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Está claro que la literatura y el cine han contribuido decisivamente a plasmar en el imaginario colectivo una visión de la piratería en la que la rebeldía frente a la injusticia y las ansias de libertad de muchos de sus protagonistas logra enmascarar una realidad mucho menos ideal, en la que la violencia llevada a su grado máximo, la codicia o el desprecio por la vida ajena constituían rasgos distintivos.

Y, sin embargo, también en ese mundo sórdido podemos encontrar valores y principios que todos podríamos suscribir: la justicia a la hora de repartir el botín; la compensación por las mutilaciones sufridas; la forma democrática de tomar determinadas decisiones… Y, sobre todo, la lealtad a los compañeros, sabedores de que es la unión lo que hace la fuerza.

Esa misma solidaridad es la que ha sentido el paseante, en estos duros meses de pandemia, encarnada en el apoyo que le han prestado, al pairo y en la tormenta, en puerto y en la mar abierta, sus compeñeros de Piratas Unionistas, peña del club Unionistas de Salamanca.

En homenaje de gratitud a estos camaradas de tripulación navegaremos hoy bajo la Jolly Roger, el pabellón de la calavera y los huesos cruzados sobre fondo negro, por cinco palabras que encontramos en esa isla del tesoro que es para nosotros el diccionario y que son representativas de una Hermandad de la Costa que para el paseante ha quedado demostrado, gracias a ellos, que es algo más que un bonito nombre.

P. D. Compeñeros no es una errata: es la palabra que le gusta emplear al paseante para referirse a sus compañeros de peña.

pirata.- Persona que se dedica al abordaje de barcos en altamar con intención de robar. La violencia que ejercían con frecuencia en sus ataques motivó que también pasara a llamarse así a alguien cruel y despiadado.

Tiene su origen en el latín pirāta, y este en el griego peirats ΄pirata΄, ΄bandido΄, derivado de peirân ‘intentar, aventurarse’.

La evolución de los tiempos y de la sociedad, que encuentra su correspondiente reflejo en la lengua, hizo que en las últimas décadas se incorporaran al Diccionario de la lengua española primero, en los años 80 del siglo pasado, el pirata aéreo, secuestrador de aviones, y ya en 2014 el pirata informático, el que accede ilegalmente a sistemas informáticos ajenos para apropiárselos u obtener información secreta. También fueron incluidas en esta última edición las voces inglesas cracker y hacker ―así como su adaptación al español, jáquer―, con el mismo significado.

También se califica como pirata a quien copia o reproduce el trabajo ajeno, ya sean libros, discos, películas, programas informáticos, etc., sin autorización y sin respetar la propiedad intelectual, y, en general, a todo aquello que es ilegal, que carece de la debida licencia o que está falsificado. El DLE cita expresamente la edición pirata, que es aquella llevada a cabo por quien no tiene derecho a hacerla, y la radio pirata, una emisora que funciona sin licencia legal.

Además, en el lexicón académico encontramos también, circunscrito su uso a España, el pantalón pirata, que se caracteriza porque sus perneras llegan hasta la pantorrilla. Seco, Andrés y Ramos recoge asimismo la fórmula pantalón corsario.

filibustero.- Pirata de los grupos que en siglo xvii campaban por el mar de las Antillas. No se adentraban en mar abierto y atacaban barcos cerca de la costa o saqueaban poblaciones del litoral.

Del francés flibustier, y este del neerlandés vrijbuiter ‘corsario’, de vrij ‘libre’ y buiten ‘saquear’. La s se incorporó por una hipercorrección, en principio meramente gráfica, que terminó por pronunciarse a principios del siglo xviii. La l, por su parte, puede explicarse por influencia del neerlandés vlieboot —que en francés dio flibot y en castellano filibote—, ΄embarcación del Vlie΄, un tipo de carguero utilizado en la vía marítima holandesa del mismo nombre.

En el siglo xix se recuperó el término filibustero para aplicarlo a los aventureros que, sin patente ni comisión de ningún gobierno, invadían a mano armada territorios ajenos. Como el estadounidense William Walker, quien en 1856 llegó a ser investido como presidente de Nicaragua.

Más tarde fueron también tildados así quienes trabajaban por la emancipación de las entonces provincias españolas de ultramar.

Y por filibusterismo se entiende aún hoy, además de la actividad propia de los filibusteros, un tipo de obstruccionismo tendente a bloquear la actividad parlamentaria, generalmente mediante intervenciones interminables. Esta acepción fue acuñada en el Senado de los EE. UU. en el siglo xix, pero es práctica cuyo rastro puede seguirse hasta la antigua Roma, donde es tradición que Catón el Joven (95 a. C.-46 a. C.) era capaz de hablar días y días con el objetivo de frenar las leyes de Julio César.

corsario.- Aunque se emplea también como sinónimo de pirata, en puridad debería aplicarse al armador, capitán y tripulación, y por extensión a la propia nave, dedicados al corso, campaña de guerra marítima contra el comercio enemigo bajo las mismas normas que las fuerzas navales regulares, pero por su cuenta y riesgo, asumiendo los daños y perjuicios sufridos en su caso y sin recibir más recompensa que el botín obtenido al enemigo.

La autorización y comisión para dedicarse a ello era la denominada patente de corso. Al ser otorgada por un poder soberano, normalmente un Estado beligerante, implicaba su autorización, control y responsabilidad, condición que diferencia jurídicamente al corso de la piratería, aunque, evidentemente, no a ojos de sus víctimas.

En castellano recibe también el nombre de carta de marca, que dio lugar a la carta ―o patente de contramarca, dada por un soberano para que sus súbditos pudieran corsear y apresar las naves y efectos de los de otra potencia que hubiese dado cartas de marca.

Con el tiempo patente de corso pasó a significar también el derecho que alguien se arroga para decir o hacer lo que le venga en gana.

El DLE afirma que corso, voz de la que deriva corsario, procede del latín cursus ‘carrera’. Corominas aventura que quizá llegara nuesra lengua a través del catalán cors, donde ya se halla en el siglo xiii (Consulado de Mar).

Tienen también el aval académico, con la marca de desusadas, otras dos formas de nuestra palabra: cosario y cursario.

bucanero.- El DLE lo define como un pirata que en los siglos xvii y xviii se dedicaba a saquear las posesiones españolas de ultramar. Lo que no explica es que no fue así desde un principio y que en el propio nombre encontramos la explicación.

Proviene del francés boucanier, que a su vez lo hace de boucan, y este del tupí mokaém ΄parrilla de madera΄.

¿Piratas parrilleros, entonces? ¿Cómo se come eso? Echemos un vistazo a la historia. Tras la conquista de México y Perú muchos de los habitantes de la entonces conocida como La Española la abandonaron atraídos por las riquezas del continente. Dejaron allí gran número de ganado vacuno y piaras de cerdos que con el tiempo se fueron multiplicando a la vez que se asilvestraban.

Como los españoles no se establecieron nunca en la ribera noroeste de la isla no es descabellado pensar que fondearan allí buques contrabandistas en busca de víveres. La dilatada porción de costas desiertas, el buen anclaje y la abundancia de provisiones no dejarían de inducir en algunos las ganas de establecerse.

Se ganaban la vida cazando el ganado selvático para comerciar después con los barcos de paso. Curaban la carne por medio de un método aprendido de los indios caribes: cortada en largas tiras, la colocaban en una parrilla hecha de varas verdes donde se secaba a un fuego lento de leña. Los indios llamaban boucan al sitio donde ahumaban la carne. Se aplicó ese mismo nombre al aparejo que servía para secarla y el de bucanero a los propios cazadores.

Cuando por circunstancias ulteriores estos comenzaron a simultanear el comercio de carne y cueros con la piratería —buscando una vida más lucrativa que la precaria existencia que llevaban—el nombre fue perdiendo gradualmente su significación primitiva y adquirió la actual.

pechelingue.- O pichelingue, que ambas formas aparecen en el DLE.

Su escueta definición nos dice que es un pirata de mar.

A pesar de aparecer recurrentemente en documentos españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII, y de ser empleada por literatos como Tirso de Molina o Vélez de Guevara, no llegó a arraigar en castellano.

Su origen, sobre el que no se pronuncia el diccionario académico, atrajo la curiosidad de buen número de estudiosos, lo que propició la formulación de diferentes hipótesis al respecto:

Hartzenbusch, para quien el término era despectivo y aplicable solo a extranjeros, aventuró que tal vez procediera de las palabras speech english.

El jurista y filólogo Adolfo Bonilla San Martín proponía, en 1910, el mejicano pichilinga ‘chiquita’, desde el náhuatl picilihui ‘hacerse menudo lo que era grueso΄. De donde pichelingue se aplicó en España a la moneda de cuartos procedente de América.

Charles Edward Chapman, en su Historia de California. El periodo español (1923) ofrece una explicación pintoresca: las palabras españolas pecho y lengua, como referencia despectiva al sonido gutural del neerlandés. Algo así como que los holandeses hablaban desde el pecho y no desde la boca y la lengua.

A su vez, el hispanista holandés J. G. Geers se inclinaba, en los años treinta del siglo pasado, por un origen gitano, a partir del caló petulingre ‘herrero’.

Será en 1944 cuando Engel Sluiter, profesor en la Universidad de California, Berkeley, establezca con propiedad que nuestra palabra es producto de una corrupción progresiva, a través del francés, del nombre de Vlissingen, ciudad portuaria en los Países Bajos cuya reputación internacional como nido de corsarios hizo que llegara a ser conocida como la ‘pequeña Argel’.  

La cita de hoy

«Piratería: El comercio sin añadidos, tal y como Dios lo hizo».   

Diccionario del diablo

Ambrose Bierce

El reto de la semana

¿Con qué bebida, cuyo nombre remite al de un famoso corsario, brindaremos al término de nuestro paseo de hoy?

(La respuesta, como siempre, en la página ΄Los retos΄)