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Si siempre resulta grato al paseante regresar a la ciudad de Toledo, donde tan buenos recuerdos le envuelven cuando deambula por sus cuestas, el motivo que propició su visita en esta ocasión lo fue aún más, pues le guiaba hasta allí la exposición conmemorativa del V Centenario del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, una de las figuras señeras de la historia de España.

Y cree no exagerar al afirmarlo de manera tan rotunda, pues el propio hispanista y premio Príncipe de Asturias Joseph Pérez, autor de una biografía sobre el mismo, asegura que este franciscano, confesor de la reina Isabel la Católica, arzobispo de Toledo y cardenal, gobernador de Castilla en dos ocasiones, inquisidor general, reformador avant la lettre y profundo humanista -no se puede obviar la creación de la Universidad de Alcalá de Henares o la edición de la Biblia Políglota Complutense- es “el mayor hombre de Estado que ha tenido España”.

Pasearemos hoy, en nuestro particular homenaje a su vez a Caridad, toledana de pro que lleva como nombre la advocación mariana que dio nombre al santuario fundado por Cisneros en Illescas, por cinco palabras presentes en esta muestra dedicada a quien sintió tanta atracción también por el mundo de los libros y tanto interés manifestó por el buen uso de la lengua.

bujía.- Cuando esta voz apareció en 1837 en lo que entonces era el DRAE tenía como única acepción la de vela, pieza para alumbrar. Con posterioridad se irían añadiendo la de candelero sobre el que se colocaba, hoy en desuso, y la de unidad -que en la actualidad no se emplea- para medir la intensidad de un foco de luz artificial, hasta llegar a la más reciente y por tanto más usada: la pieza que provoca la chispa eléctrica que inflama la mezcla gaseosa en los motores de explosión. Su nombre procede del norte de África, de Bujía o Bugía, ciudad argelina que pasó a manos españolas en 1510, poco después de la toma de Orán con Cisneros como capitán general. De ese lugar procedía la cera para su fabricación. De ella derivan, a través del francés bougier, bujiería, el departamento de palacio donde se guardaban los combustibles y bujier o busier, el jefe de la misma. También por influjo francés se usó bujía en tiempos con el significado de sonda quirúrgica para ensanchar la uretra u otro canal, uno de los sentidos de bougie en el idioma del país vecino.

gordiano.- Que algo sea calificado de nudo gordiano significa que es considerado como un problema o dificultad de imposible o muy difícil solución. Toma su nombre de Gordio, un legendario rey de Frigia que, en señal de agradecimiento a Zeus le ofreció su carro -pues era de origen campesino-, atando el yugo y la lanza con un nudo cuyos cabos no podían verse, haciendo inútil intentar deshacerlo. Aquel que lo logrará, se dijo, conquistaría Asia. Cuando Alejandro Magno llegó allí lo cortó con su espada, asegurando, según relato del historiador romano Quinto Curcio Rufo que “tanto monta cortar como desatar”. No hay que olvidar que antiguamente uno de los sentidos de montar era “importar”. La primera parte de la frase, Tanto Monta y el propio yugo -con un extremo de la atadura ya suelto- fueron elegidos por Fernando el Católico como divisa personal, se dice que por sugerencia del gramático Antonio de Nebrija, quien a su vez colaboró en la realización de la Biblia Políglota Complutense patrocinada por el protagonista de este paseo.

ataujía.- Verdadera seña de identidad de la ciudad imperial, se trata de un trabajo artístico consistente en embutir unos metales como oro o plata en otros -y en ocasiones también nácar o esmaltes- de tal manera que el contraste entre sus colores va configurando un dibujo. Tiene su origen en el árabe andalusí attawšíyya, del árabe clásico tawšiyah ‘coloradura, hermosamiento’, según Corominas sustantivo de acción del verbo wáššà ‘hermosear’. Se emplea también en sentido figurado para referirse a una labor primorosa, a algo complicado de combinar o engarzar para alcanzar su óptimo resultado. En nuestra lengua aparece documentada por vez primera en el Viaje a Turquía (1555) de Cristóbal de Villalón y podemos encontrarla en obras de Alonso de Ercilla, Lope de Vega,  Calderón de la Barca, Tirso de Molina o el duque de Rivas. Desde la última edición el DLE, que recoge también la forma taujía y el adjetivo ataujiado se limita a calificarlo como sinónimo de damasquinado.

acetre.- Otro término procedente del árabe andalusí, en este caso de assáṭl, derivado del árabe clásico saṭl que a su vez lo hizo del latín sitŭla. Se trata de una vasija pequeña, con forma de caldero y asa, empleada para sacar agua de los pozos o de tinajas. En el ritual de la iglesia católica es el que se emplea se emplea para llevar el agua bendita utilizada para las aspersiones litúrgicas. Covarrubias (1611) asegura que se trata en realidad del hisopo con que se echa el agua bendita, por su semejanza con el cetro, admitiendo, eso sí, que “se toma comúnmente por el caldero” de esta. La forma celtre gozó de los parabienes académicos hasta la edición de 1992; cetre, por su parte, sigue presente en el DLE, si bien con una particularidad: si en un principio era otra variante de nuestra palabra -con poco uso, según el Diccionario de Autoridades (1729)- a partir de 1884 pasó a considerarse un salmantinismo con el significado de ‘sacristán segundo o acólito que lleva el aceite.

ribadoquín.- El DLE lo define como una pequeña pieza de artillería, de bronce, menor que otra denominada cerbatana, que pesaba de dos a tres quintales -un quintal equivalía en Castilla a cien libras, unos 46 kilos- y lanzaba proyectiles de hierro emplomado de una a tres libras. Se trataba de un arma de varias bocas de pequeño calibre montadas en paralelo sobre una cureña equipada con dos ruedas. Era denominada también cañón de órgano porque la multiplicidad de cañones se asemejaba a los tubos del instrumento musical. Cuando se incorpora al Diccionario académico en 1803 lo hace con la advertencia de que “ya no se usa en las buenas fundiciones por su corta utilidad”, aviso que a partir de 1884 deja de aparecer. Proviene del francés ribaudequin, idioma que lo toma prestado del neerlandés ribaudekijn, diminutivo de ribaude ‘cañón’, que en un viaje de ida y vuelta había llegado desde el francés ribaud, nombre que recibían los soldados de un cuerpo de guardia creado por el rey Felipe Augusto.

 

La cita de hoy

“Si los grandes hombres se pudieran comprar, España no habría pagado cara la dicha de tener tal ministro aun cuando hubiera sacrificado uno de sus reinos”.

 G. W. Leibniz

 

El reto de la semana

¿Qué animal nos ha acompañado todo el tiempo sobrevolando nuestro paseo de hoy?

(La respuesta, como siempre, en la página de ‘Los retos’)