierra ―la tierruca, dirían por allí―, donde tuvo el honor, pues tal fue, de conocer a Eduardo Pardo de Santayana; en la que siguen cautivándole los atardeceres con Carmen; por la que ha paseado a la sombra del Capricho en Comillas; donde comparte abrazos, risas y comidas con Ángela… El lugar, en definitiva, al que le gusta regresar cada vez que tiene ocasión.

Un territorio de topografía muy variada y que tradicionalmente ha sido difícil acotar en su vertiente administrativa. Buena muestra de ello la encontramos en el objeto de estos paseos, el Diccionario de la lengua española, que ha empleado históricamente muy diversas denominaciones para referirse al ámbito geográfico de las palabras originarias de allí: Montañas de Burgos; Asturias de Santillana; Costas del mar Cantábrico; (la) Montaña; Santander; Cantabria… y así hasta más de quince.

Algunos de esos términos a que aludíamos se han generalizado ya en nuestra lengua, como parrocha o bígaro, pero muchos otros siguen apareciendo en la obra académica con la marca lexicográfica de Cantabria.

Pasearemos hoy, saboreando aún esa última visita y esperando ya la siguiente, por cinco de estas últimas, palabras propias de aquellos lares que en esta ocasión irán acompañadas de sendas apariciones en las obras de escritores cántabros.

pindio.- Adjetivo que se predica de lo que es muy pendiente, inclinado o con mucho declive. Se emplea también en zonas de Castilla y de León.

Tal vez la única palabra en castellano con rima consonante o perfecta con indio, es una recién llegada al Diccionario de la lengua española, al que se incorporó en su última edición, en 2014. Su inclusión fue obra del académico correspondiente en Cantabria Adolfo López Vaqué.

El DLE señala que quizá tenga el mismo origen que pino ―muy pendiente o derecho―, influido por el latino pendēre ‘pender’. Pino, a su vez, procede del también latino pinus.

Se ha documentado también con otras formas: pandiu, pendio, pindiu, péndiu

«Crujieron los peldaños pindios y estrechos y tembló el deleznable barandial».

El sol de los muertos. Manuel Llano.

ronzuella.- Arrendajo o rendajo, ave parecida al cuervo, pero más pequeña, capaz de imitar el canto de otras aves.

Procede de ronce ―coloquialmente, una manifestación de cariño o halago a alguien para conseguir un fin―, por el engaño de que se vale para destruir los nidos de otras aves.

Arrendajo, a su vez, lo hace de arrendar ―remedar la voz o las acciones de alguien―, que viene de arremedar, otra forma de decir remedar ―imitar algo―.

En la edición de 2001 el DLE incorporó las formas roncella y ronzuela.

Otras denominaciones de este pájaro en Cantabria son berrona, gayo o jayo, pigazo y rendaja.

«―Eso quisieras, pa luego arramplalos y quedarmos sin denguno… ¿De qué son los níos que tú sabes?

―Uno de ronzuella, otro de tocinero, dos de miruella, uno de raitín y otro de calándriga».

Escenas montañesas. Hermilio Alcalde del Río.

asubiar.- Ponerse a cubierto de la lluvia. Está presente ya en el Diccionario de autoridades (1770), lo que la convierte en una de las voces propias de Cantabria más longevas en el lexicón académico.

En lo que respecta a su etimología la RAE se inclinó en un principio por los latinos ad ‘a, hacia’ y subīre ‘acercarse a un lugar alto desde abajo; más tarde optó por la preposición a y el latino sub obviāre ‘ guarecerse’, para decantarse finalmente por la preposición so y el antiguo uviar ‘llegar’.

El lugar en el que uno se refugia de la lluvia es el asubiadero.

En la zona de Cabuérniga se emplea la forma asullar y en otras partes de la provincia son comunes variantes como asubijarse, asuyarse, atubiarse y asudarse, así como ponerse a subio.

«El espolique me sacaba, como siempre, una buena delantera; y cuando llegué a lo alto, encontréle esperándome, sombrero en mano, en el vestíbulo o asubiadero de un santuario que hay allí».

Peñas arriba. José María de Pereda.

pejino.- Persona de humilde condición social de la ciudad española de Santander o de poblaciones costeras de la provincia de Cantabria.

También se llama así a su lenguaje peculiar, del que se ha dicho que se caracteriza por cantar la frase en escala ascendente con una rápida cadencia final.

Fuera de las páginas del diccionario encontramos que se emplea además como gentilicio de los naturales tanto de San Vicente de la Barquera como de Laredo, dos de las principales localidades marineras cántabras.

La palabra procede de peje, pez. El etnógrafo Adriano García-Lomas, autor de varias obras sobre el léxico de aquellas tierras, aventuraba que tal vez de su segunda acepción: sagaz

El DLE recoge también, desde 1884, la forma pejín, aunque, misterios de la Academia, no apareció en las ediciones de 1970 y 1984.

«Hablaban el pejino, es decir, con el tonillo acentuado característico del pueblo bajo de Santander».

Tipos y paisajes. José María de Pereda

jándalo.- Según el diccionario en Cantabria es la persona que ha emigrado a Andalucía y regresa posteriormente.

Personaje, al igual que el indiano, característico de la literatura costumbrista montañesa, muchos de ellos ejercían el comercio, generalmente en las conocidas como tiendas de montañés. Al retornar volvían con la pronunciación y hábitos de aquella región del sur de España.

Desde que el DLE incluyó esta acepción provincial ―anteriormente ya ofrecía la de «persona andaluza, por su pronunciación gutural»― había mantenido que su origen estaba en una pronunciación burlesca de, precisamente, andaluz. Sin embargo, en la última edición asegura que deriva de vándalo, pronunciado con una aspiración burlesca. Quién sabe si por dar por buena la teoría de que Al-Ándalus deriva de Vandalucía o de Vandalicea regio ‘tierra de vándalos’.

«Recién llegado de Andalucía, después de algunos años de ausencia, era Fidel un jándalo de alto copete sin dejar de ser un rústico norteño».

La ronda de los galanes. Concha Espina  

El dicho de hoy

«Si naciste en la Montaña, diz: jorcinas, jucha y engarra”.

El reto de la semana

¿Con qué tapa, cuyo nombre forma una de las que por aquí denominamos falsas parejas (aquellas en las que la palabra que termina en a no es el femenino de la que lo hace en o y viceversa, como, por ejemplo, caballo-caballa) nos podemos regalar tras el paseo de hoy acompañada por un vino cosechero?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)

Crédito de la imagen: De Oren neu dag (talk) – self made  El código fuente de esta imagen SVG es válido. Esta imagen vectorial fue creada con Inkscape, y luego editada manualmente., CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=8002406

Paseando por Suiza (y 3)

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Grüezi. Esta es la forma de decir «hola» en suizo-alemán, por lo que más del 60 % de los suizos te responderán si les saludas así. O más, pues muchos helvéticos son bilingües. Es también la manera que hemos elegido para dar la bienvenida a los paseantes que tienen la gentileza de seguir acompañándonos en este último paseo por las palabras de nuestro diccionario relacionadas con Suiza.

Unos paseos en los que nos hemos encontrado pueblos antiguos; reformadores religiosos y pedagógicos; la relación entre un coche típicamente estadounidense y la Confederación suiza; medicamentos obtenidos de las piedras; quesos centenarios ―estos dentro de apenas unas líneas―…

Con esta entrega cerramos la terna que nos ha llevado hasta un país, volvemos a recordarlo, verdaderamente singular y al que el diccionario, ese pequeño milagro que nos permite viajar con tan solo pasar sus páginas, nos ha insuflado las ganas de volver a visitar, ahora, sin duda alguna, con una nueva mirada.

Abriremos boca hoy con una

fondue.- Comida a base de queso que se funde dentro de una cazuela especial, que en nuestra lengua recibe el mismo nombre, que se come caliente directamente de ella mojando trozos de pan. Por extensión, también la que se hace con otros ingredientes, como carne, chocolate, caldo, etc.

Es voz francesa, por lo que debe escribirse en cursiva al ser un extranjerismo. En ese idioma es el participio de fondre ‘fundir’, procedente del latino fundĕre ‘derramar’, ‘desparramar’, ‘derretir, fundir’.

Entre sus componentes clásicos se encuentran estos dos quesos:

gruyer.- Se incorporó al DLE en la edición de 1992. Lleva produciéndose al menos desde el año 1115 en las cercanías de la pequeña ciudad de Gruyères, en el cantón de Friburgo, donde 160 queserías siguen hoy elaborándolo de manera artesanal. De pasta dura, suave y con aroma intenso, está elaborado con leche de vaca y cuajo triturado.

¡Ojo! A pesar de que en ocasiones oímos aquello de que algo «tiene más agujeros que un gruyer»… este queso no los tiene.

emmental.- Este sí que se caracteriza por tenerlos, como nos recuerda el propio diccionario académico. Son del tamaño de cerezas y nueces. Es algo «más joven» que el gruyer, pues su producción está documentada desde finales del siglo xiii.

Se elabora con leche fresca de vacas que solo comen hierba y heno, y son necesarios doce litros para obtener un kilo de queso. Recibió su nombre del valle del río Emme —Tal es valle en alemán—, en el cantón de Berna.

Y para que no se diga que este paseo no tiene tela, aquí van un par de ejemplos:

estopilla de Suiza.- Según el diccionario académico se trata de un cambray ―lienzo que abordamos en Un paseo que tiene tela― ordinario. El Almanak mercantil o Guía de comerciantes para 1808, al igual que el Arancel para productos extranjeros (1816) añadían que, además, es liso.

Del diminutivo de estopa ―parte basta o gruesa del lino o del cáñamo, que queda en el rastrillo cuando se peina y rastrilla―, voz que a su vez lo hace del latín stuppa, con el mismo significado.

zangala.- Un tipo de tela de hilo muy engomada.

Su nombre tiene origen en el del cantón de San Galo, cuya principal industria consistía en la fabricación de tejidos e hilados. En 1910, antes de la crisis del bordado, el 40 % de la población trabajaba en la industria textil.

El cantón debe a su vez el suyo al santo irlandés Galo de Arbona, que vivió entre los siglos vi y vii. Uno de los tres patronos de Suiza, erigió en la ciudad que hoy lleva también su nombre una abadía que fue declarada patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1983.

¿Cómo pagaríamos esos quesos, esos tejidos? Pues con el

franco.- Aquí en su acepción de unidad monetaria suiza, que es también la moneda oficial de Liechtenstein. Fue la primera moneda unificada en la Confederación, que sustituyó a partir de 1850 a las diversas acuñadas por los cantones que circulaban entonces.   

Según Corominas está tomado del germánico *frank ‘libre, exento’, nombre de los francos, dominadores de la Galia que constituyeron allí la clase noble, exenta de tributos. Habría llegado al castellano bien desde el bajo latín galicano, bien desde el francés más antiguo.

La naturaleza ha sido siempre protagonista destacada de la historia de Suiza —Rousseau dejó escrito que los zuriqueses no eran suizos hasta que llegaban a las montañas—, así que dejamos atrás mesas, telas y dineros para adentrarnos en ella y encontrar allí

lemanita.- Piedra cuya definición en el DLE ha variado con el transcurso del tiempo. Cuando se incorporó, en1869, aparecía como una especie de silicato de alúmina y de cal; a partir de 1899 pasó a ser jade, sin más; y desde 1970 es descrita como una especie de jade.

Derivado culto, como nos recuerda una vez más Corominas, de Lemānus, nombre latino del lago de Ginebra ―asimismo conocido aún hoy como lago Lemán―, en cuya proximidad se encontró este mineral.

adularia.- Voz propia de la geología para denominar a una variedad de feldespato, transparente y generalmente incoloro.

Llamada también piedra de luna en otros tiempos, era considerada un remedio, admirable, contra la tisis y, triturada con agua de peonía y bebida, contra la epilepsia, conocida entonces como gota caduca o gota coral.

Derivado de Adula, montaña de Suiza, en el macizo de San Gotardo, en la frontera entre los cantones de los Grisones y Tesino.

Vamos a ir rematando esta terna de paseos por Suiza tal como nos propusimos: con su gentilicio y sus derivados, comenzando por estos últimos.

esguízaro.- Del alto alemán medio Swîzzer, el DLE nos dice desde su edición de 1791 que es un sinónimo de suizo.

Recoge también pobre esguízaro, forma coloquial de referirse a un hombre muy pobre y desvalido. Este fue el primer sentido con el que lo recogió la RAE, ya en el Diccionario de autoridades (1729), sin referencia alguna al país alpino.

suízaro.- Con el mismo origen y el mismo significado que esguízaro: natural de Suiza.

zuiza.- Sinónimo de suiza en sus acepciones de contienda, riña, y de soldadesca.

zuizo.- Oriundo de Suiza. Palabra que nunca ha figurado en el diccionario académico, aunque sí en otros como el de Minsheu (1617) o el de Pagés (1931).

suizón o zuizón.- Chuzo, pica, arcabuz, etc., con que se armaba cada uno de los suizos, tanto en su sentido hombres de la soldadesca de a pie como en el de soldados de infantería.

Corominas considera que ambas formas son etimológicamente sospechosas.

zuriza.- Otra forma, poco usada, de referirse a la suiza como riña, alboroto entre dos bandos. De ella deriva enzurizar: azuzar, enzarzar o sembrar la discordia entre varias personas.

zoizo.- Dos sentidos: Antiguo soldado de infantería y persona que formaba parte de la suiza (soldadesca festiva de a pie).

suizo.- Como se indicó en su momento, palabra polisémica a la que el DLE otorga las siguientes acepciones en ambos géneros:

  1. Natural de Suiza, país de Europa.
  2. Perteneciente o relativo a Suiza o a los suizos.

Estas en masculino:

  1. Hombre que formaba parte de la suiza (soldadesca festiva de a pie).
  2. Persona muy adicta, que secunda ciegamente las iniciativas de otra.
  3. Bollo especial de harina, huevo y azúcar.
  4. Soldado de infantería. Voz desusada.

Y en femenino:

  1. Contienda, riña, alboroto entre dos bandos.
  2. Disputa en juntas, grados y certámenes.
  3. Antigua diversión militar, recuerdo de las costumbres caballerescas de la Edad Media, o imitación de simulacros y ejercicios bélicos.
  4. Soldadesca festiva de a pie, armada y vestida a semejanza de los antiguos tercios de infantería, que organizaban las justicias de los pueblos para que alardease militarmente en ciertos regocijos públicos.
  5. En Costa Rica y Cuba, comba, juego infantil que consiste en saltar por encima de una cuerda que se hace pasar por debajo de los pies y sobre la cabeza de quien salta.

También se emplea con algún significado no incluido en los diccionarios, como el de persona insociable o muy arisca, según asegura Pancracio Celdrán en El gran libro de los insultos (2008) que se hace en puntos de la provincia española de Badajoz.

 

La cita de hoy

«El pueblo suizo y los cantones de Zúrich, de Berna, de Lucerna, de Uri, de Schwyz, de Alto Unterwalden y de Bajo Unterwalden, de Glaris, de Zug, de Friburgo, de Soleura, de Basilea-Ciudad y de Basilea-Campaña, de Escafusa, de Appenzell Rodas Exterior y de Appenzell Rodas Interior, de San Galo, de los Grisones, de Argovia, de Turgovia, de Tesino, de Vaud, de Vales, de Nuevoburgo, de Ginebra y de Jura forman la Confederación suiza».

Constitución federal de la Confederación suiza. Art. 1

 

El reto de la semana

¿Qué palabra figura en el Diccionario de la lengua española que a bote pronto nos lleva a pensar en uno de los personajes que nos han acompañado en estos paseos helvéticos, aunque en realidad no tiene nada que ver con él?

(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)

Paseando por Suiza (2)

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Comenzábamos nuestro anterior paseo recordando que Suiza es un país singular ya desde sus mismos orígenes. Hay, sin embargo, un aspecto de ese momento que sí comparte con el común de las naciones: la necesidad de crear relatos fundacionales que doten de una cierta mística a su propio nacimiento.

En el caso que nos ocupa quien mejor representa el papel de héroe identitario es, sin duda, de Guillermo Tell, cuya imagen encabeza estas líneas. Poco importa que se trate de una mera leyenda, que además habría sido importada desde otras latitudes. Lo determinante era que su figura podía encajar a la perfección como símbolo del deseo natural por la libertad y dejar en evidencia la condición contra natura de la tiranía.  Así lo supo ver el escritor alemán Friedrich Schiller, que transformó en un relato reconocible en la actualidad un revoltillo de hechos históricos, crónicas y antiguas narraciones, y creó con su drama Guillermo Tell (1804) el mito fundacional suizo.

Hoy no nos vamos a andar por las ramas de mitos y leyendas. Al contrario: pasearemos de la mano de personajes muy reales, aunque algún espectro puede que se nos cuele por ahí. Suizos, de nación o de adopción, que se han hecho acreedores de aparecer en el Diccionario de la lengua española bien por ser su nombre origen de alguna palabra, bien por haberla inventado, bien porque aquello a lo que dedicaron sus esfuerzos ha logrado hacerse un hueco en nuestra lengua.

Y los conoceremos un poco más, no podía ser de otro modo, al compás de la ópera, la última que compuso, que Rossini dedicó al ballestero suizo que hoy nos ha servido para introducir este paseo, cuya archiconocida obertura seguro que está comenzando ya a resonar en nuestras cabezas.

calvinismo.- Jean Calvino (1509-1564) es una de las figuras señeras de la Reforma. Nacido en Francia, cuando se vio obligado a abandonar su país terminó por asentarse en Ginebra, a la que convirtió en la ciudad faro del protestantismo y donde estableció el primer modelo de las Iglesias reformadas. El propio Museo Nacional de Zúrich lo considera una de las figuras clave que han moldeado las distintas identidades de Suiza.

Según el DLE calvinismo essu doctrina y la comunidad de sus seguidores. Hasta 1984 incluía en la definición términos como «herética» y «secta», una muestra más de que el diccionario va evolucionando —aunque, todos lo sabemos, no siempre a la misma velocidad— según lo hace la propia comunidad de usuarios del idioma.

calvinista.- Se predica tanto del seguidor del calvinismo como de lo perteneciente o relativo a él. En tiempos se empleaba en castellano, y así aparece reflejado en el Diccionario de autoridades (1729), una palabra homógrafa que hacía referencia, en tono jocoso, a alguien calvo. La relación de este otro término con nuestro personaje viene de la homonimia parasitaria —la misma que relaciona a Paganini con pagador, por ejemplo—, que permitió a autores como Quevedo o Lope de Vega utilizarla en sus escritos haciendo un juego de palabras con el que tiene origen en el teólogo.

hugonote.- Seguidor de Calvino en Francia, aunque en ese país se emplea por extensión para referirse familiarmente a los protestantes en general. En un principio tenía carácter peyorativo.

Tomado del francés huguenot ‘partidario de la unión de Ginebra con Suiza’, alteración del alemán Eidgenosse ‘confederado’, influido por el nombre de Bezanson Hugues (1491-1532 o 33), jefe del partido suizo en Ginebra a principios del siglo XVI.

Otra teoría sitúa el origen de la palabra en Tours, donde, según las crónicas de entonces, la gente oía hablar de esos eyguenots sin conocer su significado, y terminaron por vincular la palabra con un tal rey Hugon o Huguet, fantasma nocturno del imaginario popular.

hugonota.- Existe también el femenino de este vocablo, aunque, como vimos que ocurría con burgomaestra, se utiliza también más la forma masculina al referirse a la mujer.

Sí se emplea en cruz hugonota, emblema protestante en Francia. Es una cruz de ocho puntas cuyos brazos están unidos por flores de lis y de la que pende una paloma, símbolo del Espíritu Santo.

Y también en el nombre de una antigua receta: los huevos a la hugonota, plato en el que estos se cocinan en caldo de cordero. Tomás de Iriarte (1750-1791) los cita en su fábula XII, titulada Los huevos.

zuingliano.- Partidario de Zuinglio o perteneciente o relativo a su doctrina.

Esta palabra nunca llegó a incorporarse al diccionario académico, aunque sí a otros, en ocasiones también en la forma zwingliano, ya desde el siglo xviii —Terreros y Pando (1788); Zerolo (1895); Pagés (1931), entre ellos—, y fue empleada por autores de la talla de Marcelino Menéndez Pelayo, que la utiliza en su Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882).

Uno de los padres de la Reforma, la figura de Huldrych Zwingli, o Ulrico Zuinglio castellanizado (1484-1531), y el estudio de su teología, se ha visto históricamente eclipsada por las de Calvino y Lutero. De tendencia humanista y racionalista, defendía el libre albedrío; consideraba el pecado original más como una enfermedad moral que como una falta punible y, tal vez lo más destacado de su planteamiento, negaba que Cristo se encontrara en forma alguna en la eucaristía, que sería un mero acto simbólico y recordatorio.

amish.- Seguimos en el mundo de las creencias, y de la Reforma, con una palabra recién llegada al DLE: se incorporó en la última edición, la del tricentenario (2014).  Quienes ya peinen canas hace algún tiempo seguro que la asociarán enseguida a la película de Harrison Ford Único testigoTestigo protegido en Hispanoamérica— (1985).

Se aplica a quien pertenece a una comunidad protestante emparentada con los menonitas y establecida principalmente en los Estados Unidos de América, que se rige por normas estrictas y rechaza las comodidades y tecnologías modernas.

Del inglés Amish, y este del alemán amisch, derivado de Jakob Amman (1644-a. 1730), líder anabaptista suizo al que se considera fundador de este movimiento, que se caracteriza por una interpretación estricta de la doctrina del aislamiento social con el fin de evitar la «contaminación» con la sociedad y sus tentaciones.

gesneriácea.- En una de esas definiciones que nos dejan con la boca abierta a quienes somos profanos en la materia, el Diccionario de la lengua española nos dice que este adjetivo se aplica a una planta del grupo de las angiospermas dicotiledóneas, herbácea, rara vez leñosa, afín a las escrofulariáceas y orobancáceas, de las que difiere por ciertos caracteres morfológicos de sus ovarios, que vive casi siempre en países intertropicales, y en ocasiones es ornamental y muy apreciada en jardinería.

Debe su nombre a Conrad Gessner (1516-1565). Natural de Zúrich, donde también falleció víctima de la peste mientras ejercía como médico municipal, algunas fuentes aseguran que fue ahijado del mismo Zuinglio. Uno de los botánicos más destacados del siglo xvi, este polímata está considerado además como el padre de la Bibliografía y el fundador de la Zoología.

muesli o musli.- Ambas formas cuentan con el aval académico desde que fueron incluidas, simultáneamente, en la última edición.

Se trata de un alimento elaborado con una mezcla de cereales, frutos secos y otros ingredientes, como frutas deshidratadas. Se consume mayormente, aunque no de manera exclusiva, en el desayuno.

Etimológicamente procede del suizo-alemán Müesli, y este del diminutivo de Mues ‘puré, papilla’. Probablemente sea la única palabra del alemán de Suiza que ha pasado a formar parte del vocabulario de numerosas lenguas.

Fue creado por el médico y nutricionista pionero —abogaba por una dieta equilibrada alta en frutas, verduras y alimentos crudos— suizo Maximilian Bircher-Benner (1867-1939), motivo por el que también es conocido como Birchermüesli o muesli de Bircher.

chevy.- El Diccionario de Americanismos recoge que es una manera, ya obsoleta, de denominar a los taxis en Cuba.

Palabra de origen inglés, comenzó a utilizarse en torno a 1938 como una forma familiar de referirse a los automóviles de la marca estadounidense Chevrolet.

La compañía se fundó en 1911 por iniciativa de Louis Chevrolet y William Durant. En 1919 fue adquirida por General Motors, de cuyo grupo sigue formando parte un siglo después.

Louis Joseph Chevrolet (1878-1941) nació en La Chaux-de-Fonds, donde también lo haría otro suizo de fama mundial: Le Corbusier. Mecánico de gran destreza, y audaz piloto de carreras que batió el récord de la milla, cedió a su socio el uso exclusivo del nombre Chevrolet, con un amargo colofón: el éxito de la firma no tardó en llegar y nuestro protagonista no obtuvo un solo dólar por ello.

pestalociano.- El DLE define este adjetivo, desde su edición de 1925 y sin haber cambiado una sola coma, como lo perteneciente o relativo a Pestalozzi, pedagogo suizo, y a su método de enseñanza.

Al contrario de la propuesta rousseauniana de la teoría idealizada, Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827), zuriqués como Gessner, experimentaba su teoría y la obtenía a su vez a partir de la práctica en las escuelas que fundó.

La base de su renovación pedagógica consistió en una concepción integral de la educación a partir del conocimiento profundo de la naturaleza humana. Ese proceso debía abarcar tres dimensiones humanas, identificadas con la cabeza, el corazón y la mano, de manera tal que se alcanzara el objetivo de una formación que fuera también de carácter triple: intelectual, moral y física. Dado que alcanzar esa meta dependía de una trayectoria íntima, en sus escuelas no había pruebas, notas, castigos o recompensas.

borrominesco.- Término para referirse a lo perteneciente o relativo a Francesco Borromini, arquitecto italiano del siglo xvii, o a lo propio de él.

Francesco Castelli (1599-1667) nació en Bissone, actual cantón de Tesino. Comenzó a firmar como Borromini, según algunos por la devoción que profesaba, pues era sumamente religioso, a san Carlos Borromeo, para diferenciarse de otros arquitectos y maestros de obra en Roma que se apellidaban como él.

Uno de las representantes más destacados del Barroco, desarrolló la mayor parte de su carrera en la Ciudad Eterna, donde sus construcciones atraían la atención por su creatividad y la audacia de sus novedosas formas. Su vida y su obra se vieron marcadas por su relación con otro grande de la época, Bernini, con quien colaboró en un principio y mantuvo después una profunda enemistad.

espagírica.- Como sustantivo hace referencia al arte de depurar metales, mientras que como adjetivo se aplica, además de a lo relativo o perteneciente a ella, a un medicamento preparado con sustancias minerales o a una persona defensora del empleo y sabedora de la elaboración de dicho tipo de medicamentos.

Del latín moderno spagiricus, y este a partir del griego spân ‘extraer’ y ageírein ‘recoger’; literalmente ‘que recoge extrayendo’.

Aunque esta voz figura en el diccionario académico desde 1791 hubo que esperar hasta la última edición para que Paracelso figurara en él como su inventor.

Philippus Theophrastus Aureolus Bombast von Hohenheim —su nombre real— (1493-1541), nació en Einsiedeln, donde Zuinglio fue predicador algún tiempo. Médico, alquimista, filósofo y astrólogo, fue uno de los pioneros de la revolución de la medicina del Renacimiento y en el uso de productos químicos y minerales en ella.

La cita de hoy

«En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras matanzas, asesinatos… Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!».

El tercer hombre

El reto de la semana

¿Qué tres palabras podemos encontrar en el DLE cuyo origen se encuentra en el nombre de un filósofo que ejerció gran influencia sobre Zuinglio, y cuyos restos reposan en Suiza pese a no ser natural de este país?

(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)

Paseando por Suiza (1)

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¿Cuál es el elemento básico que conforma la identidad de una nación y la define diferenciándola de otras, el que, en definitiva, explica su existencia? ¿Hablar, y escribir, una lengua común? ¿Profesar una misma religión? ¿Compartir la misma cultura histórica?…

Ninguna de estas premisas justificaría por sí misma el nacimiento de Suiza, república parlamentaria en la que conviven desde sus mismos inicios unos cuantos idiomas —alemán, francés, italiano, romanche y dialectos varios—, se adora a Dios desde teologías muy diferentes —catolicismo, protestantes seguidores de Calvino, de Zuinglio…— y conviven aún hoy múltiples formas de entender y organizar la vida en un Estado moderno que, tal vez por esa misma diversidad de origen, resulta en muchos aspectos único también en el concierto de las naciones.

En un reciente viaje a este país tan singular se le ocurrió al paseante que, a pesar de no existir un idioma suizo, podía intentar rastrear las huellas que esta confederación, pues así se define en su propio nombre oficial: Confederación Helvética, hubiera podido dejar en el nuestro; constatar la presencia en el diccionario, que, en definitiva, es el objeto de nuestros paseos, de palabras procedentes de allí o que el propio lexicón académico considera de manera expresa que están relacionadas con el país alpino.

Lo que encontró será el objeto de nuestros tres próximos paseos, el primero de los cuales emprendemos ya echando un vistazo a la historia.

helvético.- También en la forma helvecio, es el natural de la antigua Helvecia, país de la antigüedad que hoy se corresponde con Suiza, por lo que es igualmente sinónimo de suizo. Del latín Helvetius, y este de Helvetii, nombre que se dio a los pobladores de las regiones alpinas. En el norte de Argentina se emplea también helvético para designar a un tipo de carreta para transportar la caña de azúcar.

celta.- Perteneciente a un grupo de pueblos indoeuropeos establecidos en numerosos lugares del continente, entre ellos parte de la actual Suiza. Es asimismo un grupo de lenguas, derivadas de dialectos protoindoeuropeos, en las que está el origen de algunas voces de este paseo. Procede del latín Celta, y este del griego Keltós o Kéltēs, voz a su vez de origen propiamente céltico.

recio o rético.- Ambos términos sirven para designar al natural de la Recia o Retia, antiguo país europeo que comprendía los territorios hoy de Tirol, el cantón de los Grisones y el norte de Lombardía. Del latín Raetius y Rhaetĭcus respectivamente. El segundo es además el nombre de una lengua prerromana, quizá emparentada con el etrusco, que se habló en la antigua Retia hasta el siglo I d. C.

Sigamos con algunos gentilicios locales. El del propio país, que con su polisemia y sus derivados nos va a dar mucho juego, será el broche final de estos paseos suizos.

bernés.- Natural de Berna, tanto capital como cantón. Según una leyenda local, basada en la etimología popular, el duque Bertoldo v de Zähringen, fundador de la ciudad, prometió que le pondría el nombre del primer animal que encontrara en la cacería en la que iba a participar, que resultó ser un oso (Bär en alemán). Otros, más racionalistas, se inclinan por un topónimo preexistente de origen celta.

grisón.- Da nombre tanto al nacido en el cantón de los Grisones, el más grande y el único trilingüe, como a la lengua retorrománica occidental hablada allí. Deriva del romanche Grischun, variante dialectal de grison* ‘gris’, denominación debida al antiguo nombre latino de los habitantes autóctonos del cantón, Cani ‘los de cabellos canos, ancianos’, por oposición a quienes llegaron posteriormente.

ginebrino.- Natural de Ginebra, la ciudad del lago Lemán. Existen dos teorías sobre la procedencia de su nombre, relacionadas ambas con el agua. Una apuesta por el céltico genu ‘boca’, con el sentido figurado de desembocadura; la segunda defiende un origen común, ligur o ilirio, con el de Génova, desde el vocablo genusus ‘río’. En el diccionario académico encontramos además la variante ginebrés.

basiliense o basilense.- Nacido en Basilea. De etimología incierta, la primera mención, con la forma Basilia, se documenta en el año 374, en relación con una visita del emperador romano Valentiniano I. De ahí que se haya aventurado que recibió su nombre en homenaje a él, a partir del griego basileios ‘rey’. El DLE recogía también otrora la forma basileense y basilea como voz de germanía para la horca.

Cuatro son las lenguas que tienen reconocida su oficialidad en Suiza y así lo refleja nuestro diccionario:

alemán.- Idioma germánico —en realidad, una mezcla de dialectos que se subsumen bajo el término general de «suizo-alemán»— que se habla en zonas de Suiza. El DLE concreta que la variedad oficial aquí es el alto alemán, englobado en el conjunto de ellas denominado alemánico. Al castellano llegó desde el francés allemand, tomado del bajo latín alamannus, alemannus ‘de los alamanes’.

francés.- Lengua romance, originada en la región de París, que se habla en Francia, en algunos países de su entorno y también en antiguos dominios franceses de América, África y Oceanía. Es el idioma principal de la Romandía, la Suiza francófona. Es vocablo derivado del occitano fransés, y en última instancia del bajo latín Francia ‘país habitado por los francos’.

italiano.- Lengua también romance que se habla en Italia y oficial también en lugares como San Marino, Ciudad del Vaticano y zonas de Croacia, de Eslovenia y de Suiza, donde es el idioma principal en el cantón de Tesino y en los valles meridionales del cantón de los Grisones. Del nombre de Italia, término que se adoptó como comprensivo de los distintos pueblos de la península.

romanche.- Idioma encuadrado en el grupo de lenguas romances de la región alpina oriental, central y occidental  denominado retorrománico. Es propio del cantón de los Grisones ―como vemos, la zona suiza más interesante lingüísticamente hablando―. Aunque el Rumantsch se estandarizó en 1982, su uso está en retroceso: hoy es el idioma principal de apenas el 0,5 % de la población del país.

Y cerramos este primer paseo helvético con tres palabras referidas al campo de la organización política y social:

cantón.- Aquí en su tercera acepción, la de denominación que recibe en la Confederación Helvética cada uno de sus Estados miembros. La palabra procede del norte de Italia, donde cantone ‘esquina’ adquirió también el significado de porción de territorio. Fueron los embajadores y mercaderes italianos quienes comenzaron a llamar cantón a los Estados de la antigua Confederación suiza.

burgomaestre.-  Primer magistrado municipal de algunas ciudades de Alemania, los Países Bajos, Suiza, etc. Según el Diccionario de americanismos también se emplea en Bolivia como sinónimo de alcalde, de presidente de un municipio. Del alemán Bürgermeister ‘alcalde’, de Bürger ‘ciudadano’ y Meister ‘magistrado’. Existe la forma burgomaestra, pero se utiliza más la primera referido a mujer.

iniciativa.- Procedimiento mediante el cual el pueblo interviene directamente en la propuesta y adopción de medidas legislativas; como sucede en Suiza y en algunos Estados de Norteamérica, según el DLE. Procede del latín initiātus, participio pasivo de initiāre ‘iniciar’. No es una alternativa a la democracia representativa, sino un instrumento que la complementa.

La cita de hoy

«Suiza es un país donde muy pocas cosas comienzan, pero muchas terminan».

F. Scott Fitzgerald

El reto de la semana

¿Con qué escritor en lengua española podríamos habernos encontrado en nuestro paseo de hoy, ya que está presente en el diccionario y guarda relación, incluso fallecido, con Suiza?

(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)

Un paseo ConSentido

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Josep Pla, que sin haber sido nunca, ni pretenderlo, un gourmet, entendía de las cosas del comer mucho más que la mayoría de estos, sentenció que la cocina es el paisaje llevado a la cazuela. Al fin y al cabo, si ese espacio es lo que da carácter y esencia a un pueblo, nada más natural que la tentación de comérselo.

No sabe el paseante lo que el irreverente escritor ampurdanés pensaría de ConSentido, pero barrunta que quien se definía como un conservador en cuestiones de cocina, que no aspiraba a contribuir a ninguna revolución culinaria, se sentiría cómodo aquí. Porque en este aún joven restaurante de Salamanca se verifica aquello de que la calidad de la alta cocina no contradice necesariamente la tradicional, al igual que esta no está reñida con la innovación.

Este principio es el que guía al también joven chef ―aunque en absoluto bisoño, como demuestra el amplio bagaje profesional que atesora ya sin haber cumplido todavía los 32 años― Carlos Hernández del Río, quien se ha propuesto, y a fe que lo está consiguiendo, transmitir un legado gastronómico y cultural que sin iniciativas como esta corre serio peligro de desaparecer.

Lo hace desde un respeto casi reverencial por el entorno, redescubriendo y poniendo en valor productos y productores de la tierra salmantina que le vio nacer, de ese paisaje, en definitiva, al que se refería Pla. Valga como botón de muestra que el mar no llega hasta la carta: los únicos pescados que se pueden degustar son la trucha y unos callos de bacalao, pez este que a fuerza de ser transportado por los arrieros maragatos al interior de la península acabó por ser considerado como propio en los campos de León y de Castilla.

Un amor respetuoso que, como ya ha quedado dicho, no se opone a la búsqueda de nuevos tratamientos del producto ―¡ese guiso de crestas de gallo!―, de texturas renovadas, o de combinaciones de sabores ―¡ese punto rancio del buñuelo de jamón ibérico!― en las que la concentración de la esencia  se convierte en marca de la casa.

Por nuestra parte, hagamos ya nuestra comanda con cinco palabras elegidas de entre las que figuran en el menú y emprendamos, sin más demora, este paseo por el diccionario con el que queremos rendir nuestro pequeño homenaje al sueño hecho realidad de alguien que, tenedlo por seguro, está ya en camino de convertirse en algo tan difícil como ser profeta en su tierra.

gilda.- Abrimos boca de la misma manera en que lo hicimos en nuestra visita: con este pincho cuya fórmula original consiste en aceituna, anchoa y piparra ensartadas en un palillo, y del que hoy en día existen multitud de versiones (la de ConSentido llevaba esta vez lomo de ciervo).

Probablemente la tapa más famosa del País Vasco, nació en San Sebastián en 1949, y cuenta con su propia celebración, el Gilda Eguna —Día de la Gilda, en euskera—.

Su nombre, que no está recogido en el diccionario académico a pesar de encontrarse su uso suficientemente documentado, está tomado del personaje interpretado por Rita Hayworth —actriz, por cierto, de ascendencia española— en la película homónima. Se estrenó en nuestro país en 1946 y, con los consiguientes problemas con la censura por medio, enseguida se convirtió en un auténtico mito erótico en aquella España de la posguerra. De ahí que el pincho pasara a llamarse así, pues se decía que, al igual que el personaje, esta banderilla era «verde, salada y picante».

Años antes del estreno de la película, Miguel de Unamuno, tan ligado a la historia de la ciudad que hoy nos acoge, había empleado gilda en su obra El sentimiento trágico de la vida (1913). Se trataba, sin embargo, de una palabra homógrafa con la que trataba de lexicalizar en castellano el nombre que recibía un tipo de asociación o corporación que en la Edad Media agrupaba a personas con intereses económicos comunes: comerciantes, artesanos… llamada guild, o gild, en inglés; guilde en francés; o gilde en alemán. El término procede de gilda, latinización medieval del neerlandés gilde ‘reunión festiva’.

chacina.- Carne de cerdo adobada de la que se suelen hacer chorizos y otros embutidos, así como esos mismos embutidos y las conservas que se hacen con ella.

Procede del latín vulgar *siccīna [caro] ‘[carne] seca’, derivado de siccus ‘seco’.

La tienda donde se expende es la chacinería, mientras que la persona que la elabora o vende es conocido como chacinero.

Es además otro nombre que se aplica a la cecina ―que también podemos saborear en ConSentido―, que comparte origen etimológico con ella. Si en España este tipo de carne salada, enjuta y secada al aire, al sol o al humo alcanza en la provincia de León su máximo reconocimiento, en América es célebre la mexicana cecina de Yecapixtla. Tanto que incluso ha merecido figurar en el Diccionario de Americanismos (2010). Se trata de carne cortada en tiras, que se pone a secar y a la que se añade sal. Puede comerse acompañada de salsa, aguacate, frijoles o tortillas.

En esa orilla del español cecina puede referirse igualmente, según el país en donde nos situemos, a una tira de carne de vacuno, delgada, seca y sin sal; a un embutido de carne; a una loncha delgada de carne sin cocinar; o a un corte de carne de ganado vacuno de la parte delantera de la panza.

Curiosamente, el local del restaurante por el que hoy paseamos vio durante décadas cómo se despachaban chacinas en su interior, ya que estuvo ocupado por un clásico del negocio de la alimentación en Salamanca: la salchichería de Paco Iglesias.

croqueta.- El Diccionario de la lengua española, que incluyó por vez primera esta palabra en 1869, la define como una porción de masa, generalmente redonda u ovalada, hecha con un picadillo de jamón, carne, pescado, huevo u otros ingredientes, que, ligado con besamel, se reboza en huevo y pan rallado y se fríe en aceite abundante.

Procede del francés croquette, que a su vez lo hace del verbo croquer ‘crujir’, que encuentra su origen en la raíz onomatopéyica krokk-.

Esta voz es protagonista de una leyenda urbana ampliamente extendida: que cocreta, la manera en que muchos hablantes la pronuncian por metátesis, aparece en el DLE. La propia RAE ha tenido que desmentir en más de una ocasión que esta forma, calificada como vulgar, esté recogida, ni lo haya estado nunca, en él.

Otra curiosidad lingüística relacionada con nuestra protagonista: la cremosa salsa blanca que le da sentido puede escribirse hasta de cuatro formas diferentes en nuestro idioma: la ya citada besamel, que es a la que remiten las otras; besamela; bechamel; o bechamela, esta última marcada en la propia obra académica como poco usada. Debe su nombre a Louis de Béchamel (1630-1703), marqués de Nointel, célebre gourmet y mayordomo de Luis XIV.

En la Argentina y en el Uruguay croqueta sirve asimismo para referirse a la cabeza, pensamiento o imaginación de una persona. Y en el primero de estos países encontramos la locución hacer la croqueta, que significa intentar convencer alguien.

Y en España se emplea croqueta desde hace algún tiempo, en el argot propio del ambiente, como sinónimo de lesbiana.

garbanzo.-. Ya vimos, cuando saboreamos un buen plato de legumbres, que el origen de este vocablo es incierto. Hoy vamos a ir hoy un poco más allá de la propia palabra y vamos a pasear por palabras, expresiones y locuciones recogidas en los diccionarios en las que esta papilionácea es, directa o indirectamente, protagonista.

Comenzamos con la garbanza, que es un garbanzo mayor, más blanco y de mejor calidad que el corriente, mientras que un garbanzo mulato es uno más pequeño y menos blanco que esta.

Un garbanzo negro es una persona que se distingue entre las de su clase o grupo por sus malas condiciones morales o de carácter; garbanzo de pega es el nombre que recibe una bola pequeña con carga explosiva que los muchachos arrojan al suelo o contra las paredes para asustar a la gente, mientras que garbanzos de a libra sirve para referirse a algo raro o extraordinario y, en México, también a una persona de gran talento.

Buscarse o ganarse los garbanzos es una forma coloquial de referirse a vivir del producto del trabajo propio.

Se dice que alguien es propenso a tropezar en un garbanzo cuando tiene inclinación a hallar dificultades en todo, a enredarse en cualquier cosa, a aprovechar situaciones sin importancia para enfadarse u oponerse a algo.

Cuando se asegura que ese garbanzo no se ha cocido en su olla se da a entender que un dicho o escrito no es original de quien pasa por su autor.

Y, si nos acercamos hasta Chile, vemos que allí está en su garbanzal quien se halla en el lugar o situación que le agrada o interesa.

trucha.- Pez de agua dulce ―su presencia en la carta del restaurante es un homenaje a las que se pescaban en el Tormes―, de la familia de los salmónidos, con cuerpo de color pardo y lleno de pintas, y carne comestible blanca o encarnada.

En sentido figurado hace alusión a una persona astuta, que actúa con pocos escrúpulos. Y, fuera del diccionario, ha adquirido, con ese mismo carácter, los significados tanto de varón homosexual como de prostituta de calidad, probablemente muy joven.

Si regresamos a la Argentina y al Uruguay, allí sirve para referirse coloquialmente a la cara o a la boca de una persona.

Llegó hasta nosotros desde el latín tardío tructa, tomado del griego trktēs, literalmente ‘tragona’.

Muy presente en nuestras cocinas, lo está asimismo en la lengua a través de numerosos dichos y refranes. Veamos algunos ejemplos:

Manos duchas comen truchas, que recuerda que la práctica es el mejor método para hacer bien las cosas.

Ayunar o comer trucha, para expresar la determinación de no quedarse con medianías si no se puede conseguir lo mejor.

No se cogen, o pescan, o toman, truchas a bragas enjutas, que encontramos en La Celestina y en El Quijote, da a entender que para conseguir algo hay que esforzarse.

Saber uno las truchas que pesca otro, o conocer sus intenciones.

La trucha y la mentira, cuanto mayor, tanto mejor, que se dice cuando se sospecha que alguien está mintiendo.

Terminamos con dos locuciones de uso en México. Ponerse trucha alguien es abrir los ojos, conocer las cosas como realmente son, mientras que ser una trucha, o muy trucha, es ser sagaz.

La cita de hoy

«Toda tradición fue en algún momento vanguardia. Por tanto, aquella vanguardia que deja poso, con alma, con sentido, crea raíces y acaba siendo tradición”.     

Carlos Hernández del Río

El reto de la semana

El de hoy es para nota, como merece el objeto de nuestro paseo. ¿El nombre de qué fruto, que podemos encontrar en la carta de ConSentido, conecta en el diccionario a los dos animales totémicos de las tierras salmantinas: el toro y el cerdo?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)