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arcabuz, basilisco, cupletista, galbana, mancuernas, Manuel Arroyo-Stephens, Pisando ceniza
El paseo de hoy comenzó en realidad, aunque el paseante aún no lo supiera, hace ya unos cuantos meses, cuando quedó deslumbrado, como ya contó en su momento, por el paisaje vislumbrado desde el tren de la comarca de las Merindades, al norte de Burgos. Quiso el destino que, estando al día siguiente en Salamanca, comentara algo al respecto con su amiga Yolanda, quien le habló a su vez de su amiga Olga y de la casa rural que tiene en la zona.
Como quiera que quien estas líneas escribe llevaba algún tiempo con un cierto desasosiego, consideró buena idea pasar allí unos días en verano, estancia que propició el descubrimiento de -y el paseo por- Espinosa de los Monteros. Y fue precisamente buscando documentación para este último cuando se topó con sendas reseñas de un libro, Pisando ceniza, de Manuel Arroyo-Stephens, firmadas por dos autores protagonistas este mismo año de un par de nuestros paseos: Félix de Azúa y Andrés Trapiello.
Obra que ambos consideran muy buena, que ‘no parece ni siquiera literatura’ para el leonés; que según el académico ‘no es fúnebre’, a pesar de que la muerte es el hilo de los seis relatos que la componen, y que, cerrando el círculo de conexiones con nuestros paseos, algunos de los mismos transcurren en… Espinosa de los Monteros, sin faltar referencias a lugares del entorno: Santa Olalla; Quintanilla; Lunada; Quisicedo…
Fue la concatenación de todos estos engarces la que me llevó a recorrer con avidez de lector adolescente sus 345 páginas -en las que nos reencontramos con algunas palabras ya paseadas por aquí, como serendipia, lonja, lívido, palimpsesto…-; a confirmar la buena impresión causada a los autores antes citados -sintiendo que es un libro que te va llenando desde dentro, desde lo íntimo, no que te llega desde el exterior. Hacía mucho que no me sentía tan sumergido en lo que me estuvieran narrando, sintiendo casi de manera física el calor del estío madrileño o el frío del invierno espinosiego- y a decidir rendirle un pequeño homenaje incorporándolo a esta serie de paseos, además de recomendárselo vivamente a todo amante de la lectura.
Asegura el narrador que “las cosas solo ocurren a los que saben contarlas”. Espero haber sabido hacerlo, pero, en cualquier caso, pasemos ya sin más dilación a pisar ceniza, mientras recorremos cinco palabras encontradas en este libro que provoca por sí mismo tanta impresión como el mismo paisaje de las Merindades.
galbana.- Desidia, flojera, pereza, pocas ganas de hacer algo, especialmente cuando es circunstancial, según Moliner y que en Seco se atribuye especialmente a la causada por el calor (ver la página Para pasear más y mejor). Vocablo de origen incierto según el Diccionario de la lengua española -DLE, que es como a partir de ahora prefiere la Academia que se denomine al DRAE-, si bien en la edición de 1884 se le atribuía una procedencia gala, de galba ‘gordinflón; en las de 1956 y 1970 se la hacía derivar del árabe gabāna ‘tristeza, desánimo, descontento’ que se convirtió en galbāna en las de 1984 y 1992. El DLE recoge también el adjetivo agalbanado y sus formas coloquiales galbanoso y galbanero. En Salamanca se utilizaba asimismo un término homógrafo, ya en desuso, con el significado de ‘guisante pequeño’, derivado del árabe andalusí julbána o jilbána.
basilisco.- Este término, que sirve para designar tanto a un reptil saurio americano algo más pequeño que la iguana, como a una persona furiosa o a una antigua pieza de artillería, en origen hacía referencia a un animal fabuloso en forma de serpiente, con cabeza puntiaguda, que se creía que podía matar solo con mirar, con lo que la única forma de matarlo sería hacerle verse reflejado en un espejo. Procede del latín basiliscus y este del griego basilískos, diminutivo de basileus ‘rey’, por lo que a este ser fantástico también se le denominó en la antigüedad régulo. Según Corominas aparece documentada por vez primera a principios del siglo XIV. La locución adverbial de carácter coloquial hecho un basilisco hace referencia a alguien que se encuentra sumamente encolerizado. No es raro, sin embargo, como ya recoge Lázaro Carreter, oír a alguien decir incorrectamente que ‘fulano se puso hecho un obelisco’.
mancuernas.- Palabra que bien podría haber aparecido en Un paseo plural y nada más que plural, pues es un componente del grupo de los pluralia tantum que vimos allí. Según el DLE en América Central, México, Filipinas y Venezuela se emplea como sinónimo de gemelos, los pasadores de los puños de la camisa –que es, efectivamente, el sentido con el que lo escribe nuestro autor-, si bien lo incluye como forma plural de mancuerna, palabra con distintas acepciones en singular. Sin embargo en 1970 –circunscrita entonces a México y en la actual edición extendido ya su uso a América central y Bolivia- incorporó como entrada mancuernillas, con el mismo significado. Además, incluye también el término mancorna, como lema independiente también, definiéndolo como sinónimo, utilizado en Colombia, de gemelo –en singular-. Mancornar, el origen de todas ellas, proviene de man ‘apócope de mano’ y cuerno.
cupletista.- Cantante de cuplés. Es voz común en cuanto al género, aunque ha sido aplicada generalmente al sexo femenino, pues mujeres fueron la mayoría y más destacadas de sus representantes. A su vez, el cuplé es una cancioncilla ligera, generalmente picante o picaresca, propia de los espectáculos de variedades y que estuvo en boga en el primer tercio del siglo XX. Es el resultado de la españolización del francés couplet ‘copla’, del antiguo provenzal cobla, con el mismo origen que la palabra española. No se incorporó al DLE hasta la edición de 1970, porque la forma francesa se mantuvo en uso en España durante gran parte del siglo pasado, y escrita así la podemos encontrar empleada por autores como Benavente, Arniches, Pemán, Barea o Manuel Machado. El Diccionario panhispánico de dudas aclara que no son admisibles formas híbridas como couplé o cuplet, pues no resultan en puridad ni españolas ni francesas.
arcabuz.- Antigua arma de fuego propia de los siglos XVI y XVII, de diferentes tamaños y pesos, con cañón de hierro y caja de madera, portátil y similar al fusil. Se disparaba prendiendo una carga de pólvora por medio de una mecha móvil incorporada a ella. Da nombre también al arcabucero, el soldado que lo utilizaba. Proviene del francés arquebuse, que lo tomó prestado del neerlandés hakebus -alterado por influjo del francés arbalète ‘ballesta’, pues el proyectil era originariamente propulsado por un sistema similar al de esta-, compuesto de bus ‘caja’, ‘canuto’ y hake ‘gancho’, por el que servía para fijar el cañón. Antiguamente se empleó también la forma alcabuz, como recoge ya el Diccionario de autoridades -1726-, que alcanzó gran difusión en los siglos XVII y XVIII, y de donde habría surgido el verbo alcauciar ‘fusilar’ usado en Colombia. Entre 1803 y 1992 el DLE recogió también el diminutivo arcabucete.
La cita de hoy
“Mi madre practica el monólogo exterior con gran naturalidad, como si lo hubiese inventado ella. Lo llama pensar en voz alta. Es lo que hacen muchos españoles: un diálogo consigo mismos y un monólogo con los demás”.
Manuel Arroyo-Stephens
El reto de la semana
¿A la sombra de qué arbusto, el nombre de cuyo fruto -uno de los secos- nos lleva hasta la Campania italiana, podríamos habernos sentado –como hace el narrador en un momento del libro- durante nuestro paseo de hoy?
(La respuesta, como siempre, en la página de ‘Los retos’)
(Las obras de los autores citados aparecen relacionadas en la página ‘Para pasear más y mejor’)