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Se cruzaba el paseante hace unos días, leyendo un artículo con motivo del aniversario del fallecimiento de Francisco Umbral, con una palabra que siempre llama su atención: cursi, como calificaba el autor del mismo algunos de los momentos escritos por el conmemorado. Y tratando de recordar dónde la había leído hace ya algún tiempo, recordó una entrevista con Félix de Azúa quien, en vísperas de su recepción en la RAE, denominaba así a un joven político acostumbrado, sin duda a recibir -y proferir- denuestos más estrepitosos aunque difícilmente más demoledores.

Porque cursi es uno de esos epítetos que por su grado de inconcreción pueden alcanzar un gran rango de matices, ninguno de ellos ciertamente favorable, y que no pareciendo especialmente ofensivo en comparación de otros insultos de más grueso calibre guarda en su interior una profunda carga de desprecio.

Ese reencuentro con la palabra, y el hecho de que su desconocido origen la conecte directamente con nuestro último paseo, animaron al paseante a releer La filocalia o arte de distinguir a los cursis de los que no lo son, seguido de un proyecto de bases para la formación de una hermandad o club con que se remedie dicha plaga (1868), un divertido opúsculo escrito, con Santiago de Liniers, por el político y miembro también de la RAE Francisco Silvela, obra de la que extraemos las cinco palabras, seis en realidad si incluimos la cursería -sinónimo de cursilería- del título, por las que pasearemos hoy.

cursi.- Comenzamos, no podía ser hoy de otra manera, con este vocablo que se predica de la persona que, pretendiendo resultar fina y distinguida, ofrece en realidad una imagen afectada y ridícula. Referido a alguna cosa, señala aquello que, bajo una apariencia de riqueza o elegancia, resulta pretencioso, relamido, de mal gusto. Los límites de su alcance resultan difusos, dependiendo en gran medida de la intención que guía a quien lo emplea. Documentado por vez primera en 1865, la Academia califica con acierto su origen como ‘discutido’, al ser numerosas las teorías referidas al mismo, que abarcan desde procedencias del gitano, el árabe marroquíkúrsi ‘silla’, de donde pasaría a ‘cátedra’; de ahí a ‘sabio’ y de este a ‘personaje principal, figurón’- o el inglés –coarse ‘ordinario, tosco’- hasta la introducción en nuestro país de la letra cursiva, pasando por la isla de Córcega; una familia gaditana de apellido Sicur – por metátesis-; en el mismo Cádiz, unas damiselas huérfanas y adineradas llamadas Tessi y Curt; don Reticursio, personaje teatral que vestía de forma harto extravagante y pretenciosa…

charol.- Del portugués charão ‘laca’, que lo tomó del chino chat liao, compuesto del chino dialectal chat ‘barniz’ y liao ‘tinta’, ‘óleo’. Barniz celulósico muy flexible y lustroso que se adhiere perfectamente al material sobre el que se aplica. Muy empleado en calzado, se denomina también así al cuero cubierto con este material. De esta voz derivan charolar y acharolar ‘barnizar algo con charol u otro líquido equivalente’, cuyos participios han generado los adjetivos charolado ‘que tiene lustre’ y acharolado ‘semejante al charol’ respectivamente. A su vez, charolista es la persona cuyo oficio consiste en charolar. En algunos países americanos se denomina charol -o charola– a la bandeja; en Cuba se llama también  así popularmente a una persona de piel muy negra y en México es un deslumbramiento en una videograbación. Si atendemos a su empleo en locuciones, en España darse charol significa darse importancia, alabarse, mientras que en México, se dice dar el charolazo a presentar una credencial oficial para lograr un beneficio ilícito o eludir la responsabilidad por alguna infracción cometida.

felpa.- Tejido semejante al terciopelo, que puede ser de seda, lana, algodón o cualquier otra fibra, pero de pelo más largo -el DLE recoge la felpa larga, que tiene el pelo largo como de medio dedo-. Coloquialmente sirve también para referirse a una reprensión áspera, un rapapolvo, o bien a una tunda de golpes -en este caso el Diccionario de autoridades (1732) hablaba de felpa rabona-. En distintas partes de América adquiere también significados tan variados como una derrota amplia infligida en una competición deportiva o una disputa; un útil para escribir o dibujar provisto de una carga de tinta y punta de fibra; un cojín de tela muy fina o la marihuana. Palabra también de origen incierto, Covarrubias conjeturaba que se llamó así, casi filelpa, por estar tejida de cabos de hilos. Corominas señala que es común con el catalán, el portugués y el italiano y la relaciona con el occitano feupo ‘hilachas’ y el francés antiguo y dialectal feupe ‘harapo’. Indica asimismo que este vocablo aparece por vez primera en Inglaterra ya en el siglo XII en sus dos variantes, pelf (pilfer) y felpe y que quizá sea una antigua voz germánica.

cascabel.- Bola de metal hueca, normalmente de pequeño tamaño, con una ranura o unos orificios y una asita para colgarla, que lleva en su interior una pieza metálica que produce un tintineo al chocar con las paredes de la bola. También se llama así al remate  posterior de algunos cañones antiguos de artillería. Documentada desde el siglo XII, procede del occitano cascavel -en esta forma la podemos encontrar en el Cantar de Mio Cid-, diminutivo del latín vulgar cascabus, variante del latín caccăbus ‘olla’, que ya se utilizó en la Antigüedad para designar de forma figurada un cencerro. Entre las varias locuciones en las que encontramos esta palabra tal vez la más conocida sea la de poner el cascabel al gato, que tiene el sentido de atreverse, entre varios interesados, a realizar la parte más embarazosa o difícil de una acción. Proviene de una antigua fábula escrita en el siglo XIII por el monje inglés Odo de Cheriton -aunque el origen podría ser anterior, pues se inspiraba en escritores clásicos como Esopo-, popularizada en nuestro idioma por Félix María de Samaniego bajo el título de El congreso de los ratones.

culotar.- Ennegrecer una pipa o boquilla -sobre todo las de espuma de mar- con el humo al usarlas. Préstamo léxico del francés culotter, que en un principio hacía referencia a recubrir el interior de la cazoleta de la pipa, a fuerza de uso, de una capa producida por el propio residuo del tabaco, que permite posteriormente a este liberar todo su aroma durante la combustión y pasó a emplearse por analogía -documentado ya con este sentido en 1823- como ese ennegrecer, dar una pátina oscura. Este galicismo no aparece recogido en el DLE, aunque sí en diccionarios de uso como el Moliner o en compilaciones de léxico extremeño o andaluz, pudiendo espigarse -también con el significado, como lo emplea Arniches, de ahogar con el humo del tabaco- además en obras de Pérez Galdós, Tomás Luceño, José María de Pereda, su íntimo amigo Eduardo Bustillo, Alejandro Pérez Lugín, o Zunzunegui, tanto en esta forma como en la de aculotar. En su satírico Libro de los elogios (1911), el periodista y dramaturgo Antonio Palomero bautiza como boquillicultura al arte o ciencia de culotar una boquilla.

 

La cita de hoy

“La palabra cursi constituye una gloria exclusiva de nuestro léxico”.

Julio Camba

 

El reto de la semana

¿Con qué “pariente” suramericano de nuestro cursi de hoy, y sobre cuya condición ya paseamos en su momento, nos resultaría lógico habernos encontrado en nuestro paseo?

(La respuesta, como siempre, en la página de ‘Los retos’)