Manifestaba recientemente el papa Francisco, quien antes que “fraile” fue “cocinero” como profesor de Literatura en Argentina, su preocupación respecto a que cuando él impartía clase sus alumnos podían controlar unas 1.500 palabras, mientras que los adolescentes de hoy no pasan de 500.
Este problema -que bien puede calificarse de general- del empobrecimiento léxico se ve agravado por peligros, como los “anglicismos depredadores” de los que habla Álex Grijelmo; nuevos registros manipuladores de la lengua, como el “politiqués” o el “tertulianés” a los que con frecuencia alude Amando de Miguel; el ‘neoespañol’ descrito por Ana Durante o la imparable -así le parece al paseante- extensión del ridículo lenguaje políticamente correcto, pero también por el mal uso, que -como ya vimos en el paseo ‘Propósito de enmienda’- se hace de algunos términos incluidos en esa cantidad menguante de palabras que domina un hablante medio.
Pasearemos hoy, sin propósito ninguno de enmendar la plana a nadie, por supuesto, pero sí con el de poder emendar –forma que, aun calificándola de desusada recoge aún el DRAE- y mejorar nuestro uso del idioma, por cinco términos que con frecuencia se emplean con un sentido distinto al que tienen en realidad, incluyendo ejemplos publicados para demostrar que, aunque se tratara de erratas, no solo en el lenguaje hablado podemos ‘perpetrar’ estos desaguisados y, eso sí, sin dejar de recordar que, como dice el académico José Antonio Pascual, ‘si deseamos hablar mejor no deberíamos desalentarnos por caer de vez en cuando en la trampa de una equivocación’.
mórbido.- Del latín morbĭdus, adjetivo que denota ‘que padece enfermedad o la ocasiona’ o también califica algo como ‘delicado, blando, suave’ –‘…doncellas de mórbidas formas, etc…’– (Asín Palacios, Escatología musulmana). Es frecuente encontrar este vocablo sustituyendo de manera inapropiada a morboso -derivado del también latino morbōsus– en su acepción de mostrar inclinación al morbo -atracción hacia acontecimientos desagradables o interés malsano por cosas o personas-. Así ocurre en esta frase del escritor mexicano Juan García Ponce en Crónica de la intervención, II: ‘La certeza de lo sobrenatural se convierte en mórbida atracción por la muerte. Por eso a veces resultan sobrecogedoras por un lado y totalmente inverosímiles por otro’.
ínsula.- Lugar pequeño o gobierno de poca entidad, a semejanza, como afirma el propio DRAE, del encomendado a Sancho Panza en el Quijote. A pesar de aparecer ya en Autoridades -1834-, esta acepción estuvo ausente del Diccionario académico a partir de la edición de 1803 para reaparecer cual Guadiana en la de 1925, ya sin el carácter jocoso que anteriormente se le atribuía. Antiguamente se utilizaba también –especialmente en los libros de caballerías- con el significado de isla. Proviene del latín insŭla ‘isla’, ‘casa aislada’. No es raro su empleo en plural confundiéndola con ínfulas -del latín infŭla-, en su acepción de ‘vanidad pretenciosa’, como encontramos en la novela atribuida al cubano Antonio Franchi Alfaro El Foro de la Habana y sus misterios o un oficial de causas: ‘…y con darse ínsulas de caballero, cuyos modales no puede imitar por más que se esfuerza, no solo alterna con las personas de más viso…’.
bizarro.- Con origen en el italiano bizzarro ‘iracundo’, de etimología discutida, en español tiene tradicionalmente los significados de, por un lado, valiente –el capaz de acometer una empresa arriesgada-, por otro, generoso, espléndido, gallardo, lucido. Una de las palabras más buscadas en la versión en internet del DRAE –en el mes de marzo estuvo entre las 11 más consultadas de las más de 71 millones de búsquedas-, se ha extendido su uso con los sentidos de raro, extraño, estrambótico… en un calco inapropiado de las acepciones en inglés y francés del término bizarre. El ejemplo en esta ocasión es del chileno José Antonio Rivera, en su libro La liberación: ‘…para ir convirtiéndose, noche a noche, en un personaje bizarro que al principio causaba risa y luego miedo, pudor, espanto, vergüenza ajena.’
marasmo.- Del latín medieval marasmus, y este del griego marasmós ‘consunción, agotamiento’. En principio era un término médico para referirse a un enflaquecimiento del cuerpo humano ‘tan grande que el enfermo parece un esqueleto’, si bien el DRAE incorporó a partir de 1852 la acepción de inmovilidad, paralización, quietud, suspensión de la actividad física o mental –‘…vivimos sumidos en marasmo de siesta…’ (M. de Unamuno, España y los españoles)-. Sin embargo, resulta muy habitual verlo utilizado con el significado de barullo, desorden, confusión, tal vez por su semejanza con la palabra maremágnum -del latín mare magnum ‘mar grande’-. Vemos este uso inapropiado en el siguiente fragmento del polígrafo español César Vidal en Los orígenes de la Nueva Era: ‘…pero antes de que la misma se produjera iba a verse inmerso en el marasmo del levantamiento judío contra Roma (66-70 d. C.) y de la guerra civil romana,…’
infringir.- Incumplir, quebrantar normas. o hacer algo en contra de ellas. Deriva del latín infringěre ‘romper’. Es corriente encontrarlo sustituyendo incorrectamente a un verbo que suena muy similar pero de significado muy distinto infligir –del latín infligěre ‘herir’ ‘golpear’- que significa causar un daño o imponer un castigo. Lo podemos comprobar en la aportación de Ignacio Ruiz Rodríguez a la obra colectiva Cádiz1812. Origen del constitucionalismo español: ‘Cuando se encontraba en Vitoria, su ejército fue alcanzado por las tropas de Wellington, que le infringieron un duro castigo.’ La Fundéu da cuenta además de un curioso híbrido, inflingir, del que encontramos también ejemplo impreso: el de la profesora Mª Dolores Nieto en su obra Estructura y función de los relatos medievales: ‘Venganza: forma de reparación específica que consiste en infligir al agresor el equivalente del perjuicio causado…’.
La cita de hoy
“En el maravillosamente hermoso mes de mayo, como en cualquier luminosa mañana de verano o atrapados por el frío y la lluvia que nos acecha en febrero, siempre está la lengua a nuestra disposición. Podemos maltratarla o llenarla, por el contrario, de todos nuestros cuidados y lograr así que suene lo mejor posible; podemos emplearla con desinterés y desgana o buscar ser creativos con ella, y hasta hacernos cómplices suyos.”
José Antonio Pascual
El reto de la semana
¿Por qué habría resultado fatal confundirnos de verbo tras inspirar el aire del jardín durante nuestro paseo?
(La respuesta, como siempre, en la página de ‘Los retos’)