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La amistad es uno de los temas recurrentes en el siempre fértil mundo de los refranes, adagios y sentencias. Por no hablar del inagotable filón de las citas de personajes célebres, para quienes opinar sobre este «afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato» resulta asimismo especialmente atractivo. En este mismo ámbito encontramos también con frecuencia el encomio de las antiguas amistades comparándolas con los libros, la leña, el vino…
Tomando este último ejemplo, y dejando al margen el hecho de que no todo caldo —como en ocasiones ocurre también con la amistad— envejece bien, el caminante aprendió hace ya tiempo que, al igual que hay vinos jóvenes que merece la pena descubrir, la vida no deja tampoco de ofrecer ocasiones para conocer nuevos amigos que enriquezcan «la bodega de nuestros afectos» (por seguir con el símil enológico). Tan solo se trata de ser capaces de abrir paladar y corazón; de salir de nuestra zona de confort; de ampliar horizontes que hagan nuestra vida más feliz. Al fin y al cabo, todo amigo fue nuevo en algún momento.
El paseante tuvo hace unos días —en torno a una mesa, claro. ¿Cabe mejor forma?— la ocasión de comprobarlo. De disfrutar de la compañía de personas que, por una carambola del destino, llegaron hace poco a su vida y que se han hecho ya acreedores por derecho propio de su cariño.
Pasearemos hoy de la mano de Carmen —nuestra invitadora— con Ángela, Fede y Rule por cinco palabras surgidas al calor de uno de esos pequeños momentos que al quedar guardados en nuestra memoria se van convirtiendo en los materiales con los que vamos construyendo nuestro propio camino.
anfitrión.- Cuando el diccionario de la RAE incorporó este vocablo en 1869 lo definía como «el que tiene invitados a su mesa y los regala con esplendidez». En la última edición comprobamos cómo este significado ha pasado a un segundo término —además de haber perdido en el camino el matiz valorativo, pues ahora es «la persona que tiene invitados a su mesa o a su casa»—. La primera acepción es ahora la de persona o entidad que recibe en su sede habitual o en su país a visitantes o invitados.
Para encontrar su origen debemos remontarnos a la mitología griega, donde encontramos a Anfitrión, rey de Tebas, casado con Alcmena, cuya figura y aspecto fueron suplantados por Zeus para yacer con ella, que de esa forma creía estar con su marido. De esa unión nacería Hércules.
Fue la adaptación del mito —que ya había sido llevado al teatro por Plauto en el siglo II a. C.— realizada por Moliére en su obra homónima estrenada en 1668 la que confirió a esta palabra el significado por el que la conocemos.
merino.- Del latín maiorīnus ‘de mayor tamaño o extensión’, ‘perteneciente a la especie mayor (en cualquier materia)’. Referido aquí a su sentido legal —otras acepciones nos llevan a una raza ovina, a un cuidador del ganado o a un tejido—, el Diccionario del español jurídico nos dice que se trataba de un oficial que ayudaba a la Administración de Justicia en actividades relacionadas tanto con temas gubernativos como de orden público y de policía judicial.
En lugares de realengo —aquellos que no eran de señorío ni de las órdenes— podían ser propuestos por los alcaldes o jueces, pero fue eminentemente una figura de nombramiento real.
El merino mayor era nombrado directamente por el rey y gozaba de una amplia jurisdicción. Solían ser nombrados para el cargo altos personajes de la nobleza, aunque con frecuencia era un lugarteniente o adelantado el que asumía las competencias. El merino menor, a su vez, ejercía sus funciones en un ámbito local o territorial.
a la federica.- Según el diccionario académico esta locución adverbial —que recoge así, en minúsculas, pese a lo cual no es raro encontrarla como a la Federica— hace referencia a la moda imperante en los tiempos de Federico el Grande de Prusia (1712-1786). Esta se caracterizaba por un gran lujo y boato.
Aún hoy los rejoneadores portugueses visten a la federica, con casaca, chaleco bordado, camisa de encaje con chorreras, calzón corto, medias blancas, botas altas de charol y tricornio. Las llamadas botas federicas son un tipo de bota larga de piel cuyo alto está ensanchado en la boca a la altura de la rodilla. Se emplean en equitación y también las calzan algunos motoristas.
Por su parte, un entierro a la federica es uno con gran boato en el que se transporta el ataúd del fallecido en un carruaje de caballos. En un artículo publicado en 1962 el escritor vallisoletano Miguel Delibes lo describía «con carrozas barrocas, caballos empenachados y aurigas con peluca».
rulemán.- Palabra del español de América que se emplea en Argentina, Paraguay y Uruguay —en estos dos últimos países también en la forma rúleman— para referirse al rodamiento, nombre que recibe en mecánica un cojinete formado por dos cilindros concéntricos entre los que se intercala na corona de bolas o de rodillos que pueden girar libremente.
Es un calco fonético —adaptación de un préstamo lingüístico adaptándolo fonéticamente a la lengua que lo recibe— del francés roulement, con el mismo significado, derivado de rouler ‘rodar’, que encuentra su origen etimológico en el francés antiguo ruele, roele, ‘rueda pequeña’.
La Academia Argentina de las Letras, mediante carta de fecha 16 de agosto de 1983, sugirió su incorporación al Diccionario de la Real Academia Española, lo que se produjo en la edición de 1992.
El también argentino Julio Cortázar emplea esta palabra casi una veintena de veces en Rayuela (1963), probablemente su novela más conocida y una de las obras clave del conocido como boom de la literatura hispanoamericana.
sollastre.- Tiene dos acepciones: pinche de cocina y pícaro redomado. Como ocurre en otras ocasiones, el Diccionario de autoridades (1739) resulta mucho más gráfico en su definición: «El criado dedicado à las cosas más baxas, y sucias de la cocina, à quien tambien llaman pícaro de cocina» y «Por alusión se llama al pícaro redomado».
Su oficio o actividad recibe el nombre de sollastría. Hasta la edición de 1869 el DLE incluía también la voz sollastrón, como aumentativo de sollastre —‘muy pícaro y redomado’ en las ediciones del siglo XVIII—.
Procede de sollar, verbo desusado que significa tanto «despedir aire con violencia por la boca» como «arrojar aire por medio de fuelles u otros artificios» y que procede a su vez del latín sufflāre ‘soplar’.
Es voz que encontramos en autores clásicos de nuestro idioma (Quevedo, Alemán, Torres Villarroel…) pero también en otros más contemporáneos: Gabriel Miró, Azorín, Bartolomé Soler, Cotarelo y Valledor o Eugenio Noel.
La cita de hoy
«Vinum novum amicus novus; veterascet, et cum suavitate bibes illud»
«Como vino nuevo es el amigo nuevo; envejecerá y lo beberás con agrado».
Eclesiastés 9,10.
El reto de la semana
Jugando con las palabras, sus usos y sus diferentes sentidos, que eso se proponen también estos paseos, ¿con qué plato tradicional habría sido lógico regalarnos al terminar este paseo?
(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)
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