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Ocupó el paseante algunos días del inicio de este año en leer una historia de España que recibió como obsequio de amigo invisible con ocasión de la llegada de los Reyes Magos. Un libro escrito con esa pretensión de levedad que parece que debe impregnar todo intento de divulgación hoy en día.
Un volumen que, además, se dice escrito para lectores escépticos. Cualidad, el escepticismo, que se asocia a toda persona sabia, aunque con frecuencia haya quien confunde esto con no creer en nada en vez de, como pensamos que es más apropiado, considerarse un cuestionamiento de toda verdad por el mero hecho de ser presentada como tal por la autoridad establecida.
El caso es que este regalo permitió a quien traza estos paseos volver a recordar con cariño a algunas figuras secundarias —unas mucho; otras algo menos— que siempre le atrajeron en la historia de esta piel de toro cuya supervivencia como nación sigue pareciendo un auténtico milagro a algunos: Marcial; Al-Hakam II; Kristina de Noruega; Julián Sánchez, el Charro; José Maldonado…
Pero, además de personajes históricos, esta crónica hispánica nos ofreció algunas palabras con las que pergeñar un nuevo paseo, cinco de las cuales, y algunas más homógrafas, abordamos a continuación. Paseemos, pues, por ellas y brindemos por el futuro —incierto, no lo vamos a negar— de una tierra que, a pesar de lo que predican los agoreros, tiene, estamos convencidos de ello, porvenir. ¿Acaso no ha sobrevivido hasta ahora contra todo pronóstico? 😉
falcata.- Espada de hoja curva y con estrías longitudinales usada por los antiguos iberos. El historiador Diodoro Sículo (siglo I a. C.) aseguraba que podía cortar todo lo que encontrara en su camino, pues debido a la extraordinaria calidad del hierro con que se forjaba no había escudo, casco o hueso que pudiera resistir su golpe.
El nombre procede del latín [spatha] falcāta ‘[espada] en forma de hoz’, aunque el término no aparece documentado como sustantivo en las fuentes literarias de la antigüedad.
La palabra falcata, que se incorporó al diccionario académico en fecha tan reciente como la edición de 2001, comenzó a emplearse por los especialistas en el siglo xix a raíz de su aparición en un artículo del historiador y arqueólogo Fernando Fulgosio publicado en 1872 en la revista Museo español de antigüedades.
Considerada por los estudiosos como el arma característica de los pueblos ibéricos por su forma peculiar y su generalización en comparación con otros tipos de armas, su procedencia no es segura. Diversas hipótesis plantean que podría tener origen autóctono; continental centroeuropeo; griego; o haber llegado a la península desde las costas balcánicas del Adriático.
Existe una palabra homógrafa que tuvo su lugar en el diccionario académico en el siglo XVIII. Un adjetivo sinónimo de otro, corniculata, que se aplica a la Luna desde que empieza a verse después del novilunio, hasta cerca del cuarto creciente, y después del cuarto menguante, hasta que no se puede ver por la cercanía del Sol. Se llamó así por la figura con que aparece a manera de cuernos.
motín.- Disturbios promovidos, generalmente en contra de la autoridad constituida, por gente en actitud de rebeldía.
Procede de la sustantivación del francés medieval mutin, ‘revoltoso, rebelde’, antes meute, derivado del francés antiguo muete ‘rebelión’, y este del latín mŏvĭta ‘movimiento’, participio pasado femenino de movere ‘mover’. En última instancia, de la raíz del protoindoeuropeo *meue- ‘apartar’.
En el diccionario encontramos también amotinar, que es alzar en motín; amotinamiento, la acción y efecto de amotinar; amotinador, aquel que lo provoca; amotinado, el que participa en él; o desamotinarse, dejar de participar en él, «reduciéndose a quietud y obediencia», como reza el DLE.
De ese meute que se encuentra en el origen galo de nuestro vocablo deriva también otro en nuestro idioma: muta, una forma poco usada de referirse a una jauría, el conjunto de perros que levantan la caza en una montería y, por extensión, un grupo de personas que persiguen a alguien con saña.
En nuestra querida España, tierra levantisca en la que las asonadas han sido moneda corriente a lo largo de la historia, algunos motines han logrado entrar en ella con nombre propio: el Motín de Esquilache (1766), que tuvo como excusa las medidas innovadoras de este ministro de Carlos III; el Motín de Aranjuez (1808), en contra de Manuel Godoy, secretario de estado de Carlos IV; o el Motín de La Granja (1836), pronunciamiento militar que logró la restitución de la Constitución de 1812.
parias.- Tributo que en la Edad media pagaba un soberano al de otro reino en reconocimiento de la superioridad de este.
Era pagado especialmente por reyes musulmanes a reyes cristianos de los diferentes reinos peninsulares en momentos en los que aquellos, aunque más débiles militarmente, contaban con una economía más próspera que la de su adversario. Se establecía así una especie de vasallaje. De la importancia de estos ingresos para las arcas cristianas da cuenta el hecho de que cuando Fernando I (1037-1065) dividió en su testamento el reino entre sus tres hijos —decisión que más tarde se demostraría poco acertada— cada territorio incluía como herencia las parias de diversos territorios musulmanes.
Deriva del latín tardío pariāre ‘igualar dos cosas’, ‘saldar’, ‘pagar’.
En el DLE aparece así, en forma plural. Sin embargo, como ya vimos al pasear por otro tributo medieval, la almocatracía, en el Diccionario panhispánico del español jurídico aparece con otra grafía: paria, en singular. Tras una consulta a la Real Academia Española respecto a cuál es la manera considerada correcta recibimos como respuesta que «en la documentación es mayoritario el empleo del plural, aunque se documenta a veces en singular, como en la expresión entrar/meter en paria». Expresión esta que podemos encontrar a lo largo del Poema de Mío Cid.
Curiosamente ambas formas cuentan con palabras homógrafas. Una en plural, parias, forma poco usada de denominar a la placenta, y dos en singular, paria: la primera se aplica a una persona de la India fuera del sistema de las castas o a alguien a quien se excluye por ser considerado inferior; la segunda, a una mujer natural de la isla de Paros, en el mar Egeo.
herejía.- Doctrina o sistema teológico que se opone a aquello que la autoridad religiosa admite como intocable en su fe. También un error sostenido con pertinacia en relación con ella. Si además la herejía se sostiene igualmente con pertinacia eso es hereticar.
El Diccionario de la lengua española recoge también los significados de sentencia errónea contra los principios ciertos de una ciencia o arte; disparate, acción desacertada; palabra gravemente injuriosa contra alguien; o daño o tormento grandes infligidos injustamente a una persona o animal. Antiguamente se empleaba también con los sentidos de adhesión a las cosas fuera de razón o, familiarmente, de carestía.
Hasta la edición de 1822 aparecía en el diccionario académico en la forma heregía.
Procede de la voz hereje, que lo hace del occitano eretge, este del latín tardío haeretĭcus, y este del griego hairetikós, ‘partidista’, ‘sectario’.
El fundador de una herejía es un heresiarca. Algunos de ellos se han hecho un hueco en nuestro diccionario gracias al nombre de su doctrina o el que reciben sus seguidores: Valentín (s. II) —valentiniano—; Sabelio (s. III)—sabelianismo—; Prisciliano (s. IV) —priscilianismo—; Eutiques (s. V) —eutiquianismo, eutiquiano—; Pelagio (s. V) —pelagianismo—; Berenger (s. XI) —berengario—; o Pedro de Valdo (s. XII) —valdense—.
Por su parte, la locución coloquial parecer la estampa de la herejía se emplea para señalar que alguien es muy feo o que va vestido con muy mal gusto.
borbonear.- Intervención directa en política por parte del jefe del Estado (un monarca de la casa de Borbón), incluso saliéndose de su papel institucional, valiéndose principalmente de medios indirectos para lograr su fin. Por ello es frecuente encontrar esta palabra asociada a otras como ventajismo, manipulación, falsedad, engaño o traición.
Es voz que no aparece en los diccionarios, aunque sí está suficientemente documentada.
En ocasiones se adjudica la creación de este neologismo al general Primo de Rivera cuando se encontraba al frente del Gobierno (1923-1930), aunque hay quienes remontan su origen al reinado de Fernando VII. En lo que sí existe consenso es en considerar a Alfonso XIII como paradigma de borboneador.
El apelativo familiar, del que surge este término, tiene su origen en Bourbon-l’Archambault, localidad francesa en la región de Auvernia, cuyo nombre procedería de Borvo, dios de la mitología celta gala con poderes curativos, asociado al agua y a las fuentes termales.
Sí encontramos en el DLE dos palabras directamente relacionadas con esta dinastía:
El adjetivo borbónico, que se aplica tanto a lo perteneciente o relativo a los Borbones como a alguien que es partidario de ellos.
Y bourbon, variedad de whisky procedente del sur de los Estados Unidos. Más concretamente del condado de Bourbon, en Kentucky, nombrado así en agradecimiento a la casa real francesa por su apoyo a la causa de la independencia.
Existe también un dicho vinculado a la familia, surgido en su país de origen: «Los Borbones nunca aprenden ni nunca olvidan». Deja el paseante su interpretación a la inteligencia de quienes tienen la gentileza de asomarse por estas líneas.
La cita de hoy
«Ser español y lúcido aparejó siempre una seca soledad».
Arturo Pérez-Reverte
El reto de la semana
Volvemos a buscar un animal ¿Con cuál habría sido lógico encontrarnos en nuestro paseo de hoy según las fuentes tradicionales de la etimología hispana?
(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)
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