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Si algo ha aprendido el paseante con el paso de los años es que pocas decisiones en la vida merecen la categoría de inalterables, por más firme que fuera nuestro propósito al formularlas. Lo iba recordando, con una sonrisa irónica, mientras se acercaba a la Feria del Libro madrileña un domingo por la tarde -¡último de la feria, además!-, día de la semana y horas de los que había abominado enfáticamente hace algunos años para acudir al Paseo de Coches del parque del Retiro. Sin embargo, esta vez había un motivo que lo justificaba: Yolanda Guerrero iba a estar firmando ejemplares de Mariela, una novela protagonizada por una mujer excepcional, que el autor de estos paseos quería regalar, dedicada por la autora, a otra mujer especial.

Una historia con nombre propio que es en realidad un personaje coral, pues no deja de ser la encarnación de un sinnúmero de mujeres que a lo largo de la historia no han dejado de escribirla, por más que su papel haya sido ninguneado hasta la extenuación y se les haya relegado a la «letra minúscula» de las crónicas. A lo largo de sus páginas seguiremos las peripecias de la protagonista por un mundo que comenzaba a nacer cuando el anterior agonizaba entre terribles espasmos. Nacida en las faldas del Moncayo y depositaria de una larga tradición de lo que hoy denominamos sororidad, enfermera en una época convulsa —I Guerra Mundial, revoluciones en Rusia, Alemania…—, dedicará su vida a combatir la mal llamada «gripe española», su Bestia particular, la epidemia que causó en la época infinitas bajas más que todas las batallas juntas.

No vamos a destripar aquí una historia cuya lectura, huelga decirlo, recomienda humildemente el paseante a quienes tienen la amabilidad y la curiosidad suficientes para acompañarle en estas excursiones por el diccionario. Baste decir que Mariela, con sus ideas y convicciones, como buena aragonesa, claras y bien asentadas, convierte el ejemplo de su lucha por la vida de los demás en un firme alegato antibelicista; que con ese combate extenuante nos recuerda que mucho antes de que se pusiera de moda la palabra empatía existió siempre un sentimiento mucho más profundo: la compasión; que, a pesar de lo que pueda asegurar algún tontivano mediático, aún queda mucho por hacer hasta alcanzar la igualdad real entre mujeres y hombres…

Vayamos, pues, a pasear de su mano, desde Madrid hasta Berlín, desde el barro de las trincheras hasta los cielos de Rusia, por cinco palabras entresacadas de la historia de una mujer fuerte en la que, estamos seguros, todos podemos reconocer algún rasgo de otras a las que hemos tenido la fortuna de conocer.

alambique.- Palabra que nos retrotrae al paseo anterior, pues es frecuente encontrarla en el ámbito de la alquimia. Utensilio que se emplea para destilar, consistente en un recipiente o caldera en donde se calienta el líquido y en un conducto en el que se refrigera el vapor para condensarlo y por donde sale el producto de la destilación. En Andalucía y en muchos países americanos se utiliza también como sinónimo de fábrica de aguardiente, en algunos lugares con el matiz de hacerse clandestinamente y en otros de forma rudimentaria. En Bolivia y en Cuba se llama así también metafóricamente a alguien que consume mucho alcohol. Deriva del árabe andalusí alanbíq, procedente del árabe clásico inbīq, tomado del griego ámbix, -ikos. La locución adverbial por alambique significa con escasez o muy poco a poco.

káiser.- Dignidad por la que eran conocidos los emperadores de Alemania y de Austria. Curiosamente, este vocablo no se incorporó al Diccionario de la lengua española hasta la edición de 1970, cuando hacía ya más de medio siglo que no reinaba ningún emperador en tierras germánicas. También da nombre, aunque sin el aval académico, a un tipo de bigote con más cuerpo que el tradicional: una vez conseguidos la longitud y el espesor deseados, se procede a encerar las puntas y a moldearlas hacia arriba. En Chile, en la forma kayser, sirve para denominar a la decimotercera carta de cada palo de la baraja inglesa, la que tiene dibujada la figura del rey. Del alemán Kaiser, que a su vez lo hace del alto alemán antiguo keisar, este del gótico *kaisar, y este del latín Caesar ‘césar, emperador’, sobrenombre de una rama de la familia romana Julia. Este dio también origen a la palabra zar, soberano de Rusia o de Bulgaria, que asimismo encontramos en las páginas de Mariela.

cuchitril.- Término este que nos va a permitir pasear un buen rato por el Diccionario académico. Tras definirlo como una habitación estrecha y desaseada nos indica que procede de cochitril, que se emplea también coloquialmente para referirse a la pocilga y que deriva a su vez de cocho y de cortil. El primero, que sirve tanto para nombrar a la propia pocilga como al cerdo, encuentra su origen en coch, voz con la que se llama a este mamífero; por su parte, cortil ‘corral’, del latín cors, cortis o cohors, cohortis ‘cohorte’, lo halla en corte, en su acepción de establo donde se recoge de noche el ganado. El Diccionario de americanismos muestra que en algunos países también se llama cuchitril a una pequeña tienda, un cafetín, un taller o una casucha. Es sinónimo de timberiche, que a este lado del Atlántico el DLE recoge como cubanismo con la forma timbiriche.

Entre Escila y Caribdis.- Expresión utilizada para expresar figuradamente la situación en que se encuentra alguien que no puede evitar un peligro sin caer en otro, posiblemente incluso mayor. En la antigüedad el estrecho de Mesina —que separa Sicilia y la península itálica— resultaba extremadamente peligroso de cruzar por sus escollos y por el remolino que allí se formaba. La mitología clásica identificó estos accidentes con dos monstruos: Caribdis, hija de Poseidón y Gea, castigada por Zeus por haber devorado los bueyes de Hércules, que tres veces al día absorbía las aguas del mar —incluyendo los navíos que navegasen por ellas— para vomitarlo todo poco después, y Escila, una ninfa convertida en un ser monstruoso con cuerpo de mujer de cuya cintura surgían seis feroces perros, que devoraba a los navegantes que lograban escapar de Caribdis.

iperita.- Arma química en forma de gas tóxico asfixiante a base de sulfuro de etilo, de color amarillento —motivo por el que es conocida también como gas mostaza—, que causa efectos corrosivos en las membranas mucosas, y en la piel en forma de ampollas muy dolorosas y persistentes. Se utiliza con los objetivos de contaminar el campo de batalla e incapacitar al enemigo, pero puede llegar a resultar mortal. Tras su irrupción se empezó a combatir con máscaras antigás. Tomada del francés ypérite, derivado del nombre de la villa belga de Ypres —en flamenco Yper—, lugar donde fue utilizada por primera vez por el ejército alemán en abril de 1915. El Diccionario académico, al igual que otras fuentes, señala el año 1917, confusión sin duda inducida por el hecho de que en ambos años, al igual que en 1914 y en 1918, se disputaron sendas batallas en aquel entorno. Esta voz también tardó en ser incluida en el DLE: en su caso tuvo que esperar a 2001.

 

La cita de hoy

«No se olvida lo que se lleva en el corazón. Solo es necesario elegir bien lo que guardamos en él y expulsar a quienes no merecen ocupar su espacio».

Mariela

Yolanda Guerrero

 

El reto de la semana

Ya que las andanzas de Mariela nos llevan en primera instancia a su Moncayo natal, ¿qué animalillos, comunes por esos lares, podríamos habernos encontrado en nuestro paseo de hoy, incluso aunque fuéramos distraídos?

 

(La respuesta, como siempre, en la página ‘Los retos’)